(Cope/AyO) En la misiva, escrita de su puño y letra y desvelada ahora por Irene Gómez de La Opinión de Zamora, monseñor Juan Antonio Menéndez condenó «tan execrables hechos», le pidió perdón a la víctima y le ofreció toda la ayuda necesaria para «superar este trauma».
Con su carta, el prelado –que presidía la Comisión Antipederastia de la Conferencia Episcopal Española– respondió a un escrito que la víctima le había remitido a él y a la Congregación para la Doctrina de la Fe dos meses antes. «Con el corazón estremecido leí la carta que escribió, supongo que haciendo un enorme ejercicio de memoria dolorida, intentando recuperar lo que durante muchos años ha retenido, para no revivir el daño del que fue víctima», escribió el obispo. «Después de leer su testimonio –continúa la carta–, nadie puede poner en duda que lo que usted vivió es una de las experiencias más traumáticas que puede vivir una niña: el abuso sexual».
La víctima, que actualmente vive en Tenerife, relataba en la carta original los abusos sufridos por un sacerdote en el Lago de Sanabria en la década de los 70: «Me decía que yo no podía contar nada de lo que había pasado en aquel cuarto de baño. Que yo si decía algo, él diría en el obispado y en la Guardia Civil que mi madre se había llevado reliquias de la iglesia y cosas de la casa de él, que mandaría a mi madre a la cárcel y que a mi no me creerían».
Ese sacerdote, «que tenía que acompañarla a usted y a otros en su formación», contestó en su carta monseñor Menéndez, «se aprovechó de su estatus, de la confianza de su familia y de su inocencia para violar su intimidad y con ello, toda su persona. Ese hecho se perpetuó a través del acoso que el abusador hizo cuando ya no le era accesible físicamente, ante el miedo de ser denunciado y condenado, conocedor de la gravedad del delito cometido».
Por todo ello, el obispo de Astorga expresó su cercanía a la víctima «que, durante todos estos años habrá tenido que vivir con este fantasma y sus secuelas: los sueños, el recuerdo intrusivo de aquella situación, el miedo, la inseguridad, la culpa, la vergüenza y el esfuerzo estéril de olvidar esos episodios que han marcado su vida». Y le ofreció «todos los medios a nuestro alcance para poder ayudarla a superar este trauma», aunque, precisó, «legalmente nada podemos hacer, ni civil, ni canónicamente, pues el sacerdote que cometió el abuso ha fallecido; pero humanamente sí podemos acompañarla en el proceso de superación del daño psicológico. En primer lugar pidiéndole perdón y poniéndonos a su disposición para proporcionarle la ayuda terapéutica que necesite».
Tal y como explica la periodista de La Opinión de Zamora, la propia delegada episcopal del organismo creado para atender a los menores y acompañar a las víctimas de abusos, la psicóloga María José Díez Alonso, se ha puesto en contacto con esta víctima para facilitarle toda la ayuda necesaria.