(CWR/InfoCatólica) Aunque alude a muchos episodios diferentes de los abusos infligidos a los cristianos por sus vecinos musulmanes, especialmente en Pakistán, «Los perseguidos: Historias reales de cristianos valientes que viven su fe en tierras musulmanas» no es tanto un análisis de la deplorable situación en Asia Central como un relato de la experiencia personal del autor con los refugiados de la región.
En particular, Casey Chalk relata las peripecias de Michael, un refugiado católico nacido en Goa que el autor conoció en Tailandia. Antiguo residente de Pakistán, Michael había caído allí bajo el escrutinio inamistoso del Tehrik-e-Taliban, que practica una evangelización puerta a puerta que recuerda a la de los Testigos de Jehová, aunque con armas y amenazas de violencia hacia el infiel recalcitrante.
Tras declarar a uno de estos equipos de conversión islámicos «no sé del Islam, sé de Jesús», Michael se encontró con un acoso psicótico. Fue golpeado repetidamente, dos de sus cuñadas fueron secuestradas y, finalmente, un cartel de búsqueda con su rostro fue colocado en las mezquitas locales. Lo que siguió fue la lucha de Michael por sacar a su familia de Pakistán y llevarla a una tierra menos hostil.
En otra parte, Chalk relata una fatwa emitida contra su amigo Wilson William y la familia de éste, por haber faltado supuestamente el respeto al Corán, delito por el que «toda esta familia ha cometido un pecado contra el Islam, por lo que esta familia puede morir, y quien encuentre a esta familia pagana y la mate irá directamente al cielo».
Estas estremecedoras historias tienen lugar en un contexto general de persecución en Pakistán, donde la mayoría musulmana mantiene un dominio de mano dura -a veces brutal- sobre las minorías cristiana e hindú.
El relato de Chalk podría situarse en un contexto global, ya que la política exterior de Estados Unidos no solo ha contribuido a avivar las tensiones entre musulmanes y cristianos, sino incluso a crear las crisis de refugiados. «Seguimos siendo una nación con una de las comunidades políticas cristianas más ruidosas de Occidente; todavía un tercio de los ciudadanos de Estados Unidos la consideran una nación cristiana», observa Chalk en un artículo de American Conservative de 2019 citado en su libro:
«Uno pensaría que nos mantendríamos alejados de los conflictos que perjudican desproporcionadamente a los cristianos de otras tierras, especialmente donde ya son minorías vulnerables. Sin embargo, invadimos Irak en 2003, y ha resultado desastroso para la antigua y venerable comunidad cristiana de ese país. Antes de la invasión, vivían en Irak aproximadamente 1,4 millones de cristianos. Hoy en día, hay menos de 250.000, un descenso del 80% [...]La población cristiana de Siria, al igual que la de Irak, se redujo de 1,7 millones en 2011 a menos de 450.000 en la actualidad. La influencia del ISIS todavía se siente allí».
Al igual que en el caso del cambio de régimen en Irak, los católicos neoconservadores se encuentran entre los defensores más acérrimos de ayudar a los rebeldes a derrocar al gobierno sirio.
En fecha tan reciente como 2020, señala Chalk, el Tribunal Superior de Pakistán dictaminó que una niña cristiana secuestrada por un musulmán no podía ser recuperada por su familia, y «estaba obligada a ser una ''buena esposa'' para el hombre». Si tales son los aliados de Estados Unidos, ¿qué dice eso de la retórica de los derechos humanos del régimen estadounidense?
Chalk es necesariamente más matizado al abordar la cuestión del privilegio frente a la pobreza, ya que «según Aquino, no hay nada intrínsecamente malo en que algunas personas tengan más dinero que otras y disfruten de los beneficios de esa riqueza».
«En un mundo definido por graves desigualdades, en el que muchos comen y se visten suntuosamente, mientras que otros carecen de acceso al agua potable, esas polaridades no pueden entenderse fácilmente, ni creo que Cristo lo pretendiera», añade.
En resumen, Chalk sugiere que los estadounidenses nos familiaricemos con la noblesse oblige, la noción de propiedad como responsabilidad.
Aunque no le da demasiada importancia, Chalk relata cómo él mismo trató de ayudar a los refugiados pakistaníes en las esferas financiera, administrativa y espiritual. Aunque cree claramente que la gente debería hacer más a nivel individual o parroquial para ayudar a los refugiados, su perspectiva está marcada por el sentido común. De hecho, cambiando el término «religioso» por «político», algunos de sus comentarios sobre la crisis fronteriza entre Pakistán y Tailandia podrían aplicarse a Estados Unidos:
«¿Cuántos de los que cruzan la frontera lo hacen simplemente por “una mejor forma de vida”, es decir, por el acceso a los servicios públicos y a un mayor nivel de vida que el moderno estado del bienestar insiste en que es un derecho humano inalienable? Si el sistema se estableciera para restringir la migración económica, sin duda sería más fácil tratar con el (relativamente) pequeño número de víctimas genuinas de la persecución religiosa».
El punto de vista de Chalk es realmente raro y merece más atención. Mientras que el discurso sentimental sobre «los marginados» se reduce con demasiada frecuencia a un «apoyo a lo actual», la prolongada implicación de Chalk con casos reales de penuria da fe de un auténtico compromiso. Este compromiso está informado por la prudencia, así como por la comprensión de que los acomodados también tienen una obligación con sus propios compatriotas.