(Arch. Granada) La intervención del arzobispo de Granada, que en un principio estuvo prevista que fuera ofrecida por el cardenal y arzobispo de Madrid D. Carlos Osoro, abordó la realidad de la soledad que alcanza tanto a mayores como a niños pequeños, que se encuentran a edades muy tempranas con padres y madres ausentes por la vorágine del trabajo, así como la existencia de familias rotas. «La soledad es el consejero más peligroso del ser humano», afirmó.
Esas situaciones son las que nos encontramos en el mundo de este siglo XXI y en el que también vivimos los cristianos y, puestos que vivimos en este mundo, también hemos respirado durante un tiempo «ese aire contaminado», por «heridas» del pecado original y de «años de herida del pecado». En ese contexto, explicó que Cristo no es un «valor añadido» a nuestra vida humana, sino que «nos hace posible vivir y reconciliarnos con nosotros mismos». «Cristo no es un añadido a la vida, sino que es la vida misma, que nos permite vivir en plenitud como seres humanos», señaló Mons. Martínez.
Del drama de la vida, el prelado subrayó que hoy ni siquiera nos preguntamos para qué vale la pena vivir, cuestión profunda que censuramos con entretenimientos tecnológicos, por ejemplo, o con el consumismo.
En cuanto a los dramas que se producen en las familias, los matrimonios con dificultad, niños solos, padres ausentes, etc, el obispo de Granada recordó que «a nosotros no nos corresponde juzgar esas situaciones, sino acogerlas, porque por cada una de ellas Dios derramó su Sangre como hizo por mi». De ahí, que la Iglesia sea un «hospital de campaña» que lleva al único médico que sana esas heridas: Dios mismo en Cristo.
Como camino para acompañar en esas heridas y dar esperanza al hombre contemporáneo, Mons. Martínez recordó la necesidad de fomentar las comunidades cristianas y fortalecer las ya existentes. «Queridos sin ser juzgados; acogidos y queridos por una comunidad. Esa es la medicina que necesitamos», señaló.