(Vatican.news) Profundizando sobre la lectura del Evangelio dominical (Lc 15,20) que relata la parábola del hijo pródigo que vuelve a los brazos de su padre tras haberse gastado el dinero de su herencia en la mala vida, el Pontífice destacó en su homilía dos aspectos centrales.
Por un lado, la alegría con la que el padre recibe al hijo «esperado y añorado» a quien abraza y organiza una fiesta para celebrar su regreso; y por otro, la irritación y la cólera que despierta este gesto en su otro hijo, quien no puede entender el comportamiento compasivo de su progenitor ya que considera que su hermano «no es digno ni merecedor de tal perdón».
«Así, una vez más sale a la luz la tensión que se vive al interno de nuestros pueblos y comunidades, e incluso de nosotros mismos», dijo Francisco subrayando que se trata de una tensión que desde Caín y Abel habita en nuestros corazones y que estamos invitados a mirar de frente: «¿Quién tiene derecho a permanecer entre nosotros, a tener un puesto en nuestras mesas y asambleas, en nuestras preocupaciones y ocupaciones, en nuestras plazas y ciudades?».
Odio y venganza matan el alma
En este sentido, el Pontífice recuerda que son muchas las circunstancias que pueden alimentar la división y la confrontación, ya que «siempre nos amenaza la tentación de creer en el odio y la venganza como formas legítimas de brindar justicia de manera rápida y eficaz».
No obstante, Francisco señala que lo único que logran estos sentimientos «es matar el alma de nuestros pueblos, envenenar la esperanza de nuestros hijos, destruir y llevarse consigo todo lo que amamos».
Al igual que Jesús, miremos a todos como hermanos
«Por eso Jesús nos invita a mirar y contemplar el corazón del Padre», continúa explicando el Papa- «sólo desde ahí podremos redescubrirnos como hermanos, sólo si cada día somos capaces de levantar los ojos al cielo y decir «Padre nuestro» podremos entrar en una dinámica que nos posibilite mirar y arriesgarnos a vivir no como enemigos sino como hermanos».
Asimismo, el Obispo de Roma hizo hincapié en la frase con la que el padre contesta a los reproches de su hijo mayor, celoso de su hermano: «Todo lo mío es tuyo» (Lc 15,31).
Herencia del cristiano: amor infinito de Dios
«Y no se refiere tan sólo a los bienes materiales sino a ser partícipes también de su mismo amor y compasión», añade Francisco, indicando que esa es precisamente la mayor herencia y riqueza del cristiano; «porque en vez de medirnos o clasificarnos por una condición moral, social, étnica o religiosa podemos reconocer que existe otra condición que nadie podrá borrar ni aniquilar ya que es puro regalo: la condición de hijos amados, esperados y celebrados por el Padre».
Por ello, el Pontífice exhortó a no caer en la tentación de reducir nuestra pertenencia de hijos a una cuestión de leyes y prohibiciones, de deberes y cumplimientos: «nuestra pertenencia y nuestra misión no nacerá de voluntarismos, legalismos, relativismos o integrismos sino de personas creyentes que implorarán cada día con humildad y constancia: venga a nosotros tu Reino, porque el cristiano sabe que en la casa del Padre hay muchas moradas, sólo quedan afuera aquellos que no quieran tomar parte de su alegría».
Cristianos en Marruecos: oasis de misericordia
El Papa concluyó su homilía agradeciendo a los cristianos en Marruecos por el modo en que dan testimonio del Evangelio de la misericordia en estas tierras: «gracias por los esfuerzos realizados para que sus comunidades sean oasis de misericordia. Los animo y aliento a seguir haciendo crecer la cultura de la misericordia, una cultura en la que ninguno mire al otro con indiferencia ni aparte la mirada cuando vea su sufrimiento (cf. Carta ap. Misericordia et misera, 20). Sigan cerca de los pequeños y de los pobres, de los que son rechazados, abandonados e ignorados, sigan siendo signo del abrazo y del corazón del Padre», dijo Francisco.