(Bcrblog/InfoCatólica) Valenciennes es una ciudad del norte de Francia, a orillas del río Escalda, y el santuario de Nuestra Señora de la Fuente se encontraba a media legua de la ciudad en el año 1008.
Según la tradición, en dicho hubo una terrible hambruna que precedió a la peste. Consta que la ciudad de Valenciennes fue tan asolada por la peste que murieron cerca de 8.000 personas en pocos días, por lo que las crónicas de la época cuentan que parecía que «los muertos superaban a los vivos». El pueblo se afligió profundamente ante el espectáculo de la muerte que le rodeaba constantemente, y no teniendo otro recurso, acudió en masa a sus iglesias para refugiarse a los pies de Nuestra Madre de la Misericordia e implorar su intercesión.
Un santo ermitaño llamado Bertholin, que vivía cerca, en Nuestra Señora de la Fuente, se sintió conmovido por la desgracia de sus hermanos y redobló sus austeridades y oraciones. Rezó por los habitantes de Valenciennes, diciendo: «¡Oh, María! ¡Rescata a estos afligidos que han clamado a ti! ¿Dejarás morir a este pueblo que te ha invocado para que lo rescates y que te confía sus preocupaciones? ¿Serás invocada en vano?»
La Santísima Virgen se le apareció al ermitaño Bertholin mientras rezaba fervientemente en la noche del 5 de septiembre. El piadoso religioso quedó repentinamente deslumbrado por el resplandor de una luz más pura que el sol, mientras que al mismo tiempo la Madre de la Misericordia se le apareció con un aire de bondad. Ella ordenó a Bertholin que dijera a los habitantes que ayunaran al día siguiente, y que luego pasaran la noche en oración para poner fin a la plaga. «Ve a mi pueblo de Valenciennes. En la víspera de mi natividad verán la garantía de protección que quiero darles».
La respuesta fue abrumadora. El pueblo de Valenciennes hizo lo que se le dijo, y en la víspera de la Natividad de la Virgen, el 7 de septiembre, el pueblo dse situó en las murallas y torres de la ciudad esperando con entusiasmo el cumplimiento de la promesa celestial. Su confianza no fue en vano, pues de repente la noche pareció convertirse en día y vieron a la Reina del Cielo descender a la tierra con majestuosidad, brillando como una luz del Cielo, más brillante que el sol. Acompañada por una hueste de ángeles, la Virgen parecía ceñir la ciudad con un cordón. No hay nada que pueda expresar los sentimientos de alegría y devoción con los que los habitantes de Valenciennes se sintieron atraídos por este espectáculo. En un momento dado, todos se inclinaron y pidieron la bendición de la Virgen. Su Madre celestial los bendijo, y los enfermos recuperaron la salud, y los habitantes de Velenciennes se libraron para siempre de la peste.
La Santísima Virgen encargó al ermitaño que dijera al pueblo que debían hacer una procesión solemne, y que lo hicieran cada año. El pueblo estaba ansioso por cumplir este deseo de su Madre celestial, y salió de la ciudad cantando alabanzas a la Santísima Virgen María.
Desde entonces, la procesión de Nuestra Señora del Santo Cordón, tiene lugar todos los años, siempre por el mismo recorrido donde se había colocado el santo cordón. El cordón de la Santísima Virgen estaba guardado en un santuario en una hermosa iglesia gótica, Notre-Dame-la-Grande.
Este cordón, relató el abad Orsini, se conservaba todavía en Valenciennes cuando él viví. Ya no es así, pues desapareció durante el Terror de la Revolución Francesa. La iglesia fue vendida en subasta y luego arrasada, y el relicario enviado a la ceca. Del Santo Cordón no se sabe nada ahora, aunque nadie fue testigo de su destrucción cuando desapareció en el año 1793.