(Cope) «Me siento un poco cansado, y creo que muchos lo han notado, sobre todo después del terremoto de 2016 que sacudió el ritmo de mi vida y el de toda la arquidiócesis», escribió el religioso en una carta a sus amigos. «Creo que es sabio dejar que otros más jóvenes y capaces administren una Iglesia local en crisis positiva de crecimiento».
A sus 70 años, comenzará una nueva vida en el monasterio trapense de Santa María del Paraíso, en Salcedo, en el que la oración ocupa alrededor de cinco horas del día. Allí le esperan las manualidades de la vida monástica. Voltolini conoce bien el lugar, está situado cerca de la parroquia de Latacunga de la que se ocupaba antes de ser ordenado obispo y allí iba normalmente una vez al año de retiro.
En 2004 Mons. Voltolini ya presentó una petición formal para entrar a formar parte de la comunidad monástica. Ahora que el Papa ha aceptado su renuncia, su deseo ha sido aceptado. «Me fue concedida esta gracia. En noviembre entraré al monasterio».
El camino que ahora emprende es muy diferente del que había tomado hace 39 años, cuando llegó a Ecuador como misionero después de haber tenido una pequeña experiencia como cura. «Nunca me había pasado por la mente el monasterio, pero la vida misionera y la del obispo hicieron que comprendiera que sin oración y vida interior la Iglesia no sobrevive y retrocede».
Después de 44 años de sacerdocio, 25 de los cuales los pasó en el episcopado, se pone ahora «a disposición de todos más que como sacerdote o como obispo, porque con la vida contemplativa podré alcanzar a todos en el Señor y podré prepararme para el encuentro con Dios por siempre». Resuenan en su interior las palabras que el superior de su comunidad dijo un día a un obispo: «Usted, que ha sido obispo por tanto tiempo, venga a monasterio para morir como cristiano».
Voltolini, miembro de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, hizo propio esta frase. «Agradezco al Señor. No huyo del mundo, sino entro al mundo desde una dimensión diferente, la dimensión de Dios». No fue, seguramente, una decisión tomada a la ligera, sobre todo por el sentido de responsabilidad para con su gente, con la que ha compartido tantos momentos. Entre estos, desgraciadamente, estuvo el terremoto. El arzobispo, ante el drama del sismo, transformó su casa en un hospital de campo y estuvo personalmente entre los escombros buscando a sobrevivientes y bendiciendo a los muertos. En ese momento subrayó la importancia de la reconstrucción, pero también la importancia de un renacimiento de las relaciones humanas (en familia, en parroquia y en las comunidades), siguiendo el estilo y las exigencias del Evangelio.
¿Desde dónde volver a comenzar en momentos de oscuridad? Desde la oración, afirma, porque «el mundo nuevo nace de nuestra predisposición y apertura a la Palabra que salva». Tal vez alguno podrá no comprender profundamente su decisión en una época como la nuestra, en la que solo lo que es material y tangible parece tener cierta dignidad. Voltolini, con su «prefiero el Paraíso», tomado de San Felipe Neri, manda un mensaje a todos los que han perdido el rumbo. Pero nunca es demasiado tarde para ponerse en discusión.