(Vatican.news) «La Iglesia vela con cada uno. Está cerca de todos los que sufren y están en necesidad». El Secretario de Estado Pietro Parolin expresa así la cercanía de la Iglesia en este dramático momento que vive la humanidad a causa de la pandemia. El Cardenal, en esta entrevista con los medios de comunicación del Vaticano, invita a no hacer disminuir la «solidaridad internacional»: a pesar de la emergencia y el miedo, «es el momento de no encerrarnos en nosotros mismos».
¿Cómo están viviendo el Papa y la Curia Romana este momento de emergencia?
Estamos compartiendo con todas las personas un momento difícil. Para muchos es un momento dramático. Pienso en los enfermos, los ancianos sobre todo, los moribundos, a sus familias. Estamos en la época de la Vigilia Pascual. La Iglesia vela con cada uno. Está cerca de todos los que están sufriendo y necesitados. Necesitamos ser liberados del encarcelamiento del tiempo vivido en la frustración, de la amenaza de la enfermedad y la muerte. «¡Lázaro, ven afuera!» (Jn 11,43), es el grito que resuena en el tiempo, en este particularmente, para que sea un nuevo tiempo de vida y del espíritu. El Santo Padre Francisco está buscando todas las formas posibles de estar cerca de la gente, en todo el mundo. Para él, el contacto con las personas ha sido siempre fundamental y, aunque de una manera nueva y sin precedentes, tiene la intención de mantenerlo. La transmisión diaria en vivo de la Santa Misa en Santa Marta es un signo concreto de esto. La constante oración por las víctimas, sus familias, el personal sanitario, los voluntarios, los sacerdotes, los trabajadores, las familias es otro signo concreto. Todos nosotros colaboradores tratamos de ayudarlo a mantener el contacto con las Iglesias de todos los países del mundo.
¿Qué cosa nos está enseñando este dramático suceso, que está afectando a las familias, cambiando la vida de las personas y que provocará graves repercusiones en el sistema económico?
Estamos viviendo un drama destinado a tener consecuencias importantes para nuestras vidas. En primer lugar, nos enfrentamos a nuestra fragilidad y a nuestra vulnerabilidad. Nos damos cuenta de que no somos creadores, sino somos pobres criaturas, que existen porque Alguien les da vida en cada momento. No somos los amos absolutos. Sólo hace falta una mera nada, un enemigo misterioso e invisible, para hacernos sufrir, para hacernos enfermar gravemente, para hacernos morir. Nos encontramos pequeños, inseguros, indefensos, necesitados de ayuda. Además nos enfrentamos a lo esencial, a lo que realmente importa. Se nos ofrece la posibilidad de redescubrir el valor de la familia, de la amistad, de las relaciones interpersonales, de las relaciones que normalmente descuidamos, la solidaridad, la generosidad, el compartir, la cercanía en la concreción de las pequeñas cosas. Tenemos necesidad los unos de los otros y necesitamos que las comunidades y sociedades nos ayuden a cuidarnos unos a otros. Por último, creo que es un momento oportuno para volver a Dios con todo el corazón, como nos recordaba el Papa Francisco en el momento extraordinario de oración del 27 de marzo y unos días antes en el Padre Nuestro «ecuménico», rezado junto con todos los cristianos del mundo.
¿Qué mirada nos ayuda a tener sobre la realidad en estos días la fe cristiana?
La fe cristiana es la irrupción de Dios en la historia del hombre. Dios que se hace carne, Dios que viene a compartir todo en nuestra existencia, excepto el pecado, y está dispuesto a sufrir y morir para salvarnos. Nos estamos preparando para celebrar la Pascua en esta Cuaresma tan especial: Jesús resucita, vence a la muerte, da la vida. La mirada de fe, en estos tiempos difíciles, nos ayuda a abandonarnos cada vez más a Dios, a llamar a su puerta con nuestra incesante oración para que acorte este tiempo de prueba. Nos ayuda a ver el mucho bien que nos rodea y que es testimoniado por muchas personas. Es reconfortante tocar la creatividad pastoral, ya mencionada por el Papa Francisco, de los Obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas y el compromiso de muchos laicos. Son la «voz» del Evangelio. Al igual que todos aquellos (desde los médicos a las enfermeras y los voluntarios) que luchan contra la enfermedad. Creo que es bueno ver cómo la Iglesia, que vive inmersa en la realidad de su pueblo, busca y encuentra mil maneras, utilizando todos los medios posibles, para que la gente no esté sola, pueda rezar, pueda recibir una palabra de consuelo. Me llamó la atención que, incluso en el drama actual, hay una forma de expresarse – por ejemplo a través de la música y el canto – para estar juntos. Desearía que esto también ocurriera de alguna manera para las parroquias. Sería bueno que todas las iglesias, al mismo tiempo, por ejemplo al mediodía, tocaran sus campanas durante un minuto; y que este sonido suyo fuera una llamada a rezar juntos, aunque estén físicamente lejos…
¿Qué puede decirnos sobre la situación sanitaria de los empleados de la Santa Sede?
Como saben, en la actualidad hay siete casos de positividad declarada de Covid-19. A principios de marzo se produjo el caso de una persona que transitaba en los consultorios de nuestro servicio de salud para someterse a exámenes médicos con vistas a un empleo en la Curia. A este primer caso, se han añadido seis más en las últimas semanas. Todos ellos han pasado la fase crítica y ahora están mejorando. Obviamente, como en Italia y en todos los países del mundo, controlamos la situación día a día, hora a hora, gracias al compromiso de nuestros médicos y enfermeros.
¿Qué está haciendo la Santa Sede concretamente en este momento para ayudar a las Iglesias del mundo?
La Santa Sede, a través de sus Dicasterios, se compromete a mantener el contacto con las Iglesias particulares, tratando de ayudar, en la medida de lo posible, a las poblaciones particularmente afectadas por la propagación del coronavirus, independientemente de su pertenencia religiosa o nacional, como siempre lo ha hecho. Desde que comenzó la emergencia sanitaria a nivel mundial, el propio Santo Padre quiso expresar su cercanía y solidaridad con la población china, enviando una donación a la organización caritativa Jinde Charities y a la Diócesis de Hong Kong, y sucesivamente también a Irán, Italia y España. Y se están estudiando varias iniciativas para concretar la solidaridad y dar testimonio de la caridad.
Las Misas y otras celebraciones – incluidos los funerales – han sido suspendidas, pero las iglesias siguen abiertas en casi todas partes. ¿Qué significa esto? ¿Qué es lo que les puede decir a los creyentes que no pueden recibir los sacramentos?
La suspensión de las celebraciones ha sido necesaria para evitar las reuniones masivas. Pero en casi todas las ciudades las iglesias permanecen abiertas y yo espero que las reabran lo más antes posible incluso aquellas que fueron cerradas: está la presencia de Jesús Eucaristía, los sacerdotes siguen rezando y celebrando la Santa Misa por los fieles que no pueden asistir. Es bello pensar que la puerta de la casa de Dios permanece abierta, así como las puertas de nuestras casas están abiertas, aunque se nos insta encarecidamente a no salir excepto por razones de fuerza mayor. La familia es una Iglesia doméstica, podemos rezar y prepararnos para la Pascua siguiendo las liturgias y oraciones por la televisión. A los muchos creyentes que sufren por no poder recibir los Sacramentos me gustaría decirles que comparto su dolor, pero me gustaría recordar, por ejemplo, la posibilidad de la comunión espiritual. El Papa Francisco, además, a través de la Penitenciaría Apostólica, ha concedido el don de indulgencias especiales a los fieles, no sólo a los afectados por Covid-19, sino también a los trabajadores de la salud, a sus familias y a todos aquellos que de diversas maneras, incluso a través de la oración, se ocupan de ellos. Pero también hay otro aspecto que en este tiempo de Vigilia se debe reforzar. Y es posible para todos. Orar con la Palabra de Dios. Leyendo, contemplando, acogiendo la Palabra que viene. Dios ha llenado con su Palabra el vacío que nos asusta en estas horas. En Jesús Dios se comunicó, Palabra plena y definitiva. No debemos simplemente llenar el tiempo, sino llenarnos de la Palabra.
Uno de los dramas de estos días es la soledad. En los pabellones de Covid-19 uno muere solo, sin el consuelo de sus familiares que no pueden entrar en las salas de cuidados intensivos. ¿Cómo puede la Iglesia manifestar su cercanía a estas personas?
Es una de las consecuencias de la epidemia que, en cierto sentido, me sorprende. He leído y escuchado historias dramáticas y conmovedoras. Cuando por desgracia la presencia del sacerdote en el lecho de los que están a punto de morir no es posible, todo bautizado puede rezar y traer consuelo, en virtud del sacerdocio común recibido con el Sacramento del Bautismo. Es hermoso y evangélico imaginar en este momento difícil, que de alguna manera, incluso las manos de los médicos, enfermeras, trabajadores de la salud, que cada día consuelan, curan o acompañan a estos enfermos en su último momento de vida, se convierten en las manos y las palabras de todos nosotros, de la Iglesia, de la familia que bendice, saluda, perdona y consuela. Es la caricia de Dios que sana y da vida, incluso aquella eterna.
¿Cómo se llevarán a cabo las celebraciones de la Semana Santa en el Vaticano?
Hemos estudiado modalidades diferentes a las tradicionales. De hecho, no será posible acoger a los peregrinos como siempre se ha realizado. Respetando las normas de precaución para evitar el contagio, trataremos de celebrar los grandes ritos del Triduo Pascual de tal modo de acompañar a todos aquellos que lamentablemente no podrán ir a las iglesias.
La crisis se está convirtiendo en mundial y está comenzando a involucrar a los países del Sur del mundo. ¿Cómo puede la Iglesia contribuir a un espíritu de ayuda mutua entre las diferentes naciones y continentes con diferentes problemas, para que no se pierda el espíritu de solidaridad y colaboración multilateral?
Desafortunadamente nos encontramos ante una pandemia y el contagio se está extendiendo como una mancha de aceite. Por una parte, vemos cuántos esfuerzos extraordinarios han hecho los países desarrollados, con no pocos sacrificios en la vida ordinaria de las familias y la economía nacional, para hacer frente con eficacia a la crisis sanitaria y erradicar la propagación del virus. Sin embargo, por otra parte, debo confesar que me preocupa aún más la situación de los países menos desarrollados, donde los centros de salud no podrán garantizar la atención necesaria y adecuada a la población en caso de que se produzca una mayor propagación de la enfermedad de Covid-19. Por vocación, la Santa Sede trata de tener como horizonte el mundo entero, trata de no olvidar a los más lejanos, a los que más sufren, a los que quizás luchan por ser iluminados por el foco de los medios de comunicación internacionales. No se trata sólo de una preocupación ligada a la actual emergencia por la pandemia: ¡Cuántas guerras, cuántas epidemias, cuántas hambrunas azotan a tantos de nuestros hermanos y hermanas! Es necesario rezar y comprometerse, todos nosotros, para que no disminuya la solidaridad internacional. A pesar de la emergencia, a pesar del miedo, es el momento de no cerrarse en nosotros mismos. Lamentablemente nos estamos dando cuenta de esto en estos días: problemas y dramas que considerábamos lejanos a nuestras vidas han llamado a nuestra puerta. Es una oportunidad para sentirse más unidos y para hacer crecer el espíritu de solidaridad y de compartir entre todos los países, entre todos los pueblos, entre todos los hombres y mujeres de nuestro mundo. Después de esta emergencia, de esta emergencia nacerán dificultades y cambios profundos. Necesitamos que quienes tienen responsabilidades políticas las ejerzan más allá del egoísmo de su propio interés, personal, grupal, nacional, pero que puedan mirar con sabiduría y responsabilidad, según los valores de la libertad y la justicia, al bien común.