(Asia News) El prelado pide a los católicos que se abstengan de los «aplausos inapropiados durante la Misa», recordando que la Eucaristía es «un memorial del Calvario». Si no se corta con esto cuanto antes, declara Mons. Villegas, los aplausos «pueden robarnos el verdadero significado de la liturgia y del culto cristianos».
Y pregunta: «¿Acaso alguien hubiera aplaudido mientras Cristo subía al Calvario? ¿Acaso la Santísima Madre o Juan, su predilecto, lo habrían hecho?»
«El Miércoles de Ceniza, que inaugura el tiempo de Cuaresma – exhorta Mons. Villegas – nos brinda una buena ocasión para reflexionar sobre el valor y la importancia de la sobriedad, del silencio y del dominio de sí, en la búsqueda de la santidad en la vida».
El arzobispo invita a analizar a fondo los «supuestos motivos» que llevan a aplaudir en la iglesia, ya sea antes o después de la celebración eucarística. «¿No será que batir palmas es el antídoto contra el aburrimiento en la iglesia? – cuestiona. ¿Acaso batir palmas en medio de la homilía o después de ella, sería un signo de vitalidad litúrgica? ¿No será que este aburrimiento tiene su raíz en una concepción errada de lo que es la adoración y la oración?». Cabe decir que de esta forma, «la comunidad en oración se convierte en un público necesitado de entretenimiento; los ministros litúrgicos, devienen artistas; y los predicadores se convierten en eruditos anunciadores de brindis. Esto no debería ser así».
Mons. Villegas recuerda lo que dijeron dos Papas sobre este tema. Uno fue San Pío X, que prohibió los aplausos que le brindaban en la Basílica de San Pedro, diciendo que «no es correcto aplaudir al siervo en la casa del amo». Más recientemente, el papa Benedicto XVI explicó: «Allí donde irrumpe el aplauso por la obra humana en la liturgia, se está frente a un claro signo de que se ha perdido la esencia de la liturgia, que ha sido sustituida por una suerte de entretenimiento de trasfondo religioso».
El arzobispo del Lingayen-Dagupan critica el aplauso, como gesto para demostrar aprecio o reconocimiento. «El aplauso puede ser superficial y barato», afirma; y prosigue: «Somos una Iglesia congregada por Dios, y no un club auto-organizado para la mutua admiración».
Al dirigirse a los sacerdotes, Mons. Villegas agrega:
«Eviten usar los aplausos para tener vigilantes y despiertos a nuestros parroquianos durante la homilía. Una homilía bien preparada, breve, inspirada y estimulante, tiene una vida más larga que el aplauso intermitente mientras ustedes predican».
Si es necesario retomar un mensaje en la asamblea, después de la comunión, el prelado insta a evitar la mención de aquellas personas o grupos en particular que la parroquia desee felicitar por su tarea o por las donaciones efectuadas a la Iglesia.
Estas demostraciones de aprecio, agrega, «deben hacerse fuera de la misa». «No me aplaudan después de la misa, cuando visito su parroquia o su capilla. Ustedes y yo somos huéspedes en la Casa de Dios. No somos más que siervos en la Mesa del Amo. […] Partir el pan es una conmemoración de la violenta muerte que atravesó el Señor. ¿Quién puede aplaudir mientras otros sufren? Es un dolor con amor, sí. Pero sigue siendo siempre dolor».
«El tiempo de Cuaresma – concluye Mons. Villegas – tiene un austero color violeta; un aura sobria y serena. Las decoraciones del altar se contienen. Los instrumentos musicales ceden. Ayunemos del placer y retengamos nuestro apetito. Agreguemos una mayor abstinencia a este tiempo sobrio. Abstengámonos de los aplausos en la Iglesia. Que esta abstinencia de los aplausos pueda fluir y extenderse a los demás días del año».