(ABC) «La iglesia fue el único lugar que no se incendió. Estamos vivos de milagro. Todo el resto está destruido», explica la religiosa Efremia. Con el cielo cubierto de fuego, rodeados de llamas, como si fuera el infierno, un grupo religioso se salvó en la iglesia del Monasterio de la Santísima Trinidad. Rezaban la oración de la tarde, Vísperas, cuya invocación inicial seguramente estuvo en boca de miles de personas cuando el lunes llamas nunca vistas por aquí causaban destrucción y muerte: «Dios mío, ven en mi auxilio; Señor, date prisa en socorrerme».
El grupo, que no quiso ser evacuado, estaba formado por un cura ortodoxo, su mujer y tres monjas que cuidan un asilo con una docena de ancianos y un orfanato con 65 niños, que en su mayoría estaban en la playa. Los bomberos evacuaron en un autobús una docena de niños, ancianos y la mayoría de las monjas. Afortunadamente, escaparon a tiempo: el autobús dejó atrás las llamas y cinco minutos después la carretera quedó bloqueada. Aquí, en lo alto de la montaña de Neos Voutzas, a 30 kilómetros de Atenas, en el bosque en que está inmerso el monasterio, comenzó el infierno.
La monja Efremia dice que «todas las celdas quedaron destruidas». Ella misma solo se quedó con lo puesto: un hábito raído. Curiosamente, la iglesia y las plantas que la adornan alrededor están intactas. Limpiando los santos de la capilla hay otra monja joven, Teodosia, que evita las fotos y entrevista. Solo nos responde cuando le preguntamos si pasó miedo: «Cuando estoy en manos de Dios, nunca tengo miedo. Esto ha sido un milagro».
El olor a quemado en el monasterio se hace casi insoportable. Por eso, Elias Daskalopoulos, 36 años, un voluntario que ayuda estos días a las religiosas lleva permanentemente una mascarilla. Nos enseña las zonas destruidas, contagiado por la misma fe que las religiosas: «Me cuesta entender que en este lugar habitado sobre todo por niños y ancianos no hubiera ni un solo herido. Solo puedo hablar de milagro».