(Vatican.news/InfoCatólica) «Hago un llamamiento a los jefes de las naciones y de las organizaciones internacionales para que reaccionen ante la tendencia a acentuar el conflicto y la contraposición. El mundo necesita paz. No una paz basada en el equilibrio de las armas, en el miedo mutuo». La crisis ucraniana «todavía puede convertirse en un reto para los sabios estadistas, capaces de construir en el diálogo un mundo mejor para las nuevas generaciones». Así es como el Papa Francisco, a la hora del Ángelus del domingo 3 de julio, volvió a hablar de la paz en Ucrania, deseando que se pase «de las estrategias del poder político, económico y militar a un proyecto de paz global: no a un mundo dividido entre potencias en conflicto; sí a un mundo unido entre pueblos y civilizaciones que se respetan».
La del Obispo de Roma, en estos últimos meses de combates y de ausencia de iniciativas diplomáticas eficaces, ha sido una de las pocas voces que se han alzado a favor de la paz y de la negociación. Una negociación que parece imposible. Hablamos de ello con el jesuita francés Gaël Giraud, economista, director del Environmental Justice Program de la Universidad de Georgetown e investigador principal del CNRS (Centre national de la recherche scientifique) de París. Al P. Giraud se le conoce como el «economista de Laudato Si´», por haber sido quien asesoró al papa Francisco sobre los aspectos económicos de dicha encíclica
Padre Giraud, ¿por qué es tan difícil llegar a una negociación?
Vemos la escalada militar y verbal de esta guerra, las matanzas que han tenido lugar, la destrucción de las ciudades ucranianas. Pero también vemos la existencia de lobbies beligerantes que no quieren el fin del conflicto, no quieren una negociación que lleve a los gobiernos ruso y ucraniano a la misma mesa para negociar un proyecto concreto, porque son lobbies interesados en el rearme y el cambio de régimen en Moscú, es decir, quieren el fin de Vladimir Putin. Pero, gracias a Dios, el número de personas que piden la paz, y creen en la necesidad absoluta de una solución negociada, está creciendo. En Estados Unidos, un académico como Jeffrey Sachs ha apoyado públicamente una tregua negociada.
¿Quién quiere esta guerra?
Digamos que, ante todo, la quiere Rusia, que ha agredido a Ucrania y comete crímenes de guerra. Pero ha sido preparada desde el 2014 por quienes quieren utilizar esta guerra para derrocar a Putin y poner a Rusia de rodillas, aun a costa de transformar a Ucrania en un nuevo Vietnam llevándola a la destrucción total. Precisamente para evitar este desenlace desastroso, que podría llevarnos a un nuevo conflicto mundial, es absolutamente necesario negociar, alcanzar una tregua y luego la paz...
¿Qué soluciones de negociación ve posibles?
La guerra se encuentra hoy en un punto de inflexión si es cierto que las tropas rusas han conquistado la ciudad de Lisichansk, un punto estratégico para una posible reconquista del norte por parte de Rusia. Estoy convencido de que la base para unas negociaciones serias sigue siendo los acuerdos de Minsk 2 del 2015, que jamás son respetados ni por Rusia ni por Ucrania. La solución – es mi opinión personal – es el reconocimiento de la independencia del Donbás, incluso a través de un referéndum popular que atestigüe la voluntad de sus habitantes. Lo mismo ocurre con Crimea, que fue parte de Rusia hasta 1954 y donde la población ya se ha expresado en un referéndum. Además, es necesario que Ucrania se comprometa a no solicitar el ingreso en la OTAN, ni ahora ni en el futuro.
Pero, ¿negociar con estos objetivos no sancionaría de hecho la victoria del agresor ruso?
Comprendo perfectamente que lo que he dicho representa un problema para la unidad territorial de los ucranianos. Pero me pregunto: ¿cuál es la alternativa y qué precio tiene? La alternativa es la destrucción total de Ucrania, después de una guerra muy larga, con el país devastado y convertido en un campo de ruinas comparable a Chechenia en el año 2000. Las consecuencias para todos, pero sobre todo para los ucranianos, serían mucho más devastadoras de lo que ha sido hasta ahora esta absurda guerra en el corazón de Europa.
¿Cree en el hecho de que el actual gobierno ruso puede implosionar, como se lee a menudo en los análisis de los expertos?
Creer que derrocando a Putin Rusia se convertirá en un país más pro-occidental es una piadosa ilusión, en mi opinión. El número dos del Kremlin es – según los analistas más atentos – el secretario del Consejo de Seguridad, Nikolai Patrushev. A se le habría confiado el poder cuando Putin fue operado, y según muchos observadores es Patrushev quien podría ocupar el lugar de Putin en el futuro. Ciertamente, con él Rusia no será diferente, pero más bien hay un riesgo de inestabilidad, y la inestabilidad siempre conduce a nuevas guerras, no a la paz. A los que sueñan con un cambio de régimen, les aconsejaría cautela y una mirada atenta a la historia reciente: miren a Saddam Hussein o a Gadafi. Sé que la comparación es fuerte y que las situaciones son muy diferentes porque Rusia no es Iraq o Libia, pero piensen en lo que les sucedió a esos países después del cambio forzado de régimen.
¿Usted está de acuerdo con el envío de armas pesadas y misiles a Ucrania bajo ataque?
Si puedo expresarme con toda sinceridad, permítanme decir que esta actitud me parece un tanto hipócrita, especialmente por parte de Europa. Por un lado, se envían armas para ayudar al ejército ucraniano a luchar contra el ruso y, por otro, se sigue comprando gas y petróleo ruso pagándolo en rublos y así se financia la guerra que libra el Kremlin. Por el momento, Alemania no tiene intención de renunciar al gas ruso, ni siquiera a largo plazo. Si la transición ecológica, que habría sido una gran oportunidad para las economías de los países, se hubiera aplicado en serio, no estaríamos en este dilema.
Pero, efectivamente, el gas ruso es necesario, y lo necesitan especialmente algunos países europeos...
Sí, y todavía no nos damos cuenta de las consecuencias de esta guerra en un futuro próximo. Ucrania es un país que puede producir el trigo necesario para alimentar a seiscientos millones de personas, posee importantísimos yacimientos de minerales y formaba parte de la nueva Ruta de la Seda, uno de los mayores planes de infraestructuras e inversiones para conectar China con otros sesenta y siete países.
Ya vemos cómo la guerra está teniendo consecuencias por la falta de trigo que necesitan los países del norte de África. Hay muchos intereses en juego. La perseverancia de la guerra significará una tragedia alimentaria para algunas partes de África y la continuación de la inflación mundial, impulsada principalmente por la falta de petróleo ruso. Y esta inflación puede, a su vez, provocar una nueva crisis financiera debido a la subida de los tipos de interés de los bancos centrales. Mientras tanto, las sanciones contra Rusia están teniendo un efecto mixto. El caos de los años 90 alimentó el odio antioccidental de algunos rusos y llevó a Putin al poder. Un mayor caos ruso no ayudará ni a la paz ni a la democracia rusa. ¿Verdaderamente queremos que los ucranianos derramen su sangre por esto?
Hablamos de Europa: ¿qué debería hacer?
Me parece que hay que reconocer la falta de iniciativas diplomáticas fuertes y compartidas por parte de Europa, que tendría todo el interés en lograr la paz lo antes posible. Al menos Alemania, Francia e Italia deberían hablar con una sola voz y proponer un Plan Marshall para la reconstrucción sostenible de Ucrania, según la transición ecológica. Una paz negociada, asegurando a los rusos las futuras fronteras de la OTAN, que desde la caída de la Unión Soviética ya no es una alianza defensiva.
El Papa, citando a un jefe de Estado que había recibido en audiencia, habló de los «ladridos de la OTAN» en las fronteras rusas, palabras que causaron polémicas. Una agresión como la que está en curso jamás puede justificarse. Pero si no nos detenemos en los últimos meses, y consideramos los contextos mirando la historia de los últimos treinta años, esto ayuda a comprender mejor la situación y, sobre todo, a no repetir errores y subestimaciones...
La agresión rusa contra Ucrania, una verdadera guerra, aunque se la llama «operación militar especial», no tiene justificación y el Papa la ha condenado repetidamente. Sin embargo, las palabras que ha citado nos ayudan a entender el contexto y nos recuerdan lo que ocurrió tras la caída del Muro de Berlín y el colapso de la Unión Soviética. Está documentado que a principios de la década de 1990 los países occidentales aseguraron a Moscú que la Alianza Atlántica no se ampliaría para incluir a los antiguos estados satélites del Pacto de Varsovia. El incumplimiento de estos compromisos verbales ofreció a Putin, hasta entonces considerado un aliado de Occidente, la oportunidad de anunciar públicamente – durante la Conferencia de Seguridad de Múnich de febrero de 2007 – su rechazo al mundo unipolar bajo el predominio de Estados Unidos.
El Papa Francisco definió la carrera armamentística como una locura. ¿Qué piensa usted al respecto?
Tiene razón, es una auténtica locura, porque significa dar grandes pasos hacia la Tercera Guerra Mundial. Incluso la continuación de esta guerra significa dirigirse hacia el Apocalipsis, con el aumento del hambre en los países africanos y el riesgo de una escalada militar con armas nucleares. El Papa, en una entrevista a la agencia de noticias Télam del viernes 1° de julio, también señaló que las Naciones Unidas no habían sido escuchadas durante este conflicto.
E incluso en este caso, ¿cómo se los puede culpar? Lamentablemente, las Naciones Unidas son hijas de los desequilibrios de la Segunda Guerra Mundial. No hicieron nada por la pandemia, no hacen nada por esta guerra. Tenemos que repensar, juntos, un sistema de relaciones internacionales más justo y multilateral, en el que no sean sólo los poderosos quienes tomen las decisiones. Como dijo durante el último Ángelus: debemos pasar de las estrategias del poder político, económico y militar a un proyecto de paz global. En mi opinión, esto requiere la creación de instituciones internacionales que se ocupen de nuestros bienes comunes globales: salud, clima, biodiversidad, paz.