(Del Oficio de Lecturas)
Salmo 22. El Buen Pastor
El Cordero los apacentará y los guiará a los manantiales de las aguas de la vida (Ap 7, 17).
El Señor es mi Pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas; me guía por el sendero justo, por el honor de su nombre.
Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan.
Preparas una mesa ante mí, enfrente de mis enemigos; me unges la cabeza con perfume, y mi copa rebosa.
Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida, y habitaré en la casa del Señor por años sin término.
Salmo 41. Deseo del Señor y ansias de contemplar el Templo
El que tenga sed y quiera, que venga a beber el agua de la vida (Ap 22, 17).
Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío; tiene sed de Dios, del Dios vivo: ¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios?
Las lágrimas son mi pan noche y día, mientras todo el día me repiten: «¿Dónde está tu Dios?»
Recuerdo otros tiempos, y desahogo mi alma conmigo: cómo marchaba a la cabeza del grupo hacia la casa de Dios, entre cantos de júbilo y alabanza, en el bullicio de la fiesta.
¿Por qué te acongojas, alma mía, porqué te me turbas? Espera en Dios que volverás a alabarlo: «Salud de mi rostro, Dios mío».
Cuando mi alma se acongoja, te recuerdo desde el Jordán y el Hermón y el Monte Menor.
Una sima grita a otra sima con voz de cascadas: tus torrentes y tus olas me han arrollado.
De día el Señor me hará misericordia, de noche cantaré la alabanza del Dios de mi vida.
Diré a Dios: «Roca mía, ¿por qué me olvidas? ¿Por qué voy andando, sombrío, hostigado por mi enemigo?»
Se me rompen los huesos por las burlas del adversario; todo el día me preguntan: «¿Dónde está tu Dios?»
¿Por qué te acongojas, alma mía, porqué te me turbas? Espera en Dios que volverás a alabarlo: «Salud de mi rostro, Dios mío».
Salmo 80. Solemne renovación de la Alianza
Mirad que no tenga nadie un corazón malo e incrédulo (Hb 3, 12).
Aclamad a Dios, nuestra fuerza; dad vítores al Dios de Jacob: acompañad, tocad los panderos, las cítaras templadas y las arpas; tocad la trompeta por la luna nueva, por la luna llena, que es nuestra fiesta.
Porque es una ley de Israel, un precepto del Dios de Jacob, una norma establecida por José al salir de Egipto.
Oigo un lenguaje desconocido: «retiré sus hombros de la carga, y sus manos dejaron la espuerta. Clamaste en la aflicción, y te libré, te respondí oculto entre los truenos, te puse a prueba junto a la fuente de Meribá.
Escucha, pueblo mío, doy testimonio contra ti; ¡ojalá me escuchases Israel!
No tendrás un dios extraño, no adorarás un dios extranjero; yo soy el Señor, Dios tuyo, que te saqué del país de Egipto; abre la boca que te la llene».
Pero mi pueblo no escuchó mi voz, Israel no quiso obedecer: los entregué a su corazón obstinado, para que anduviesen según sus antojos.
¡Ojalá me escuchase mi pueblo y caminase Israel por mi camino!: en un momento humillaría a sus enemigos y volvería mi mano contra sus adversarios; los que aborrecen al Señor te adularían, y su suerte quedaría fijada; te alimentaría con flor de harina, te saciaría con miel silvestre.
Lectura del libro del Éxodo 24, 1-11
Vieron al Señor y comieron y bebieron en su presencia
En aquellos días, dijo Dios a Moisés:
«Sube hacia mí con Aarón, Nadab, Abihú y los setenta ancianos de Israel, y prosternaos a distancia. Después se acercará Moisés solo, ellos no se acercarán; tampoco el pueblo subirá con ellos.»
Moisés bajó y contó al pueblo todo lo que le había dicho el Señor, todos sus mandatos, y el pueblo contestó a una: «Haremos todo lo que dice el Señor.»
Entonces Moisés puso por escrito todas las palabras del Señor. Se levantó temprano y edificó un altar en la falda del monte, y doce estelas por las doce tribus de Israel. Mandó luego a algunos jóvenes israelitas que ofreciesen holocaustos e inmolasen vacas como sacrificio de comunión para el Señor. Después tomó la mitad de la sangre y la echó en recipientes, y con la otra roció el altar.
Tomó en seguida el documento del pacto y se lo leyó en voz alta al pueblo, el cual respondió: «Haremos todo lo que manda el Señor y obedeceremos.»
Moisés tomó el resto de la sangre y roció con ella al pueblo, diciendo: «Ésta es la sangre de la alianza que el Señor hace con vosotros, de acuerdo con todas estas palabras.»
Subieron Moisés, Aarón, Nadab, Abihú y los setenta ancianos de Israel, y vieron al Dios de Israel. Bajo sus pies había como un pavimento de zafiro, tan puro como el mismo cielo cuando está sereno. Dios no extendió la mano contra los notables de Israel, los cuales pudieron contemplar a Dios y después comieron y bebieron.
Responsorio. Jn 6, 48. 49. 50. 51. 52
V. Yo soy el pan de vida; vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron.
R. Éste es el pan que baja del cielo para que quien lo coma no muera.
V. Yo soy el pan vivo bajado del cielo; todo el que coma de este pan vivirá eternamente.
R. Éste es el pan que baja del cielo para que quien lo coma no muera.
Lectura de las Obras de santo Tomás de Aquino, presbítero (Opúsculo 57, En la fiesta del Cuerpo de Cristo, lect. 1-4)
¡Oh Banquete precioso y admirable!
El Hijo único de Dios, queriendo hacernos partícipes de su divinidad, tomó nuestra naturaleza, a fin de que, hecho hombre, divinizase a los hombres.
Además, entregó por nuestra salvación todo cuanto tomó de nosotros. Porque, por nuestra reconciliación, ofreció, sobre el altar de la cruz, su cuerpo como víctima a Dios, su Padre, y derramó su sangre como precio de nuestra libertad y como baño sagrado que nos lava, para que fuésemos liberados de una miserable esclavitud y purificados de todos nuestros pecados.
Pero, a fin de que guardásemos por siempre jamás en nosotros la memoria de tan gran beneficio, dejó a los fieles, bajo la apariencia de pan y de vino, su cuerpo, para que fuese nuestro alimento, y su sangre, para que fuese nuestra bebida.
¡Oh banquete precioso y admirable, banquete saludable y lleno de toda suavidad! ¿Qué puede haber, en efecto, de más precioso que este banquete en el cual no se nos ofrece, para comer, la carne de becerros o de machos cabríos, como se hacía antiguamente, bajo la ley, sino al mismo Cristo, verdadero Dios?
No hay ningún sacramento más saludable que éste, pues por él se borran los pecados, se aumentan las virtudes y se nutre el alma con la abundancia de todos los dones espirituales.
Se ofrece, en la Iglesia, por los vivos y por los difuntos, para que a todos aproveche, ya que ha sido establecido para la salvación de todos.
Finalmente, nadie es capaz de expresar la suavidad de este sacramento, en el cual gustamos la suavidad espiritual en su misma fuente y celebramos la memoria del inmenso y sublime amor que Cristo mostró en su pasión.
Por eso, para que la inmensidad de este amor se imprimiese más profundamente en el corazón de los fieles, en la última cena, cuando después de celebrar la Pascua con sus discípulos iba a pasar de este mundo al Padre, Cristo instituyó este sacramento como el memorial perenne de su pasión, como el cumplimiento de las antiguas figuras y la más maravillosa de sus obras; y lo dejó a los suyos como singular consuelo en las tristezas de su ausencia.
Responsorio
V. Reconoced en el pan al mismo que pendió en la cruz; reconoced en el cáliz la sangre que brotó de su Costado. Tomad, pues, y comed el cuerpo de Cristo; tomad y bebed su sangre.
R. Sois ya miembros de Cristo.
V. Comed el vínculo que os mantiene unidos, no sea que os disgreguéis; bebed el precio de vuestra redención, no sea que os depreciéis.
R. Sois ya miembros de Cristo.
Oración
Oh Dios, que en este sacramento admirable nos dejaste el memorial de tu pasión, te pedimos nos concedas venerar de tal modo los sagrados misterios de tu Cuerpo y de tu Sangre, que experimentemos constantemente en nosotros el fruto de tu redención. Tú que vives y reinas.