(Asia News) Las autoridades chinas intentan por todos los medios que los no cristianos se desinteresen de la Navidad y que incluso lleguen a odiar a los cristianos. Así describe la situación el padre Paul Chen, sacerdote oficial de China central. Todos estos medios deberían servir para frenar el creciente interés y el número de conversiones que se están produciendo en la sociedad china.
Navidad es una fiesta de paz. Jesucristo nace en la tierra y en el corazón de cada ser humano. Pero este año la Navidad está destinada a ser otra de esas fiestas solemnes que no nos permiten tener paz en el corazón. Porque hay muchas cosas dentro y fuera de la Iglesia que interfieren e incluso corren el riesgo de destruir la paz del corazón que recibe a Jesús.
Desde un punto de vista exterior, todos los años, cuando está cerca la Navidad, los medios de comunicación publican noticias extrañas y llevan a cabo un verdadero boicot. Numerosas autoridades, unidades de trabajo, departamentos del gobierno, etc ... comienzan a realizar reuniones en las que prohíben a sus miembros participar en actividades religiosas. En algunas escuelas incluso se ha iniciado una investigación para verificar la pertenencia religiosa de profesores y empleados. Estas medidas oficiales crean un clima de oposición al cristianismo y un boicot a la Navidad en la sociedad, provocando una fuerte presión psicológica entre los cristianos. ¿Qué pretenden conseguir? ¿Prevenir el interés por la Navidad de los no cristianos? ¿Impedirlo? ¿Sembrar el odio contra los cristianos?
Dentro de la Iglesia, los documentos que difundieron las autoridades que gobiernan las religiones han añadido un cierto número de restricciones mucho más duras que las de años anteriores. Por ejemplo, ahora es necesario declarar a las autoridades detalles específicos sobre el número de participantes y el propósito del evento litúrgico. Se exige que las autoridades de la ciudad y de las comunidades implementen y verifiquen todas las regulaciones. Esto pone bajo presión a los funcionarios de mejor jerarquía, que entonces hacen todo lo posible por hacer más estricto el control a fin de cumplir lo que les ordenan sus superiores, o por miedo a que recaiga sobre ellos alguna responsabilidad.
Por eso algunas autoridades locales emitieron una orden que prohíbe cualquier actividad en los lugares religiosos registrados que estén bajo su jurisdicción.
Hay muchas parroquias pequeñas en lugares remotos donde los sacerdotes han sido presionados para cancelar todas las actividades. Ellos tuvieron que aceptar porque no pueden hacer frente a las amenazas de la policía, de las autoridades sanitarias y de las autoridades políticas del municipio. Pero al mismo tiempo hay que decir que estas dificultades han servido de excusa para que algunos sacerdotes decidan abandonar voluntariamente las celebraciones litúrgicas para congraciarse con las autoridades.
Este año hay una razón mucho más contundente, incluso más convincente: el Covid-19. Para prevenir y controlar la propagación de Covid-19, debemos hacer todo lo posible para aislarlo, y eso es obvio, nadie tiene dudas al respecto. Todos sentimos profundamente lo grave y dramática que es esta pandemia. El problema es que en muchos lugares públicos, como centros comerciales, aeropuertos, estaciones de tren, escuelas y otros lugares muy concurridos, las cosas parecen fluir como antes, sin normas ni prohibiciones especiales. Solo los lugares religiosos están bloqueados, solo los encuentros navideños, con la excusa de que es para prevenir y controlar el Covid-19. Las directivas incluso afirman que la protección de los lugares religiosos contra Covid se convertirá en una constante. ¿Acaso eso significa que en el futuro todas las actividades religiosas serán limitadas e impedidas en nombre de la protección del Covid-19? Un ejemplo: en la reciente ordenación episcopal del obispo de Linfen, para prevenir y controlar la pandemia, se limitó a 200 el número de personas que podían participar. Sin embargo, el flujo diario de personas en los lugares públicos (centros comerciales, mercados de verduras, etc.) supera con creces los 200 o 300 visitantes. Esta injusticia preocupa a muchos feligreses y sacerdotes.
Muchos católicos dicen que la situación de la Iglesia y el control de las actividades religiosas han empeorado desde que se firmó el Acuerdo Sino-Vaticano. A cualquier distancia que se encuentren, se les advierte que los extranjeros tienen prohibido participar en eventos [con los chinos] y la infiltración de fuerzas religiosas extranjeras también está proscrita. Los fieles católicos y sus sacerdotes corren el riesgo de que la venida de Cristo sea para ellos una catástrofe espiritual: la alegría y la paz que saludaron el nacimiento de Jesús muy a menudo están envueltas en miedo y sufrimiento por la dureza de la situación.