(Luis F. Pérez/InfoCatólica) El Primado de España advirtió de que "la fe adulta no se deja zarandear de un lado a otro por cualquier corriente. Se opone a los vientos de la moda".
Dirigiéndose a los nuevos sacerdotes, don Braulio les confesó que durante sus primeros años de cura se preguntaba cómo convencer y con qué medios contaba para persuadir a los fieles para que siguieran el evangelio. "Era", aseguró el arzobispo, "y es para mí una pregunta inquietante. Pero el Señor responde y ayuda, porque el Evangelio no es únicamente un anuncio que hay que transmitir, sino también una forma de vida; lo que anunciamos se debe ver también reflejado en nuestro ser. Por eso necesitáis la fuerza y fortaleza del Espíritu por la imposición de las manos y la oración consecratoria".
Citando a san Gregorio Magno, monseñor Rodríguez declaró que "aquel que no tiene caridad hacia los demás no debe, en absoluto, encargarse del ministerio de la predicación" . "Consuela mucho saber", dijo el Arzobispo Primado, "que Él viene detrás de nosotros, sus predicadores, y aún nos precede. Lo nuestro es siempre un preámbulo. Es la Presencia de Cristo la que hace hombre y mujeres nuevos, sin fisuras. Nosotros preparamos, exhortamos, disponemos al alma. Pero es tarea necesaria, ya que Cristo "necesita" de nuestra carne y quiere que allanemos el camino de Aquel que sube al poniente, a fin de que, viniendo enseguida, ilumine por la presencia de su amor. Es, pues, una tarea preciosa, ilusionante, que debe llenar toda nuestra vida".
Siendo la primera ordenación que realizada como arzobispo de Toledo, don Braulio quiso agradecer "al Señor por tan abundante cosecha que yo no he sembrado, ni labrado ni abonado. Han sido otros: vosotros, padres y familias de los ordenandos; vosotros formadores y profesores del Seminario Menor y Mayor; vosotras comunidades cristianas; vosotros sacerdotes y fieles laicos que les habéis acompañados, los arzobispos y obispos auxiliares que nos habéis precedido. En definitiva, la Iglesia santa. Gracias de corazón".
Don Braulio reconoció que a veces "la Iglesia sufre por la infidelidad de algunos ministros, sin duda". "Pero", afirmó, "no debemos sólo resaltar escrupulosamente las debilidades de los ministros de la Iglesia, sino también reconocer gozosamente la grandeza del don de Dios, plasmado en espléndidas figuras de pastores generosos. `¡Oh, qué grande es el sacerdote!´, exclamaba san Juan María Vianney (...) Si comprendiéramos bien lo que representa un sacerdote sobre la tierra, moriríamos: no de pavor, sino de amor".