(Infocatólica) En su mensaje en italiano, publicado en la web del Vaticano, el Papa emérito afirma que cuando san Pablo VI creó la comisión poco después del Concilio Vaticano II, era necesario superar «el desapego, que se había manifestado en el Concilio, entre la Teología que se estaba desarrollando en el mundo y el Magisterio del Papa».
Benedicto XVI indica que además de la creación de la CTI se cambió la naturaleza de la Pontificia Comisión Bíblica, que pasó de ser un órgano magisterial a meramente consultivo, aunque ambos organismos eran presididos por el Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, no pertenecían orgánicamente a dicho dicasterio, pues lo contrario «podría haber disuadido a ciertos teólogos de aceptar ser miembros».
El Papa emérito constata que «sin lugar a dudas, las expectativas vinculadas a la recién establecida Comisión Teológica Internacional, al principio, fueron mayores de lo que se podría haber logrado durante medio siglo de historia».
En sus inicios, indica Ratzinger, «junto a las grandes figuras del Concilio: Henri de Lubac, Yves Congar, Karl Rahner, Jorge Medina Estévez, Philippe Delhaye, Gerard Philips, Carlo Colombo de Milán, considerado el teólogo personal de Pablo VI y el padre Cipriano Vagaggini, formaron parte de la Comisión importantes teólogos que curiosamente no habían encontrado un lugar en el Concilio». Y enumera a esos teólogos:
«Entre ellos, aparte de Hans Urs von Balthasar, está sobre todo Louis Bouyer quien, como converso y monje, tenía una personalidad extremadamente terca, y por su franqueza descuidada no le gustaba a muchos obispos, pero fue un gran colaborador con una increíble inmensidad de conocimiento. El padre Marie-Joseph Le Guillou, que había trabajado noches enteras, apareció en escena, especialmente durante el Sínodo de los Obispos, haciendo posible en esencia el documento del Sínodo, con esta forma radical de servir; desafortunadamente, la enfermedad de Parkinson le llegó pronto, dejando esta vida y trabajo teológico muy temprano. Rudolf Schnackenburg encarnaba la exégesis alemana, con todas las pretensiones que la caracterizaban. Como una especie de polo opuesto, la exégesis más espiritual se asumió voluntariamente en la Comisión por parte de André Feuillet y también por Heinz Schürmann de Erfurt. Finalmente también debo mencionar al prof. Johannes Feiner, de Coira, quien, como representante del Pontificio Consejo para la Unidad de los Cristianos, desempeñó un papel especial en la Comisión. La cuestión de si la Iglesia Católica tenía que adherirse al Consejo Ecuménico de las Iglesias de Ginebra, como miembro normal en todos los aspectos, se convirtió en un punto decisivo sobre la dirección que la Iglesia debería haber tomado el día después del Concilio. Después de una confrontación dramática, el problema finalmente se decidió negativamente, lo que llevó a Feiner y Rahner a abandonar la Comisión».
Benedicto XVI relata también la incorporación de jóvenes figuras de la teología italiana, Carlo Cafarra y Raniero Cantalamessa, así como la del alemán Karl Lehman.
Precisamente bajo la guía de Lehman «se analizó la cuestión fundamental de Gaudium et spes, a saber, el problema del progreso humano y la salvación cristiana. En este contexto, surgió inevitablemente el tema de la teología de la liberación, que en ese momento no representaba en absoluto un problema de tipo teórico sino que determinaba muy concretamente, y amenazaba también, la vida de la Iglesia en América del Sur».
Benedicto XVI explica así el gran conflicto sobre la teología moral dentro de la propia CTI:
«Junto con las preguntas sobre la relación entre el Magisterio de la Iglesia y la enseñanza de la teología, una de las principales áreas de trabajo de la Comisión Teológica siempre ha sido el problema de la teología moral. Quizás sea significativo que, al principio, no estuvo presente la voz de los representantes de la teología moral, sino la de los expertos en exégesis y dogmática: Heinz Schürmann y Hans Urs von Balthasar, en 1974, abrieron la discusión con sus tesis, que luego continuó en 1977 con el debate sobre el sacramento del matrimonio. La oposición entre diversos frentes y la falta de una orientación básica común, que todavía sufrimos hoy como entonces, me quedó claro en ese momento de una manera sin precedentes: por un lado, el profesor de teología moral estadounidense. William May, padre de muchos hijos, que siempre vino a nosotros con su esposa y apoyó la concepción antigua más rigurosa. Dos veces tuvo que experimentar el rechazo de su propuesta por unanimidad, algo que nunca antes había sucedido. Ella se echó a llorar, y yo mismo no pude consolarlo de manera efectiva. Cerca de él estaba, hasta donde puedo recordar, el prof. John Finnis, que enseñó en los Estados Unidos y que expresó el mismo enfoque y concepto de una manera nueva. Fue tomado en serio desde el punto de vista teológico, y aun así no se logró llegar a ningún consenso. En el quinto quinquenio, llegó, de la escuela del prof. Tadeusz Styczen -el amigo del papa Juan Pablo II-, el prof. Andrzej Szoztek, un representante inteligente y prometedor de la posición clásica, que sin embargo no logró crear un consenso. Finalmente, el padre Servais Pinckaers intentó desarrollar una ética de las virtudes a partir de Santo. Tomás, que pensé que era muy razonable y convincente, y, sin embargo, tampoco logró llegar a un consenso».
Benedicto XVI reconoce que la dificultad de la situación de enfrentamiento «también puede deducirse del hecho de que Juan Pablo II, que estaba particularmente interesado en la teología moral, finalmente decidió posponer el borrador final de su encíclica moral Veritatis splendor, queriendo esperar a que se publicara el Catecismo de Iglesia Catolica. Publicó su encíclica solo el 6 de agosto de 1993, encontrando nuevos colaboradores para ella. Creo que la Comisión Teológica debe seguir teniendo presente el problema y debe continuar fundamentalmente en el esfuerzo por buscar un consenso».
«Finalmente», escribe Benedicto XVI, «me gustaría destacar un aspecto más del trabajo de la Comisión. En él, la voz de las jóvenes Iglesias con respecto a la siguiente pregunta podría escucharse cada vez con más fuerza: ¿en qué medida están vinculadas a la tradición occidental y en qué medida pueden otras culturas determinar una nueva cultura teológica? Fueron sobre todo teólogos de África, por un lado, y de la India, por el otro, quienes plantearon la pregunta, sin que se haya abordado el tema adecuadamente hasta ese momento. E igualmente, el diálogo con las otras grandes religiones del mundo no se ha discutido hasta ahora».
El Papa emérito, aun mostrando su agradecimiento al trabajo realizado en todos estos años, constata que «la Comisión Teológica Internacional, a pesar de todos los esfuerzos, no pudo lograr una unidad moral de la teología y los teólogos en el mundo. Aquellos que esperaban esto tenían expectativas equivocadas sobre las posibilidades de tal trabajo. Y, sin embargo, la de la Comisión se ha convertido en todo caso en una voz escuchada, lo que de alguna manera indica la orientación básica que debe seguir un esfuerzo teológico serio en este momento histórico. A la acción de gracias por lo que se ha logrado en medio siglo se une la esperanza de un trabajo fructífero adicional, en el que la única fe también puede conducir a una orientación común de pensamiento y de hablar sobre Dios y su Revelación».
El Pontífice alemán, concluye así su mensaje:
«Solo la humildad puede encontrar la Verdad, y la Verdad a su vez es la base del Amor, del cual, en última instancia, todo depende».