(Bernardo Cervellera/AsiaNews) Toda la Iglesia china, tanto la oficial como la subterránea, está a punto de entrar en una nueva y gran prisión, a través del uso de una palabra mágica: sinización, es decir, la asimilación de la cultura y la sociedad chinas y, sobre todo, la sumisión al Partido. A través de ella, el Partido Comunista chino (PCC) y la Asociación Patriótica pasan a controlar no sólo a las personas (obispos, sacerdotes, fieles) sino también lo que éstas piensan y el fruto de sus pensamientos: documentos e interpretaciones históricas, teología, doctrina social, arquitectura, arte sacro e incluso libros litúrgicos y liturgia. En síntesis, se trata de una colonización política de la mente y de la conciencia de los católicos chinos.
Hacia fines de agosto, todas las diócesis de China deberán presentar un plan quinquenal (2018-2022) ante la Asociación Patriótica nacional (AP) y ante el Consejo de obispos (CDO), en el cual deberán plasmar cómo habrán de implementar la sinización. Es por eso que la AP y el CDO han diseñado un «Plan quinquenal» nacional, que pueda servir como modelo e inspiración, «para lograr la adhesión de la Iglesia católica de China en el camino hacia la sinización».
En el documento de 15 páginas de extensión se menciona una sola vez la palabra «Jesucristo»; la palabra «evangelio» aparece 4 veces, 5 son las apariciones del término «Partido Comunista», y la palabra «Asociación Patriótica» se menciona 15 veces.
La traducción al inglés de este plan quinquenal fue difundida por la agencia UCAN; el texto en chino llegó a nuestras manos a través del Card. Joseph Zen, obispo emérito de Hong Kong.
El tema de la sinización ya había sido lanzado por Xi Jinping en mayo de 2015. Tras hacer un análisis de la situación, en el cual el Partido Comunista Chino alberga el temor de terminar como la URSS, el 20 de mayo de 2015, en un encuentro con el Frente Unido, Xi decretó que las religiones debían «sinizarse», si querían seguir existiendo en China. La misma afirmación fue reiterada en un encuentro nacional sobre asuntos religiosos celebrado en abril de 2016, para luego desembocar en sus observaciones sobre las religiones en el 19no Congreso del PCC, en octubre de 2017.
En todas estas intervenciones públicas, Xi vinculó la sinización con la sumisión al PCC, con la independencia de potencias religiosas o políticas extranjeras (incluido el Vaticano), con el potenciamiento de la «democracia» en las decisiones religiosas (quitando todo poder a las autoridades religiosas).
El Plan quinquenal nacional amplía el campo de la sinización, abarcando no solamente el control físico que se ejerce sobre los miembros de la Iglesia, sino también el control cultural, teológico y litúrgico.
En las 15 páginas del documento original, subdividido en 9 capítulos, no sólo se aborda el tema de la sumisión al PCC (punto 2) y la adhesión al socialismo con «características chinas», sino que además se enfoca en la integración del catolicismo con la cultura china (punto 4); en desarrollar pensamientos teológicos con características chinas; en releer la historia de la Iglesia en China desde una perspectiva de sinización (punto 5); en explorar expresiones litúrgicas con elementos chinos (punto 6); y en sinizar las obras arquitectónicas, la pintura y la música sacra (punto 8).
Todo esto debe darse bajo la supervisión de la AP y del CDO, fundando instituciones de vanguardia como pueden ser las academias teológicas, centros de estudios históricos, institutos de cultura católica china, centros litúrgicos, todos ellos sometidos a la guía de la AP y del CDO, que habrán de ejercer el control, la supervisión y una valoración a fin de «corregir», «generar consenso», y «hacer frente a quien se oponga».
Frente a esta situación podemos preguntarnos: una sinización semejante, ¿sigue siendo católica?
Podemos obviar el hecho de que la Iglesia católica deba «aceptar el liderazgo del Partido comunista chino» (punto 2, 3): ¿cómo podría huirse del omnipotente y omnisciente sistema de control y de poder? ¿Pero qué decir de la «aplicación de los valores centrales del socialismo» para «ir adelante con la evangelización y el trabajo pastoral» (punto 2, 2)? ¿A qué apuntaba el reclamo de Benedicto XVI en su Carta a los Católicos de China, cuando pedía la libertad de trabajar en la sociedad, «procurando la justicia» (Carta, Nro. 4)? Y luego, ¿qué decir de esta «sinización» forzada, en la cual una vanguardia crea modelos que los demás deben aplicar, «haciendo frente a quien se oponga»?
Desde el punto de vista católico, hay dos problemas: el primero es que --tal como afirma el Papa Francisco en Evangelii gaudium (puntos 115 y subsiguientes) -- la inculturación es una tarea que se confía a todo el santo pueblo de Dios (y no a una vanguardia, por más iluminada que ésta sea). El segundo problema es que en las cuestiones de inculturación, el pueblo de Dios debe ser libre para moverse, sin verse obligado a nada.
El proyecto de «sinizar» --es decir, incorporar el anuncio del Evangelio a la cultura china- los diversos ámbitos de la vida de la Iglesia es algo digno de aplaudir y de compartir. Pero debemos decir que esta tarea es la que los cristianos han tratado de llevar adelante en China, desde su primerísimo anuncio (el de los cristianos siríacos del siglo VII, que en el documento no son mencionados en ningún momento, pese a que sí se cita a los jesuitas de la era Ming y Qing).
Un punto polémico es el de los edificios cristianos que deben asumir un estilo cada vez más chino (como aconsejó en nuncio Celso Costantini hace más de 100 años). Pero podría darse que a los católicos --siendo libres- les agradasen más los edificios de estilo occidental. Comparando esto con un ejemplo del mundo, a los ricos de Shanghái --que son miembros del Partido- les agradan los rascacielos diseñados por los arquitectos extranjeros, e incluso los edificios de la administración pública, los que simbolizan las antiguas concesiones, que además se han convertido en los edificios más caros de la metrópoli.
El documento afirma que se debe «cambiar la visión según la cual las estructuras eclesiales deben ser de estilo occidental» (punto 8, 1), pero admite que pueden construirse estructuras en estilo chino y occidental. Sin embargo, en los últimos meses, hemos estado presenciando el despliegue de la iconoclasia de los gobiernos locales en Henan, Mongolia interna y en Xinjiang, donde se destruyen iglesias y decoraciones por el mero hecho de ser «occidentales».
El temor es que este impulso hacia la sinización pase a ser un encadenamiento y un control sobre las producciones teológicas, históricas, sociales, artísticas de los católicos. Y que el control lleva a la parcialidad se hace evidente por el hecho de que varios centros culturales católicos se han volcado a estudiar fervorosamente a personalidades católicas y protestantes que han condenado o se han enfrentado a la colonización japonesa de China. Lamentablemente, no circula ninguna investigación que aborde la vida de los católicos durante el primer período de Mao y durante la Revolución Cultural, que hable de la persecución y asesinato de obispos, sacerdotes y laicos. En poco tiempo más, podremos tener libros de historia debidamente esterilizados y adaptados a voluntad del príncipe, tal como marca la tradición china imperial.
La impresión profunda que deja este documento es que se trata de un manifiesto político y muy poco religioso o teológico. Y además, si se menciona continuamente la «la AP y el CDO», todo el poder está completamente del lado de la «AP».