(Aica) «Por primera vez en la historia, el hombre tiene la capacidad de destruir las condiciones de vida en la tierra. Las armas nucleares (ndr: existen desde hace 75 años) son el símbolo del titanismo prometeico del hombre, la expresión tangible del 'complejo de omnipotencia' del 'hombre-dios' contemporáneo. En el uso del poder que deriva de la ciencia y la tecnología, lo que hoy se pone de manifiesto es la ambivalencia de la libertad del hombre», escribe el patriarca.
Bartolomé destaca que «la ciencia está al servicio de la vida; contribuir al progreso, a hacer frente a las enfermedades y otras realidades que hasta hoy se consideraban fatales; crea nuevas perspectivas positivas para el futuro. Sin embargo, al mismo tiempo proporciona al hombre medios omnipotentes cuyo uso impropio puede convertirse en destructivo».
«Estamos experimentando -lamenta el patriarca ecuménico- la destrucción del ambiente natural, de la biodiversidad, de la flora y de la fauna, la contaminación de los recursos acuáticos y de la atmósfera, el progresivo colapso del equilibrio climático» y otros excesos».
Pero el desarrollo económico, actualmente fundado en la maximización de la ganancia, no puede seguir siendo una pesadilla para la ecología».
Economía ecológica
El «cambio de dirección hacia una economía ecológica constituye una necesidad ineludible. No existe un verdadero progreso fundado en la destrucción del ambiente natural. Es inconcebible que se adopten decisiones económicas sin tomar en cuenta también sus consecuencias ecológicas».
Es un conjunto de situaciones, observa Bartolomé I, que demuestra que «la integridad de la naturaleza constituye un imperativo categórico para la humanidad contemporánea. Personas, grupos y organizaciones lo comprenden, pero no así los administradores de la cosa pública.
En vista de esa realidad, el patriarcado ecuménico recuerda que ha sido pionero en el campo de la protección de la creación y continuará sus iniciativas ecológicas, la organización de conferencias ecológicas, la movilización de sus fieles y sobre todo de los jóvenes, la promoción de la protección del ambiente como tema fundamental para el diálogo interreligioso y las iniciativas compartidas de las religiones, los contactos con los líderes políticos y las instituciones, la cooperación con las organizaciones ambientales y los movimientos ecológicos.
«Es evidente, escribe, que la colaboración para la tutela del ambiente crea ulteriores vías de comunicación y posibilidades para nuevas acciones en común».
«La vida misma de la Iglesia -observa por último Bartolomé- es una ecología aplicada. Los sacramentos de la Iglesia, toda su vida de culto, su ascetismo y la vida comunitaria, así como la vida cotidiana de sus fieles, expresan y generan el más profundo respeto por la creación».
«La sensibilidad ecológica de la Ortodoxia -se lee en el texto- no ha sido ideada sino que es una respuesta a la crisis ambiental contemporánea. La lucha para la protección de la creación es una dimensión central de nuestra fe. El respeto por el ambiente es un acto de doxología del nombre de Dios, así como la destrucción de la creación es una ofensa al Creador, absolutamente irreconciliable con los principios fundamentales de la teología cristiana».