(Die Tagespost/InfoCatólica) Un pequeño cambio en el Anuario Pontificio ha suscitado las protestas de algunos comentaristas e incluso el rechazo de un cardenal. El Anuario, normalmente nada polémico, es un documento elaborado anualmente por la Oficina de Estadística del Vaticano y publicado por la Libreria Editrice Vaticana, que contiene información relevante sobre las diversas instituciones eclesiales y sus miembros. En él se recogen los datos de cardenales, obispos, entidades de la Curia, nunciaturas, diócesis, universidades católicas, órdenes y congregaciones religiosas.
Como es costumbre en la Iglesia, su publicación está marcada por los precedentes y, generalmente, el Anuario sigue las mismas líneas de los números anteriores. En esta ocasión, sin embargo, se ha roto un precedente que a muchos les parece importante. El Anuario empieza por la persona del Papa y, tradicionalmente, comenzaba enumerando los títulos papales, empezando por el de Vicario de Jesucristo (en grandes letras). Tras él, aparecían Sucesor del Príncipe de los Apóstoles, Sumo Pontífice de la Iglesia Universal, Primado de Italia, Arzobispo Metropolitano de la Provincia de Roma, Soberano del Estado de la Ciudad del Vaticano y Siervo de los siervos de Dios. Después, se daba el nombre del Pontífice y una breve reseña biográfica de su ordenación sacerdotal, episcopal y nombramiento como Pontífice.
Este año se ha modificado ese formato acostumbrado y, en el nuevo Anuario, la página dedicada al Papa comienza por su nombre: Jorge Mario Bergoglio. Al nombre, sigue la reseña biográfica. Solo después, tras una raya horizontal y en letra de menor tamaño, se incluye un apartado denominado: «Títulos históricos». Es en este apartado donde aparece la lista que anteriormente se encontraba al principio, encabezada por el título de «Vicario de Jesucristo».
Algunos medios, como Die Tagespost, han llegado a hablar de que se había «prohibido» el título de Vicario de Cristo, apreciación que evidentemente resulta exagerada y no corresponde a la realidad. Más bien parece un nuevo ejemplo del «cambio de estética», que ha caracterizado el pontificado del Papa Francisco desde su inicio. En efecto, ya desde los primeros días como Sumo Pontífice, el Papa Francisco ha tratado de proyectar una imagen más sencilla y pobre de su labor, con multitud de gestos llamativos, como el rechazo de ornamentos tradicionales o ricos, el traslado de sus aposentos a la casa Santa Marta, la conversión de Castelgandolfo en un museo o incluso la utilización de un pequeño Fiat 500 en los Estados Unidos, que contrastaba con la flota de grandes vehículos de seguridad que lo rodeaban.
Esta nueva estética ha sido recibida con entusiasmo por muchos, como una vuelta a una Iglesia más sencilla, humilde y pobre. Otros, en cambio, han considerado un contrasentido la idea misma de gestos públicos de humildad y sencillez y han advertido que algunos de ellos tienen un efecto teológico o litúrgico empobrecedor.
Guido Horst, en Die Tagespost, ha afirmado que los lectores del Anuario quedarán «asombrados» por el cambio en el tratamiento de la figura del Pontífice y considera que un cambio así «solo podría haber ocurrido por iniciativa del Papa Francisco». Armin Schwibach, corresponsal de Kat.net, ha afirmado en Twitter, en referencia a las bromas que en Italia se producen el 1 de abril, que, «si no es una broma de los inocentes, parece que siguen desmantelándolo todo».
Declaraciones del cardenal Müller
El Cardenal Gerhard Müller, antiguo Prefecto de la Congregación Para la Doctrina de la Fe ha realizado una declaración para Die Tagespost en la que lamenta el cambio en el formato del Anuario, que, en su opinión, «reduce elementos esenciales de la doctrina católica sobre el Primado a un mero apéndice histórico». El cardenal señaló también que es una «barbaridad teológica convertir en un lastre histórico los títulos del Papa como sucesor de Pedro, representante de Cristo y cabeza visible de toda la Iglesia».
Si bien el Anuario es, básicamente, «una libreta de direcciones y carece de autoridad docente», debería «evitar las deficiencias teológicas y los errores descuidados». Asimismo, sugirió que una mirada al Concilio Vaticano II habría salvado a los redactores del Anuario de la «vergüenza» de devaluar los títulos del Papa, porque la Constitución Dogmática Lumen Gentium enseña que los obispos, sucesores de los Apóstoles, «junto con el sucesor de Pedro, Vicario de Cristo y Cabeza visible de toda la Iglesia, rigen la casa del Dios vivo» (LG 18). Precisamente por ello, explicó el Cardenal, «ningún Papa ni Concilio ecuménico podría, con su autoridad sobre la Iglesia, abolir el Primado, el episcopado o los sacramentos, ni reinterpretar su esencia».
Finalmente, el cardenal critica que este tipo de cosas se confundan con «un signo de gran humildad» y recomienda tomarse estas muestras de «superficialidad teológica» con «mucho humor e ironía».