(InfoCatólica) El 21 de noviembre de 1964, el beato Pablo VI, Papa, a la conclusión de la tercera sesión del Concilio Vaticano II, declaró a la bienaventurada Virgen María «Madre de la Iglesia, es decir, Madre de todo el pueblo de Dios, tanto de los fieles como de los pastores que la llaman Madre amorosa».
Con ello plasmaba una realidad que emana de la Escritura y la Tradición. Nuestro Señor Jesucristo tuvo a bien dar a la Iglesia el regalo de la Maternidad de su Madre en la persona del apóstol San Juan, el único de los doce que permaneció junto a Él en la Cruz.
Ya en el siglo II, San Ireneo de Lyon dio testimonio de la Tradición que consideraba a María como la Segunda Eva, de forma paralela a la doctrina paulida de Cristo como segundo Adán:
"De la misma manera que aquella -es decir, Eva- había sido seducida por el discurso de un ángel, hasta el punto de alejarse de Dios a su palabra, así ésta -es decir, María- recibió la buena nueva por el discurso de un ángel, para llevar en su seno a Dios, obedeciendo a su palabra; y como aquella había sido seducida para desobedecer a Dios, ésta se dejó convencer a obedecer a Dios; por ello, la Virgen María se convirtió en abogada de la virgen Eva. Y de la misma forma que el género humano había quedado sujeto a la muerte a causa de una virgen, fue librado de ella por una Virgen; así la desobediencia de una virgen fue contrarrestada por la obediencia de una Virgen..." (Adv. Haer., 5, 19, 1).
María, solícita guía de la Iglesia naciente, inició la propia misión materna ya en el cenáculo, orando con los Apóstoles en espera de la venida del Espíritu Santo (cf. Hechos 1, 14). Con este sentimiento, la piedad cristiana ha honrado a María, en el curso de los siglos, con los títulos, de alguna manera equivalentes, de Madre de los discípulos, de los fieles, de los creyentes, de todos los que renacen en Cristo y también «Madre de la Iglesia», como aparece en textos de algunos autores espirituales e incluso en el magisterio de Benedicto XIV y León XIII.