(InfoCatólica) Santiago y Juan, apóstoles y evangelistas, eran hermanos, hijos de Zebedeo, pescador. Hombres sencillos, sin especial instrucción escolar, se dedicaban a su familia, sus redes y sus peces, pero tenían el corazón levantado hacia Dios, como piadosos judíos. Y la voz de Bautista llegó a ellos, encendió en sus almas con un ardor renovado la esperanza de Israel, la venida del Mesías. Y cuando Jesús, estando ellos en las orillas del lago pescando con su padre, reciben la llamada, la vocación apostólica de Jesús, «al momento, dejan la barca y su padre, y le siguen».
Los dos hermanos fueron, entre los Doce, del más íntimo grupo de Jesús, testigos de la resurrección de la hija de Jairo, testigos de su transfiguración gloriosa en el monte, de su anticipada pasión en el Huerto de los Olivos. A Santiago, como dice el prefacio propio de la Misa, le correspondió el honor de ser «el primero de los Apóstoles que bebó el cáliz del Señor». El año 43 o 44, poco antes de la fiesta de la Pascua, el rey Herodes Agripa lo hizo decapitar (Hch 12,2).
Desde el siglo IX se venera en Compostela, en Galicia, el sepulcro de Santiago, que promovió una inmensa corriente devocional no solamente en España sino en toda Europa, viniendo a ser con Jerusalén y Roma uno de los lugares de peregrinación más venerados en toda la Cristiandad, y estimulando así potentes corrientes espirituales y culturales que contribuyeron altamente a la configuración de Europa. Los ejércitos hispanos, bajo el auxilio especial del Apóstol Santiago, lograron la Reconquista de España, invadida por el Islam durante siglos. Y la devoción a Santiago se dilató en seguida muy grandemente en América con motivo de la evangelización y civilización del continente. Bien puede decirse que en toda la historia de la Iglesia las dos evangelizaciones más profundas, extensas y rápidas fueron la de los propios Apóstoles, en el siglo I, y la evangelización de la América hispana en el siglo XVI bajo el especial patrocinio del Apóstol Santiago. Hoy son cientos las ciudades y pueblos que, como una Vía Láctea luminosa, hacen brillar su nombre por todas las naciones de Iberoamérica.
La historia de la peregrinación a Santiago de Compostela se remonta al descubrimiento de la Tumba de Santiago el Mayor durante el reinado de Alfonso II (792-842). Santiago ya era considerado el gran evangelista de España y durante cientos de años había habido tradiciones de estudio y literarias que ofrecían fundamento a dicha creencia. El descubrimiento de la Tumba de Santiago provoca que la ciudad se convierta en destino de peregrinación.
Los siglos X y XI muestran un creciente número de peregrinos, pero es en el siglo XII, bajo la enérgica promoción del Arzobispo Diego Gelmírez (1100-1140), cuando Santiago se convierte en meta de peregrinación cristiana al mismo nivel que Roma y Jerusalén. La primera Catedral se construye sobre la Tumba de Santiago el Mayor y gradualmente nace una ciudad a su alrededor, al igual que ocurre en la ruta de peregrinación, en donde se establecen casas de acogida, hospitales y monasterios. Los siglos XII y XIII se consideran tradicionalmente como la época dorada de la peregrinación a Santiago.
Con el Renacimiento y la Reforma en Europa se vive un descenso de la peregrinación, pero de todas formas nunca desaparece por completo. En el año 1884, como resultado de un trabajo académico y de investigación científica, el Papa León XIII promulga la Bula “Deus Omnipotens”, con la que proclama al mundo entero que las reliquias de Santiago son auténticas. Esto constituye el comienzo del nuevo auge de la peregrinación en la época moderna.
De las homilías de san Juan Crisóstomo, obispo, sobre el evangelio de san Mateo
Los hijos de Zebedeo apremian a Cristo, diciéndole: Ordena que se siente uno a tu derecha y el otro a tu izquierda. ¿Qué les responde el Señor? Para hacerles ver que lo que piden no tiene nada de espiritual y que, si hubieran sabido lo que pedían, nunca se hubieran atrevido a hacerlo, les dice: No sabéis lo que pedís, es decir: «No sabéis cuán grande, cuán admirable, cuán superior a los mismos coros celestiales es esto que pedís.»
Luego añade: ¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar? Es como si les dijera: «Vosotros me habláis de honores y de coronas, pero yo os hablo de luchas y fatigas. Éste no es tiempo de premios, ni es ahora cuando se ha de manifestar mi gloria; la vida presente es tiempo de muertes, de guerra y de peligros.»
Pero fijémonos cómo la manera de interrogar del Señor equivale a una exhortación y a un aliciente. No dice: «¿Podéis soportar la muerte? ¿Sois capaces de derramar vuestra sangre?», sino que sus palabras son: ¿Sois capaces de beber el cáliz? Y, para animarlos a ello, añade: Que yo he de beber; de este modo, la consideración de que se trata del mismo cáliz que ha de beber el Señor había de estimularlos a una respuesta más generosa. Y a su pasión le da el nombre de «bautismo,» para significar, con ello, que sus sufrimientos habían de ser causa de una gran purificación para todo el mundo. Ellos responden: Lo somos. El fervor de su espíritu les hace dar esta respuesta espontánea, sin saber bien lo que prometen, pero con la esperanza de que de este modo alcanzarán lo que desean.
¿Qué les dice entonces el Señor? El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y os bautizarán con el bautismo con que yo me voy a bautizar. Grandes son los bienes que les anuncia, esto es: «Seréis dignos del martirio y sufriréis lo mismo que yo, vuestra vida acabará con una muerte violenta, y así seréis partícipes de mi pasión. Pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, es para aquellos para quienes lo tiene reservado mi Padre».
Después que ha levantado sus ánimos y ha provocado su magnanimidad, después que los ha hecho capaces de superar el sufrimiento, entonces es cuando corrige su petición. Los otros diez se indignaron contra los dos hermanos. Ya veis cuán imperfectos eran todos, tanto aquellos que pretendían una precedencia sobre los otros diez, como también los otros diez que envidiaban a sus dos colegas.
Pero –como ya dije en otro lugar– si nos fijamos en su conducta posterior, observamos que están ya libres de esta clase de aspiraciones. El mismo Juan, uno de los protagonistas de este episodio, cede siempre el primer lugar a Pedro, tanto en la predicación como en la realización de los milagros, como leemos en los Hechos de los Apóstoles. En cuanto a Santiago, no vivió por mucho tiempo; ya desde el principio se dejó llevar de su gran vehemencia y, dejando a un lado toda aspiración humana, obtuvo bien pronto la gloria inefable del martirio.
Oración
Dios todopoderoso y eterno, que consagraste los primeros trabajos de los apóstoles con la sangre de Santiago, haz que, por su martirio, sea fortalecida tu Iglesia y, por su patrocinio, España se mantenga fiel a Cristo hasta el final de los tiempos. Por nuestro Señor Jesucristo.