En el cuaderno final del Sínodo Diocesano de Besançon, publicado en 2019 por el obispo de la diócesis francesa el decreto nº 6 se titulaba «Viajar con las personas homosexuales». Y decía:
«Porque cada persona es amada por Dios, porque reconocemos a Cristo en cada uno de nuestros hermanos y hermanas, porque el Espíritu actúa en el corazón de cada persona para cambiar su perspectiva, tendremos especial cuidado en acoger a las personas homosexuales en nuestras comunidades. Además, muy pronto confiaré a un diácono la creación de lugares donde se pueda escuchar y hablar con los homosexuales y su entorno».
Este decreto no tiene ningún problema en sí mismo afortunado, ya que a nadie se le debe impedir vivir su relación con Dios por su orientación sexual. Pero tres años después, el «equipo de acogida de homosexuales» acaba de publicar un artículo en la revista diocesana «Eglise de Besançon» en el que presenta su trabajo. Partiendo de la buena intención del decreto, en la práctica la diócesis se hunde en la brecha del relativismo. Extrayendo citas de los documentos del papa Francisco, el equipo señala que la Iglesia no ha implementado en su seno las reformas de los derechos civiles de las llamadas personas LGBT. Asimismo, lamenta que «en la actualidad no se haya emprendido ninguna revisión de los textos relativos a la moral sexual de la Iglesia». Esto no les preocupa demasiado, dicen, ya que prefieren confiar en que «el espíritu general de las conclusiones del sínodo sobre la familia» les da «algunos motivos de esperanza».
Utilizando el famoso «¿quién soy yo para juzgar?» del papa Francisco como título de un subapartado del artículo, el equipo «desea responder a las expectativas expresadas por los homosexuales y quienes los rodean». El diácono Dominique Marcoux, en nombre del equipo de acogida de homosexuales, deja los datos de contacto del equipo al final del artículo.