(Asia News/InfoCatólica) La sesión del tribunal eclesiástico designado para examinar su expediente se celebró en una sala de la gran iglesia de San José de los padres jesuitas. La presidió el Vicario Apostólico de Beirut para los latinos, Mons. César Essayan. Para conmemorar el acontecimiento, el prelado celebró una Misa el mismo día, a la que asistieron en gran número los habitantes de Barqa (Becá del Norte), el pueblo maronita del que el padre Nicolás era coadjutor y donde todos, o casi todos, lo consideran un santo.
Nacido en Delft (Países Bajos) en 1940, Kluiters ingresó a la Compañía de Jesús en 1966 tras cursar estudios en Bellas Artes. Prefirió renunciar a sus pinceles como San Pedro había renunciado a sus redes de pesca. Durante diez años se dedicó a completar sus estudios de teología, y luego fue ordenado sacerdote. Posteriormente viajó al Líbano, aprendió el idioma árabe y obtuvo un diploma de trabajador social de la USJ. En 1976, de acuerdo con sus superiores, y especialmente con el superior general de los jesuitas, el P. Peter-Hans Kolvenbach, desembarcó en el País de los Cedros para iniciar su misión.
Al principio, el P. Kluiters se instaló en el valle de la Becá. Empezó su obra desde el convento de Taanayel, con otros tres compañeros (los padres Hans Putman, Hani Rayess y Tony Aoun). Con la ayuda de algunas órdenes religiosas femeninas -de los Sagrados Corazones, Salesianas, Franciscanas Misioneras de María, Hermanitas y Religiosas de Jabboulé- realizó las obras de apostolado clásico: misas y confesiones, bautismos y funerales, catequesis y formación para la primera comunión, veladas evangélicas, retiros espirituales y actividades para jóvenes, entre otras. En 1981 fue nombrado párroco de Barqa, a pedido de Mons. Georges Iskandar, arzobispo maronita de Zahlé,
Los retos de los años ‘80
A modo de síntesis, las tareas pastorales encomendadas a los jesuitas de Becá parecen poco o nada. Quizás cansadoras, pero sin ningún riesgo en particular. Esta es una apreciación que puede ser válida en tiempos de paz. Pero no, por cierto, en el clima de guerra civil que desgarraba al Líbano en 1975. La gran obra de este insólito sacerdote es que fue capaz de asociar estrechamente fe y desarrollo. Cuando llegó a la aldea, la gran pregunta que flotaba en el aire entre los aldeanos era: ¿es mejor quedarse o irse? Atrapado en el clima malsano de la guerra, el centro sufría por su situación geográfica y los riesgos que había que correr para viajar, para salir de la región, para llegar a la capital.
Como muchas otras zonas, Barqa sufría dificultades económicas y disputas parroquiales. En las iglesias de San Miguel y San José, situadas en extremos opuestos del pueblo, las familias rivales celebraban cada una su propia misa. Esta situación interna representaba el mayor desafío para el padre Nicolas Kluiters. En sus notas personales, escribe:
«El milagro de mi vocación en la región de Becá es que he podido experimentar una transformación de los aldeanos: habitantes que luchaban entre sí, y que se han transformado en hombres que construyen juntos su futuro».
Para ello, el padre Kluiters supo utilizar hábilmente todas las habilidades de un sacerdote y de un trabajador social. A medio camino entre las capillas de ambos extremos del pueblo, construyó una escuela complementaria y animó a las hermanas de la Congregación de los Sagrados Corazones a instalarse en la zona. Familiarizado con la fe popular, diseñó un Vía Crucis al aire libre. Además, puso en marcha obras de interés público: movimientos de tierra, canales de riego, depósitos de agua, plantaciones de árboles frutales (una forma de combatir el cultivo ilegal de hachís), talleres de confección (en colaboración con una fábrica textil de Beirut), excavación de una carretera que conduce a huertos lejanos y construcción de una iglesia para pastores, junto con la creación de un dispensario (en colaboración con la Orden de Malta).
Estos proyectos, con miras a unir, predisponen a los habitantes a su favor. Al principio, se sorprenden de su presencia, pero con el tiempo, la población se fue sintiendo más a gusto. Por decisión personal, el sacerdote holandés no tendrá más alojamiento que el que le brinde la hospitalidad de la población que lo recibe en sus casas. Además, no tiene miedo de recorrer lugares, pues había cruzado la Becá varios años antes. Todos los días va a Hermel a celebrar la misa con las Hermanitas de Carlos de Foucault. Su árabe, que la población se esfuerza por entender, es mixto. «Thom Sicking, vicepostulador de la causa, sonríe: Termina hablando con el acento del norte. Por desgracia, con el paso del tiempo y la puesta en marcha de los proyectos, algunas de las facciones enfrentadas -partidos pro-sirios, de izquierda o chiítas- se sintieron ensombrecidas por la figura de este hombre, que era un estorbo para su influencia y, sobre todo, en sus planes: les preocupaba».
En 1984, un año antes de su muerte, el P. Kluiters viaja a Roma para realizar un retiro espiritual. Creía que su misión en Barqa había terminado y estaba considerando una misión en Sudán. Sin embargo, el padre Kolvenbach tenía otros proyectos. Se decidió que volvería a Barqa «para consolidar la obra emprendida», a pesar de los peligros de la misión. El padre Sicking compara esta decisión con la de los monjes de Tibhirine (Argelia), que optaron por permanecer en su monasterio para solidarizarse con la población, a pesar de los riesgos que suponían los grupos extremistas islámicos que asolaban el país en aquel momento. Pagaron un alto precio por ello: fueron secuestrados y decapitados.El 26 de enero de 2018 fueron beatificados. Para Nicolás Kluiters, como para ellos, el martirio llegó, en palabras del P. Kolvenbach, «no como una sorpresa, sino como el fruto de una larga maduración vivida en unión con la ofrenda de Cristo, su Señor crucificado y resucitado».