(Vatican.news/Fides/InfoCatólica) «Nos hemos roto los huesos, pero son personas a las que nunca abandonaré»: Sandra Sabattini tenía sólo 13 años cuando le contó a su madre, con estas palabras, la experiencia de servicio a los discapacitados en la Comunidad Papa Juan XXIII. El cardenal Marcello Semeraro, Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, citó estas mismas palabras, al presidir en Rimini la misa de beatificación de esta joven, que murió con sólo 22 años, atropellada por un coche que circulaba a gran velocidad.
«Amar es soportar el sufrimiento de los demás», añadió el cardenal en su homilía de la misa, que estuvo repleta de gente, especialmente de jóvenes y también de algunos amigos de la beata. El cardenal también destacó que «el deseo de servir a los pobres de la nueva beata, no era mera caridad, sino fruto del amor ilimitado de Dios, en cuyo mar sin fondo y sin orillas Sandra sumergió su corazón».
Ejemplo de caridad creativa y concreta
«Sandra fue una auténtica artista», añadió el cardenal Semeraro, porque «aprendió muy bien el lenguaje del amor, con sus colores y su música». Su santidad fue «su apertura a compartir con los más pequeños, poniendo al servicio de Dios toda su joven vida terrenal, hecha de entusiasmo, sencillez y gran fe».
La beata Sabattini «acogía a los necesitados sin juzgarlos porque quería comunicarles el amor del Señor». En este sentido, explica el cardenal, su caridad fue «creativa y concreta», porque «amar a alguien es sentir qué es lo que necesita y acompañarlo en su dolor».
«Cada minuto es una ocasión de amor»
Finalmente, el Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos concluyó su homilía con los versos de una oración escrita por la propia Sandra el 7 de septiembre de 1982, dos años antes de su muerte: «Señor, haz que cada acción mía esté determinada por el hecho de querer el bien de los jóvenes, cada minuto es una ocasión de amor que hay que aprovechar».
Hubo una gran emoción cuando se pronunció la fórmula en latín que declaraba la beatificación de Sandra: un estruendoso aplauso, que pareció casi interminable, acompañó el momento principal de la ceremonia, que continuó con la procesión de la reliquia de la nueva beata, llevada al altar: un cabello guardado por su entonces novio Guido en una cajita de dulces decorada por la propia Sandra.
Perfil de la nueva beata
Hija espiritual de Don Oreste Benzi, Sandra (1961-1984) respiró la fe desde temprana edad, ya que vivía con su familia en la rectoría de su tío sacerdote en Rimini. De niña siempre llevaba consigo un rosario. La abuela contaba que por la noche siempre encontraba a su nieta dormida en la cama con el rosario en las manos. Sandra se levantaba temprano para rezar ante el Santísimo antes de que otras personas llegaran a la iglesia. A los 14 años, en las Dolomitas, participó en un encuentro de la Comunidad Papa Juan XXIII con personas con discapacidad severa que le cambió la vida. Regresa entonces a casa con las ideas claras: «Nunca abandonaré a esas personas».
El Santo Padre Francisco en su mensaje para esta Jornada de las Misiones recuerda que «la historia de la evangelización comienza con una búsqueda apasionada del Señor que quiere entablar un diálogo de amistad con cada uno». El secreto de Sandra era ese, tenía una profunda amistad con el Señor. Una relación intensa que se reveló sólo después de su muerte, cuando se recopilaron sus escritos que ella sembraba en trozos de papel, postales o en diarios ahora recogidos en el libro «El diario de Sandra».
A los 16 años escribió: «Señor, me diste un gran regalo, el de tener ganas de dar mi vida a los más pobres. Te doy las gracias por esto, porque, aunque todavía no lo he explotado, has depositado en mí este gran regalo. Espero poder hacerlo fructificar y espero poder entender cómo». Como tantos jóvenes, Sandra tenía sed de justicia, pero no de la que da el mundo. En su diario escribía también: «Así que ahora se trata de una cosa: elegir. Diré, ‘sí, Señor, elijo a los más pobres, pero de nada sirve si todo es como antes. No. Ahora digo, ‘te elijo a ti’». Un regalo inusual de sabiduría para una mujer tan joven.
El tema del Domingo de las Misiones 2021 es, «No podemos callar lo que hemos visto y oído» (Hechos 4, 20). Sandra Sabattini fue fiel a lo que había visto y comprendido después de aquel primer encuentro con discapacitados en las Dolomitas. Durante la escuela secundaria, siguió ocupándose de los pobres y concienció a toda la comunidad parroquial sobre las necesidades de las personas discapacitadas. Cuando un pobre llamaba a la puerta de su casa, si consideraba que su familia no le había dado suficiente, ella corría detrás de la persona para completar el donativo con sus ahorros.
Durante un tiempo vivió en una casa de acogida en el verano de 1982, donde trabajó como voluntaria en una comunidad terapéutica para drogadictos. En aquella época, las drogas estaban muy extendidas y, por ello, la asociación de Don Benzi abrió varias comunidades para responder a las necesidades de muchos jóvenes dependientes. Sandra tenía un gran sentido de la justicia. «Si realmente amo, ¿cómo puedo soportar que un tercio de la humanidad muera de hambre, mientras mantengo mi seguridad o mi estabilidad económica? Seré una buena cristiana, pero no una santa. ¡Hoy hay una inflación de buenos cristianos mientras el mundo necesita santos!».
Tras terminar secundaria se planteó si partir inmediatamente a África o matricularse en Medicina. Tras un discernimiento con su director espiritual, el padre Nevio Faitanini, y la confirmación del padre Benzi, se inscribió en la Facultad de Medicina de la Universidad de Bolonia en 1980. Se dividía entre estudio, familia, trabajo y compartir con los pobres. A pesar de la gran cantidad de trabajo, nunca descuidó sus estudios y en cada examen obtienía excelentes notas.
La mañana del 29 de abril de 1984, mientras se dirigía a una reunión de la Comunidad Papa Juan XXIII, Sandra fue atropellada por un automóvil. Estuvo en coma durante tres días y el 2 de mayo abandonó este mundo. Tenía solo 22 años. En la última página de su diario, dos días antes del accidente, Sandra dejó su testimonio espiritual: «Esta vida no es mía. Esta vida, que va evolucionando por un respiro que no es mío, transcurre en una serena jornada que no es mía. No hay nada en este mundo que sea tuyo. ¡Sandra, date cuenta! Todo es un regalo en el que el ‘Donador’ puede intervenir cuando y como quiera. Cuida el regalo que se te ha dado haciéndolo más hermoso y pleno para cuando sea la hora».