(Zenit/Infocatólica) Palabras del Papa antes del Ángelus_
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En el pasaje del Evangelio de hoy, Jesús advierte a los discípulos que ha llegado el momento de la decisión. Su llegada al mundo, de hecho, coincide con el momento de las decisiones decisivas. La opción por el Evangelio no puede posponerse. Para comprender mejor su llamado, usa la imagen del fuego que Él mismo vino a traer a la Tierra. Y dice así: He venido a traer fuego a la Tierra y cuanto desearía que ya estuviera ardiendo. Estas palabras tienen el propósito de ayudar a los discípulos a abandonar toda actitud de pereza, apatía, indiferencia, y cierre, para recibir el fuego del amor de Dios. Ese amor que, como nos recuerda san Pablo: «ha sido derramada en nuestros corazones por el Espíritu Santo» (Rom 5, 5). Porque es el Espíritu Santo que nos hace amar a Dios y amar al prójimo. Y es el Espíritu Santo que todos tenemos dentro.
Jesús revela a sus amigos y a nosotros su deseo más ardiente: Traer a la Tierra el fuego del amor del Padre, que ilumina la vida y a través del cual el hombre se salva. Él nos llama a difundir este fuego en el mundo, gracias al cual seremos reconocidos como verdaderos discípulos. El fuego del amor encendido por Cristo en el mundo a través del Espíritu Santo es ilimitado, universal. Esto se ha visto desde los primeros días del cristianismo. El testimonio del Evangelio se ha extendido como un fuego beneficioso, superando todas las divisiones entre individuos, categorías sociales, pueblos y naciones. El testimonio del Evangelio quema. Quema toda forma de particularismo y mantiene la caridad abierta a todos, con una sola preferencia: la de los más pobres y los excluidos.
Adherirse al fuego del amor que Jesús nos trajo a la Tierra envuelve toda nuestra existencia y también requiere la voluntad de servir al prójimo. Adoración y la disponibilidad a servir al prójimo. La primera: Adorar a Dios, significa también aprender la oración, que normalmente olvidamos. Por eso invito también a todos a descubrir la belleza de la oración.
Y después la segunda disponibilidad a servir al prójimo. Pienso con admiración en tantas comunidades y grupos de jóvenes que incluso durante el verano se dedican a ese servicio a favor de los enfermos, los pobres y las personas con discapacidad para vivir de acuerdo con el espíritu del Evangelio es necesario que ante las nuevas necesidades que se avecinan en el mundo haya discípulos de Cristo que sepan responder con nuevas iniciativas de caridad. Así, el Evangelio se manifiesta verdaderamente con la adoración y servir al prójimo, el Evangelio se manifiesta verdaderamente como el fuego que salva, que cambia el mundo, a partir del cambio del corazón de cada uno.
Desde esta perspectiva, también podemos entender la otra afirmación de Jesús que se informa en el pasaje de hoy, que a primera vista puede desconcertar. «¿Piensan acaso que he venido a traer paz a la Tierra? No, os digo. He traído la división» (Lc 12, 51). Él vino a separar con fuego. ¿A separar qué? El bien del mal, lo correcto de lo injusto. En este sentido, llegó a dividir, a poner en crisis pero de manera saludable la vida de sus discípulos, rompiendo las ilusiones fáciles de aquellos que creen que pueden combinar la vida cristiana y la mundanidad. Vida cristiana y compromisos de todo tipo. Prácticas y actitudes religiosas contra el prójimo. Para combinar, algunos piensan, la verdadera religiosidad con prácticas supersticiosas: ¡cuántos cristianos autodenominados van al adivino o al adivino para ser leídos de la mano! Y esto es superstición, no de Dios. Se trata de no vivir hipócritamente, sino de estar dispuestos a pagar el precio por elecciones coherentes en la actitud que cada uno de nosotros tiene que tratar de buscar en la vida: la coherencia. Y pagar el precio de ser coherentes con el Evangelio, porque es bueno llamarnos cristianos pero sobre todo ser cristianos en situaciones concretas dando testimonio del Evangelio, que es esencialmente amor por Dios y por nuestros hermanos.
Que María Santísima nos ayude a dejar que el corazón sea purificado por el fuego, traído por Jesús para propagarlo con nuestra vida a través de decisiones decisivas y valientes.