(InfoCatólica) «Trascendencia encarnada» es el último ensayo de filosofía moral del sacerdote Roberto Esteban Duque, un texto académico editado por Ediciones Universidad de Navarra (EUNSA), donde se debate el saber si nuestra meta apropiada es una actividad conforme a la completa excelencia humana más alguna forma de trascendencia o, por el contrario, para perseguir adecuadamente el bien humano en su totalidad debemos dejar de lado nuestro deseo de trascendencia.
Para el autor, la experiencia humana demuestra que ni el bienestar, ni el mantenimiento ilimitado del mismo estado de vida temporal, ni la prosperidad humana (human flourishing), pueden constituir una esperanza sólida para el hombre. La felicidad posible no queda confiscada en el marco de lo temporal y humano. Se precisa rescatar la trascendencia, porque sólo así el hombre puede descubrir su auténtica vocación. El encuentro con Cristo será la clave para interpretar no sólo el deseo de felicidad del hombre, sino también el lugar normativo de la propia excelencia de la acción humana.
¿Cuál es el punto de partida de su ensayo?
La génesis habría que focalizarla en el diálogo sobre la trascendencia entre la filósofa estadounidense Martha Nussbaum y el filósofo canadiense Charles Taylor. Al parecer de Taylor, la interpretación que Nussbaum hace de Aristóteles repudia la aspiración de vivir una vida trascendente divina como inapropiada para un ser humano. El paradigma de Trascendencia encarnada, el acontecimiento de Cristo, se presenta como la respuesta al desafío que Taylor dirige a Nussbaum. La Encarnación es el locus del encuentro entre el hombre y Dios. El don del ser de Dios es el don del Hijo de Dios encarnado.
En su libro existe una verdadera resistencia intelectual al planteamiento aristotélico de la filósofa estadounidense Martha Nussbaum
Habría que explicar en qué consiste esa resistencia.
Para usted prevalece el hombre místico sobre el racional
Creo en esa superioridad bergsoniana. Si la resistencia intelectual significa posicionarme frente a la actitud racional e intuitiva de Nussbaum, tengo todas las de perder: la estadounidense posee unas cualidades excepcionales. Pero si mi oposición la realizo movido no tanto por el menosprecio a su discurso racional prevalente sino por el deseo de mostrar la posibilidad de una plenitud mayor en la vida del hombre, entonces encuentro justificada mi resistencia.
¿Sería tanto como ofrecer una felicidad mayor?
Fundada en un amor mayor, en una trascendencia que revierte y desborda en la vida. Es aquello que decía Chesterton: «un verdadero soldado no lucha porque tenga algo que odia delante de él, lucha porque tiene algo que ama detrás».
Al parecer, su «visión crítica» hacia Nussbaum se articula desde el amor de Dios o desde una mirada trascendente divina o religiosa
Abordo la crítica argumentativa desde la referencia fundacional de la acción humana o el reconocimiento del don divino, el reconocimiento de que la acción humana está envuelta en el misterio de la acción divina. No parece suficiente una trascendencia humana e interna, como la que propone Nussbaum, el rechazo del relato creacional o mantenerse en un plano puramente filosófico. Un humanismo puramente secular es una empresa abocada al fracaso: el ser humano sin aspiración hacia la trascendencia dejaría de ser un ser humano. El deseo de trascendencia es inherente al ser humano. Domesticar este deseo es abolir la misma naturaleza humana que, en su urdimbre más profunda, es deseo de trascendencia. Mi «visión crítica» está estructurada desde la apertura a Dios, que, lejos de significar deserción del mundo, es una manera distinta de estar en él.
¿Cuál sería uno de sus mayores puntos de fricción con el pensamiento de Nussbaum?
Quizá el hecho de que desatienda el anclaje religioso de nuestras acciones. Incluso muestra su contrariedad cuando, a su parecer, son beneficiados los que pretenden vivir conforme a su credo religioso. Parece una broma de mal gusto pensar siquiera en la posibilidad de que algo semejante ocurra en nuestras sociedades occidentales. Más bien sucede lo contrario. Se rechaza el pensamiento de la trascendencia del hombre, desaparece cualquier pretensión de carácter absoluto, se asume un «nihilismo banal» como mejor modo de vida posible. Creo, sin embargo, que la existencia terrenal aparece como un tempus formandi, un espacio concedido por Dios al hombre para que éste pueda aclimatarse a la morada divina. Se trata de reconocer el aprecio por el tiempo de vida que Dios nos concede en la tierra como verum spatium para cultivar la amistad con Él. Y ello nos exige la mayor de las superaciones en la tierra que consiste en amar, porque a la tarde, nos advierte san Juan de la Cruz, te examinarán del amor.
Se muestra más complaciente con la argumentación de Taylor, aunque tampoco le convenza y no se libre de su crítica en ese diálogo
En la filosofía moral que Taylor propone se encuentra el carácter teleológico, es decir, la presencia del telos en las acciones humanas, ayudándonos así a reflexionar sobre nuestros propósitos, a considerar nuestras fuentes morales, los bienes superiores hacia los cuales tendemos. Taylor concibe una filosofía moral en la que el sujeto es capaz de dirigir su conducta, de manifestarse libremente hacia un fin, recuperando así la interioridad del sujeto en la realización de sus acciones, lleva a cabo la recuperación del sujeto que actúa. Pero excluye de su planteamiento la virtud ética. La paradoja del pensador canadiense es elocuente: ¿cómo alcanzar la vida plena que reprocha a Nussbaum no conseguir en la apertura a la trascendencia cuando al mismo tiempo se suprime la virtud para poder alcanzarla? ¿Qué felicidad se propone cuando se elimina la virtud ética, sin la cual el hombre no puede ser libre, quedando incapacitado para la vida buena que se pretende alcanzar?
Zubiri hablará de una trascendencia inmanente
Desde la perspectiva de Zubiri el problema de la trascendencia de Dios es inverso al planteamiento de Taylor: Dios, y por lo tanto su trascendencia, ya no es un problema que nos lleve hacia el «más allá», que nos saque del mundo, sino que nos hace penetrar con mayor fuerza en él. Al estar religado, el hombre no está con Dios, sino en Dios. La trascendencia en Zubiri no es trascendencia «de» la realidad, o «fuera» de la realidad, sino que es la trascendencia de Dios «en» la realidad. La trascendencia está en el fondo formal de las cosas mismas. Por eso la trascendencia no se debe buscar «fuera» de las cosas ni del mundo, sino en las cosas mismas, en el mismo mundo. Profundizando, sumergiéndome en la realidad, estoy trascendiendo. Y aún más, cuando más me adentro en mí mismo, más trasciendo y más me acerco a Dios.
El paradigma alternativo en ese diálogo es Trascendencia encarnada
Más que alternativo, lo considero integrador. El encuentro con Cristo será la clave para interpretar no sólo el deseo de felicidad del hombre, sino también el lugar normativo de la propia excelencia de la acción humana. La búsqueda de la trascendencia en el cristianismo significa un descender a la Encarnación, al mundo, a la solidaridad y la justicia. Esta antropología teológica se presenta como una ética fundamental: manifestando la comunión del hombre con Dios, esta antropología funda el comportamiento responsable del hombre en el entramado de las relaciones con los demás en cuanto inserto en las relaciones con Dios mismo. El cristianismo es una religión en la que la trascendencia se abre a la inmanencia, haciendo que esta última se vuelva trascendente. O bien, mirada desde la humanidad, es la inmanencia que busca trascendencia a través de la invitación de un Dios que se hace inmanente en Jesucristo.
En tiempos de coronavirus, Nussbaum rechaza el miedo como criterio para actuar en nuestras decisiones
Comparto su visión. El miedo ha sido imprescindible para la supervivencia y evolución de la especie humana. El problema está en que el miedo es una «emoción narcisista», centrada en nosotros mismos. Muchos funcionarios en paro se resistieron a coger el teléfono para incorporarse al trabajo en un hospital durante la epidemia del coronavirus. Declinaron a responder a la llamada por miedo a contraer el virus. Es decir, el miedo es una disposición elemental que se centra en la propia supervivencia y bienestar, una atención focalizada en uno mismo. Cuando sentimos miedo dejamos de lado la «preocupación empática» por los demás, lo cual significa desatender la consideración que ha de merecernos el bienestar de todos los miembros de la sociedad. Aunque el miedo es un mecanismo valioso, puede generar conductas impredecibles y poco fiables. Tenemos que tomar decisiones y actuar en un mundo para el que la evolución biológica nos ha preparado poco, por no decir nada.
¿No le parece un contrasentido la tramitación de la ley de la eutanasia en estos tiempos de tanto sufrimiento?
Me parece algo ofensivo. La respuesta que como sociedad debemos dar al sufrimiento humano en el final de la vida no es la de acabar con la persona que sufre ni la de otorgar al Estado el poder disponer de la vida humana. Creo que la verdadera urgencia está, en primer lugar, en la universalización de los cuidados paliativos en un país donde no los reciben la mitad de quienes lo necesitan, y, en segundo lugar, en cuidar más las relaciones entre el paciente, la familia y los profesionales sanitarios, alejando al poder político de cualquier intervencionismo. El legislador debería garantizar las condiciones de un desenvolvimiento óptimo de aquellas relaciones, pero nunca quedar bajo su poder la disponibilidad de la vida humana. Es horrible pensar los abusos que se cometerán cuando el deseo de un paciente a morir se convierte en un derecho que obliga al profesional sanitario a matar, a la capacidad de disponer de la vida, erosionando la confianza entre el médico y el paciente.