(OMP) «A veces no tenemos idea de la belleza del tesoro que tenemos, y hasta qué punto puede llegar a fascinar a los que no lo conocen», ha afirmado monseñor Lucio Adrián. El secretario del Dicasterio para la Comunicación del Vaticano ha explicado en su conferencia inaugural que, para la Iglesia, la cuestión de la comunicación no se trata solo de técnicas e instrumentos, sino que va más allá: la comunicación es esencial en la fe, «lo que hemos visto y oído, no podemos dejar de contarlo». Por eso, ha elogiado que esta edición de la Semana Española de Misionología haya acertado en uno de los ejes fundamentales del diálogo entre la Iglesia y el mundo.
El mensaje es siempre el mismo, pero la sociedad cambia. «El Espíritu Santo suscita en cada época los 'cómos' de la comunicación», ha, ha explicado. Esos «cómos» en la sociedad actual pasan por construir un mensaje cimentado en la fe, pero transmitido con los códigos que entiende la sociedad actual. «El mundo necesita conocer la grandeza de nuestro mensaje, pero nosotros a veces no sabemos comunicarlo bien. Este es un verdadero problema de comunicación», Afirmó. «Nosotros somos misioneros de la era digital. Y en la era digital es imprescindible conocer los códigos, los lenguajes, los desarrollos. para ponerse al servicio de la persona».
Lucio Adrián ha defendido que las redes sociales y el mundo digital, más allá de los dispositivos, ha creado nuevas formas de pensar, estructuras de mentes diferentes. «Para alguien acostumbrado a Twitter, no es aceptable una homilía de 40 minutos». Por ello, la Iglesia tiene que aprender a comunicar en estos códigos, y cambiar las forma de producir la información. «Hay que hacer un servicio multimedia, que implique al lector. la forma de producir es diferente».
Por otro lado, ha explicado que la saturación informativa produce ansiedad, distracción, e incluso soledad: «las redes acercan al que está lejos, pero muchas veces alejan al que está cerca». Además, la presencia virtual, que muchas veces dista mucho de la realidad, crea una conciencia moral en la que todo se difumina. Todo ello lleva a que la gente esté sedienta de una comunicación auténtica. El fin de la comunicación debería ser la comunión, y hacia esa dirección debe trabajar la Iglesia. «Tenemos que saber llevar a la cultura contemporánea la novedad de Dios. También en el aerópago moderno, tenemos que ser capaces de ofrecer un mensaje de bello, creativo, original y fascinante. A eso lo llamo yo Misión», concluyó.