(Vatican.news) ¿Cuál es el resultado de rezar sin amar a Dios y al prójimo? Que al final, más que rezar, se elogia a sí mismos: lo dijo el Papa en la homilía de la Misa celebrada en la Basílica de San Pedro en la Conclusión del Sínodo de los Obispos sobre la Región Panamazónica. El Papa desarrolló su homilía reflexionando sobre el Evangelio del día, que presenta la parábola de Jesús en la que rezan el fariseo y el publicano, y también sobre la primera lectura, en la que se habla de la oración del pobre.
El fariseo está en el templo de Dios, pero practica la religión del «yo»
La advertencia del Papa citada más arriba, se refiere a la oración del fariseo de la parábola, que si bien «cumple con los preceptos de manera óptima» olvida el más grande, que es «amar a Dios y al prójimo»:
Satisfecho de su propia seguridad, de su propia capacidad de observar los mandamientos, de los propios méritos y virtudes, sólo está centrado en sí mismo. No tiene amor. Pero, como dice san Pablo, incluso lo mejor, sin amor, no sirve de nada . Y sin amor, ¿cuál es el resultado? Que al final, más que rezar, se elogia a sí mismo. De hecho, no le pide nada al Señor, porque no siente que tiene necesidad o que debe algo, sino que, más bien, se le debe a él. Está en el templo de Dios, pero practica la religión del yo.
Pidamos la gracia de no considerarnos superiores
El Santo Padre constató que el fariseo de la parábola «además de olvidar a Dios, olvida al prójimo», es más, «lo desprecia», añadió. Es una dinámica que sucede también «cuando se considera a los demás inferiores y de poco valor», despreciando sus tradiciones, borrando su historia, ocupando sus territorios y usurpando sus bienes. Una práctica de la que no están exentos los cristianos, por eso debemos rezar para «pedir la gracia de no considerarnos superiores, de creer que tenemos todo en orden, de no convertirnos en cínicos y burlones».
¡Cuánta presunta superioridad que, también hoy se convierte en opresión y explotación! Lo hemos visto en el Sínodo, cuando hablábamos de la explotación de la creación, de la gente, de los habitantes de la Amazonía, de la trata de personas, del comercio de las personas. Los errores del pasado no han bastado para dejar de expoliar y causar heridas a nuestros hermanos y a nuestra hermana tierra: lo hemos visto en el rostro desfigurado de la Amazonia. La religión del yo sigue, hipócrita con sus ritos y «oraciones», muchos son católicos se profesan católicos, pero han olvidado que son cristianos y humanos, olvidando que el verdadero culto a Dios pasa a través del amor al prójimo.
El publicano de la parábola se reconoce pobre ante Dios
Continuando con el modo de orar del publicano de la parábola, el Papa Francisco indicó que ésta «nos ayuda a comprender qué es lo que agrada a Dios». El publicano no comienza por sus méritos, dijo, sino por sus faltas: si bien los publicanos eran ricos, incluso a costa de sus connacionales, el publicano de la parábola se reconoce pobre ante Dios.
En efecto, mientras el fariseo está delante en pie , el publicano permanece a distancia y «no se atreve ni a levantar los ojos al cielo», porque cree que el cielo existe y es grande, mientras que él se siente pequeño. Y «se golpea el pecho», porque en el pecho está el corazón. Su oración nace del corazón, es transparente; pone delante de Dios el corazón, no las apariencias.
Dejar que Dios nos mire por dentro
Afirmando que «el primer paso de la religión de Dios es sentirnos necesitados de salvación», el Papa habló sobre cómo hay que rezar: hay que dejar que Dios «nos mire por dentro sin fingimientos, sin excusas, sin justificaciones». Muchas veces, agregó, nos hacen reir los arrepentimientos llenos de justificaciones. Más que un arrepentimiento parece una auto - canonización. Porque «del diablo vienen la opacidad y la falsedad, de Dios la luz y la verdad», aseveró. Y agradeció a los padres sinodales «por haber dialogado durante estas semanas con el corazón, con sinceridad y franqueza, exponiendo ante Dios y los hermanos las dificultades y las esperanzas».
Creerse justos es la raíz de todo error espiritual
Recordando que la raíz de todo error espiritual «es creerse justos», el Papa advirtió que «considerarse justos es dejar a Dios, el único justo, fuera de casa». Por eso volvió sobre el publicano y el fariseo de la parábola, demostrando la actitud de Dios Padre tras la oración de uno y otro:
El que es bueno pero presuntuoso fracasa; a quien es desastroso pero humilde Dios lo exalta. Si nos miramos por dentro con sinceridad, vemos en nosotros a los dos, al publicano y al fariseo. Somos un poco publicanos, por pecadores, y un poco fariseos, por presuntuosos, capaces de justificarnos a nosotros mismos, campeones en justificarnos deliberadamente. Con los demás, a menudo funciona, pero con Dios no.
Recemos para pedir la gracia de sentirnos necesitados de misericordia, interiormente pobres. También para eso nos hace bien estar a menudo con los pobres, para recordarnos que somos pobres, para recordarnos que sólo en un clima de pobreza interior actúa la salvación de Dios.
Los pobres, íconos vivos de la profecía cristiana
La oración del pobre «atraviesa las nubes», dijo el Sucesor de Pedro citando el Eclesiástico: «Mientras la oración de quien presume ser justo se queda en la tierra, aplastada por la fuerza de gravedad del egoísmo, la del pobre sube directamente hacia Dios». Los pobres son los que nos abrirán o no las puertas de la vida eterna, porque «el sentido de la fe del Pueblo de Dios ha visto en los pobres ‘los porteros del cielo’».
Precisamente ellos que no se han considerado como dueños en esta vida, que no se han puesto a sí mismos antes que a los demás, que han puesto sólo en Dios su propia riqueza. Ellos son iconos vivos de la profecía cristiana.
El grito de los pobres es el grito de esperanza de la Iglesia
Concluyendo la homilía, el Papa Francisco señaló que en este Sínodo «hemos tenido la gracia de escuchar las voces de los pobres y de reflexionar sobre la precariedad de sus vidas, amenazadas por modelos de desarrollo depredadores». Y «aun en esta situación, muchos nos han testimoniado que es posible mirar la realidad de otro modo, acogiéndola con las manos abiertas como un don, habitando la creación no como un medio para explotar sino como una casa que se debe proteger, confiando en Dios».
Dios, que es Padre «escucha la oración del oprimido», reiteró Francisco. Y cuántas veces, lamentó, «también en la Iglesia, las voces de los pobres no se escuchan, e incluso son objeto de burlas o son silenciadas por incómodas».
Recemos para pedir la gracia de saber escuchar el grito de los pobres: es el grito de esperanza de la Iglesia. Haciendo nuestro su grito, también nuestra oración atravesará las nubes.