(Arch Toledo/InfoCatólica) «Al recordar al venerable José Rivera saltan a la luz muchos aspectos admirables de su testimonio personal, siempre sacerdotal, de su enseñanza, de su espiritualidad, que merece la pena que no olvidemos, y que debemos volver a poner una y otra vez delante de nosotros para seguir su ejemplo de celo por la santidad, de combate contra la mediocridad, de testimonio sacerdotal, como ha reconocido oficialmente la Iglesia al declararlo venerable, modelo, por el ejercicio y la vivencia heroica de sus virtudes».
Así escribe el Sr. Arzobispo en una carta con ocasión del trigésimo aniversario de la muerte de don José, el próximo 25 da marzo.
Don Francisco afirma que «podriamos resaltar de don José su amor y entrega a los pobres y su pobreza, su vida de mortificación y expiación impresionante, su capacidad y dedicación a la lectura y al estudio intensísimo y extensísimo, su capacidad para la dirección espiritual de toda clase de personas y de vocaciones... y muchos aspectos más de su vida ejemplar y de su testimonio ».
«Yo quisiera proponer -añade- a todos los fieles diocesanos y especialmente a los sacerdotes y seminaristas, con motivo de este 30° aniversario y, teniendo en cuenta las circunstancias que vivimos actualmente en la Iglesia, solamente unos aspectos que debemos considerar con urgencia».
En primer lugar, don Francisco afirma que «el venerable José Rivera tenía una personalidad sacerdotal íntegra, no 'integrista; sí integral y bien integrada. Una personalidad sacerdotal de arriba abajo, como lo definió D. Baldomero Jiménez Duque, otro admirable sacerdote, poco después de conocer su muerte: don José Rivera era un sacerdote de cuerpo entero. Era sacerdote por los cuatro costados, de una pieza. Toda su personalidad era sacerdotal y, desde cualquier perspectiva, siempre resplandecía su ser sacerdotal».
«En su conciencia -añade-, vivencia y espiritualidad se transparentaba su ser sacerdote, todo sacerdote, siempre sacerdote y nada más que sacerdote. Vivía todo, en todo momento y en cualquier circunstancia, desde su ser sacerdotal, desde su configuración sacramental con Jesucristo Sacerdote».
Don Francisco explica que quizá haya sacerdotes que no puedan -o no se sientan llamados- a asumir en sus propias vidas esos modos y maneras concretas, vividas y testimoniadas por don José Rivera», sin embargo, «todos los sacerdotes estamos llamados a vivir radicalmente de nuestro ser sacerdotal, que ha sido configurado sacramentalmente con el Sacerdocio de Jesucristo».
El Sr. Arzobispo explica que «todavía somos muchos los que hemos disfrutado de haberle conocido y tratado durante su vida mortal», y constata que «sin duda, quienes hemos recibido este don de Dios en nuestras vidas, debemos tomar conciencia de la gran responsabilidad que conlleva. Es un deber de gratitud para con Dios hacer lo posible para que el testimonio del venerable José Rivera no sea olvidado. Y, menos aún, despreciado o tergiversado».
Tras recordar que la Santa Sede declaró el 30 de septiembre de 2015, que don José es venerable, don Francisco afirma que no quiere «dejar de proponerlo a todos los diocesanos. Pero especialmente a ]os sacerdotes y seminaristas, para que lo valoren y aprecien en sus vidas, lo tengan como modelo y se encomienden también a su intercesión para alcanzar ese alto grado de vida sacerdotal que necesita y se merece la Iglesia y que llena de gozo y felicidad a los sacerdotes que aspiran a ello».
El Sr. Arzobispo recuerda en su escrito que «otro aspecto de la vida y testimonio del venerable José Rivera, que merece la pena recordar en estos momentos, es su amor ardiente a la Iglesia», que «se enfervorizó hasta el apasionamiento con la celebración del Concilio Vaficano II».
Así, «captó enseguida la presencia activa, impetuosa, del Espíritu Santo, con su fuerza renovadora y conservadora, y con su luz sobrenatural para discernir».
«Su amor apasionado a la Iglesia -afirma don Francisco- le impulsaba a vivir muy expresivamente su fidelidad al ministerio y a la persona del Papa –fuera quien fuere- por ser el Papa, el sucesor de Pedro elegido por el Espíritu Santo, y a su magisterio ordinario y extraordinario».
Además, «este amor a la Iglesia se transparentaba igualmente en su amor a la Iglesia diocesana. Creía fervientemente que la Iglesia diocesana debía reflejar y realizar, con signos claros y eficaces, su maternidad; es decir, su fecundidad para dar vida, pero también su solicitud para criar a sus hijos alimentándolos, educándolos, formándolos y acompañándolos hasta la santidad».
Este amor de don José a la Iglesia y al Papa, a la Iglesia diocesana y a sus instituciones «debe ser hoy especialmente valorado y apreciado por todos. Pero debe ser muy valorado y apreciado especialmente por los sacerdotes, por los seminaristas que se preparan para serlo, y por todos sus formadores, ya lo sean en el aspecto humano, en el intelectual, en el espiritual, o en el pastoral».
Don Franciso bendijo ayer a la entrada de la pilla de San José del Seminario para conmemorar este aniversario, «de manera que sirva de recuerdo permanente para todos los seminaristas y formadores»