(AsiaNews/InfoCatólica) La Iglesia cuenta con solo 25 años, pero tiene una característica: la «frescura» del anuncio del Evangelio. Lo dice a AsiaNews, el p. Giorgio Marengo, misionero de la Consolata, en Mongolia. En la siguiente entrevista el sacerdote hace un balance de los primeros 25 años de la Iglesia católica en el país. A partir de los 3 primeros misioneros llegados en 1992 cuando se iniciaron las relaciones diplomáticas con la Santa Sede, hoy en el territorio hay siete parroquias y 3 centros misioneros.
P. Giorgio, ¿Cuáles fueron las iniciativas para festejar los primeros 25 años de la Iglesia católica en Mongolia?
Hay dos muy significativas. La primera, la celebración eucarística del 19 de julio, una gran misa en la catedral de Ulaanbaatar, presidida por Mons. Wenceslao Padilla, nuestro prefecto apostólico. Estaban presentes muchos invitados, entre los cuales el obispo auxiliar de la diócesis de Daejeon en Corea (con la cual la Iglesia local tiene óptimas relaciones, Ndr), Mons. Marco Sprizzi, encargado de los asuntos interino en la nunciatura y los otros dos misioneros llegados en 1992 como pioneros de la Iglesia católica en Mongolia, un filipino y un belga.
El segundo evento, del 23 al 26 de noviembre, tuvo un carácter más reflexivo: la asamblea general, una versión más ágil de un sínodo local, convocado justo para reflexionar sobre estos 25 años, sobre la situación actual y sobre cómo proyectarse hacia el futuro. Han participado varios grupos misioneros y representantes de las parroquias. En aquella ocasión se discutió un texto, que el obispo promulgará en los próximos meses, servirá como líneas guías para los próximos años.
Trabajamos un balance de este cuarto de siglo de presencia católica en el país. A partir de los primeros 3 misioneros llegados en 1992, ¿cuál es la obra de los católicos?
En línea de máxima, 25 años son pocos, son ya un número congruo para hacer consideraciones. Se quisiera ir todavía más allá en el radicarse de la fe en las personas e intentar alcanzar a los estratos sociales donde todavía somos extranjeros. Hasta hace poco meses atrás, los bautizados eran 1255, un número mínimo (respecto a la población de tres millones de habitantes, Ndr). Ser más prudentes quiere decir tener un impacto mayor dentro de la sociedad. Al mismo tiempo, significa radicarse a nivel con la familia, de personas adultas que comienzan a transmitir su propia fe a los hijos. Paralelamente, la cuestión de la inculturación, o sea tratar de conjugar la acción evangelizadora con el debido conocimiento de su identidad cultural e histórica y tratar de hacer sí que también las personas puedan expresar la propia fe en una forma a ellos cercana, según los propios esquemas y simbología.
¿Cuáles fueron y cuáles continúan siendo las obras de la Iglesia?
La actividad prevaleciente fue el compromiso en lo social. La «gran inversión» de los primeros años, que continúa todavía hoy es la actividad de promoción humana, la atención a los pobres con diversos proyectos. Se habla de educación, salud, acogida de los niños abandonados. Desde hace algunos años podemos contar sobre la colaboración de Caritas Mongolia. Luego cada parroquia desarrolla los propios proyectos, que se desarrollan del apoyo a la agricultura y el aquel hacia las mujeres, becas de estudio, iniciación al trabajo.
Nosotros, en la parroquia de Arvaiheer, desarrollamos diversas actividades. Un programa cotidiano de ayuda para después de la escuela, una especie de centro educativo y recreativo, en el cual ayudamos a los jóvenes a hacer las tareas y «empleamos» tiempo con ellos en juegos y otras actividades lúdico-recreativas, como cursos de inglés y de música. Luego una escuela maternal informal, donde estudian 27 niños de dos a cinco años. Otro proyecto para 30 mujeres en dificultad que practican y hacen cursos de corte y confección en tela y fieltro. Nuestra misión les da el material y los diseños, luego les compra sus productos y los vende a los amigos. Tenemos también un servicio de duchas públicas gratuitas dos veces por semana, para ir a solucionar la emergencia sanitaria. También hay un «grupo de la caridad» compuesto por los parroquianos, que juntan los pedidos inmediatos de la población pobre y distribuye ayudas. De hace dos años hospedamos en nuestros locales también a un grupo de Alcohólicos Anónimos, porque aquí el alcoholismo es realmente una plaga social. El grupo no es numeroso, se trata de 7-8 personas que no lo frecuentan en modo asiduo. Pero, el aspecto positivo es que las personas con problemas de dependencia advierten que se trata de un compromiso que lleva su tiempo, que les da a ellos puntos de referencia claros y los ayuda a reconstruir la propia voluntad y hacer de la verdad en sus vidas.
¿Cuáles son los números de la presencia católica?
En todo el país hay siete parroquias y tres centros misioneros, o sea una especie de casi-parroquias. Además del primer sacerdote diocesano mongol ordenado el año pasado, los misioneros son en total 77, pertenecientes a 10 congregaciones. De éstos, 26 sacerdotes (21 religiosos, cuatro diocesanos «fidei donum» y el cura mongol), 45 religiosas, una laica voluntaria. Tuvimos también dos laicos msioneros, pero que tuvieron que volver a Polonia por problemas de salud. Los misioneros provienen de 22 países, somos muy internacionales.
Usted, ¿cómo fue recibido por la población de Mongolia? ¿Y cuáles fueron las dificultades y las satisfacciones?
Se trata de una experiencia totalizadora. Mongolia tiene una grandísima identidad, historia y cultura radicadas y profundas. Entrar en este contexto me hizo estar muy entusiasta y reconocedor. Fue importante entrar en puntas de pie en una realidad similar, para poder conocer, apreciar y dialogar. Si no se conoce no se ama y para amar es necesario conocer. A partir de la lengua, de la historia y de las identidades religiosas, en particular el budismo tibetano y el chamanismo. Todavía hoy, después de 14 años, me considero un estudiante, el conocimiento es un proceso que no termina jamás.
Fui recibido bien, pero siendo extranjero estoy en la mirada de todos. Por esto es fundamental que se crean relaciones de confianza y respeto recíproco. Es una verdadera y propia cultura de humildad, que nos lleva a descender de nuestros pedestales y ponernos humildemente al servicio de la gente aprendiendo cada día de los errores que se cometen.
El Papa Francisco repite a menudo «salir e ir a las periferias» para anunciar el Evangelio. ¿Pero cómo se testifica Cristo en una Iglesia tan pequeña, con una población tan orgullosa de las propias tradiciones?
No hay recetas preparadas, pero algunas actitudes de fondo pueden ayudar, como el camino de la promoción humana, los proyectos y la cercanía. Pero sobre todo la «discreción», tratar de estar en sintonía y empatía con las personas con las cuales se vive, conociendo los propios límites y conscientes que somos vistos como moscas blancas. Se necesita discreción y disponibilidad para responder a sus preguntas. Pero también la autenticidad, estar lo más posible cercanos a las personas respetando sus tiempos. Las personas se alejan cuando se insiste demasiado, hay un rechazo instintivo cuando se sienten presionadas. Por lo tanto, es necesario estar dispuestos a trabajar a largo plazo, a acoger a las personas como individuos. Cuando están las condiciones lo permitan, es necesario buscar de ir al corazón de las cosas, no perderse en estupideces, no perderse en estupideces, ir hacia lo esencial de nuestra fe y tratar de testimoniarla con simplicidad. Por esto es importante tener atención a la liturgia, a la catequesis, a la predicación. El mensaje del Evangelio pasa más a través de todo esto que no a través de eslogan y campañas gritadas.
Una Iglesia tan pequeña y nueva, reciente, puede dar mucho en términos de «frescura». Nosotros somos cotidianamente testigos de cómo el anuncio del Evangelio genere nuevos creyentes que a su vez forman una comunidad y se convierten en pequeñas luces dentro de la sociedad. Respeto hacia otra Iglesia con siglos de historia, somos testigos en primera persona de esta frescura de la novedad del Evangelio, del escándalo que provoca la conversión. Esta es la belleza de una Iglesia que nace, que trata de encontrar el propio lugar en la sociedad y de lo que el Espíritu suscita que nadie podía programar. El encuentro entre el Evangelio y una cultura que siempre estuvo lejano es algo bello, transformante, fascinador.
Todo esto recuerda a la Iglesia universal que aquí se vive como el los Hechos de los Apóstoles: caminos que se abren y otros que se cierran. Al mismo tiempo, los católicos mongoles se sienten en comunión con toda la Iglesia y en particular con el Papa. Se sienten parte de una familia que es mucho más grande de la que vemos.