(InfoCatólica) Joven disipado, monje trapense, eremita en Tierra Santa y en Argelia… Hablar del beato Carlos de Foucauld, nacido en Estrasburgo (Francia) el 15 de septiembre de 1858, es hablar de una vida de aventura en la que Cristo fue escribiendo una historia totalmente novedosa y en la que se puede ver cómo es verdad que los caminos del Señor son inescrutables.
El beato explica cómo era su situación personal previa a la conversión,
«A los 17 años era todo egoísmo, todo deseo de mal, estaba como enloquecido. Jamás creo haber estado en tan lamentable estado espiritual. Vivía como se puede vivir cuando se ha extinguido la última chispa de la fe».
Sin embargo, la gracia de Dios ya obraba en su alma::
«Al comienzo de octubre de ese año 1886, después de seis meses de vida en familia, mientras estaba en París haciendo imprimir mi viaje a Marruecos, me encontré con personas muy inteligentes, muy virtuosas y muy cristianas; al mismo tiempo, una gracia interior extremadamente fuerte me empujaba: empecé a ir a la iglesia, sin creer, encontrándome bien solamente allí, donde pasaba largas horas repitiendo esta extraña oración: ‘¡Dios mío, si existes, haz que Te conozca!’... Pero yo no te conocía.»
Recibió el don de la fe a los 28 años cuando una prima le hizo conocer al predicador P. Huvelin, que le recomendó confesarse y comulgar para despejar sus dudas: «En cuando creí que Dios existía, no pude hacer otra cosa que vivir sólo para Él. Mi vocación religiosa data de la misma hora de mi fe. ¡Dios es tan grande! Hay tanta diferencia entre Dios y todo aquello que no lo es». Inmediatamente quiso ser religioso pero su confesor le mandó esperar tres años.
En noviembre de 1888 peregrinó a Tierra Santa, lo que causó un fuerte impacto en él. Entró en la Trapa de Nuestra Señora de las Nieves en 1890 y pasó varios años en la Trapa de Cheikhlé en el Imperio otomano, donde puso por escrito muchas de las meditaciones que serían el corazón de su espiritualidad, incluyendo la reflexión que daría origen a la célebre Oración de abandono:
Padre mío,
me abandono a Ti.
Haz de mí lo que quieras.Lo que hagas de mí te lo agradezco,
estoy dispuesto a todo,
lo acepto todo.Con tal que Tu voluntad se haga en mí
y en todas tus criaturas,
no deseo nada más, Dios mío.Pongo mi vida en Tus manos.
Te la doy, Dios mío,
con todo el amor de mi corazón,
porque te amo,
y porque para mí amarte es darme,
entregarme en Tus manos sin medida,
con infinita confianza,
porque Tu eres mi Padre.
Entre 1897 y 1900 vivió en Tierra Santa, donde su búsqueda de un ideal de pobreza, de sacrificio y de penitencia radical lo condujo cada vez más a llevar una vida eremítica. Ordenado sacerdote en Viviers el 9 de junio de 1901, decidió radicarse en Béni Abbès, en el Sahara argelino, donde combatió lo que él denominó la «monstruosidad de la esclavitud». Quiso establecer una nueva congregación, pero nadie se le unió. Estaba literalmente solo:
«Voy a quedarme aquí como único europeo… muy feliz de estar solo con Jesús, solo para Jesús…»
Vivió con los bereberes y desarrolló un estilo de ministerio basado sobre todo en el ejemplo de su vida de santidad. Para conocer mejor a los tuaregs, estudió su cultura durante más de doce años y publicó bajo un seudónimo el primer diccionario tuareg-francés. La obra científica de Foucauld como lexicógrafo es referencial para el conocimiento de la cultura tuareg.
Su verdadero objetivo era la conversión a la fe cristiana de los musulmanes:
«Esta África, esta Argelia, estos millones de no cristianos reclaman tanto la santidad que solamente podrá obtenerles su conversión; recen para que la Buena Noticia llegue y que los últimos llegados se acerquen finalmente al pesebre de Jesús, para, también, adorarlo».
«Sería necesario que el país estuviera cubierto de religiosos, religiosas y buenos cristianos que se queden en el mundo para tomar contacto con todos esos pobres musulmanes y para instruirlos».
Desarrolló el apostolado de la bondad:
«¿Hace algún bien mi presencia aquí? Si la mía no lo hace, la presencia del Santísimo Sacramento lo hace ciertamente y mucho. Jesús no puede estar en un lugar sin irradiar. Además, el contacto con los oriundos del lugar, hace desaparecer poco a poco sus prevenciones y prejuicios. Es muy lento, muy poca cosa; rece para que su hijo haga un mayor bien, y que mejores obreros que él vengan a desbrozar este rincón del campo del Padre de familia.»
«Mi apostolado debe ser el apostolado de la bondad. Si me preguntan por qué soy manso y bueno, debo decir: ‘Porque soy el servidor de alguien mucho más bueno que yo’.»
Charles de Foucauld partió al encuentro con el Padre el 1 de diciembre del año 1916. Su asesinato no es considerado martirio porque los asesinos, según todos los indicios, no le mataron por su fe sino para robar el contenido de la ermita donde se encontraba.