(InfoCatólica) El origen de este manifiesto es un encuentro el pasado mes de mayo en París en el que se expresó la preocupación común por el estado actual de una Europa desilusionada y desorientada por ideologías contrarias a su legado. En vez de limitarse a quejarse, los promotores de esta declaración decidieron que era necesario hacer un llamamiento público a redescubrir la verdadera Europa.
Esta verdadera Europa está amenazada, señalan, por una falsa Europa que padece un insuperable prejuicio contra nuestro pasado. Así, ignora e incluso repudia nuestras raíces cristianas. Otro de los rasgos de esta falsa Europa es la creciente represión de opiniones que se salen del marco, cada vez más estrecho, de lo que definen como políticamente correcto. Y todo esto lo hace, por supuesto, en nombre de la libertad y la tolerancia. Vivimos tiempos, además, en los que al mismo tiempo que escuchamos alardes de una libertad sin precedentes, la vida europea está más y más regulada hasta el último detalle.
Frente a esta falsa Europa y su asfixiante presión, los firmantes de la declaración de París reclaman una verdadera Europa que es una comunidad de naciones y que se nutre de un cristianismo que alienta la unidad cultural y de unas raíces clásicas compartidas. Contra los proyectos de algunos tecnócratas, que aspiran a que las naciones se disuelvan en la Unión Europea, la declaración proclama que la Europa real es, y siempre será, una comunidad de naciones.
También señala la extensión de una noción falsa de libertad, que fomenta el individualismo y que provoca la generalización del aislamiento y la falta de sentido. No se trata de fenómenos naturales, sino de las consecuencias de ideologías muy concretas. Como recoge la declaración, «Es nuestro deber proclamar la verdad: la generación del 68 destruyó pero no construyó. Crearon un vacío que ahora se llena con redes sociales, turismo barato y pornografía».
Este retrato de la falsa Europa se completa con la creciente restricción del discurso político, en el que los líderes políticos que dan voz a las verdades inconvenientes sobre el Islam y la inmigración son arrastrados ante los tribunales, un multiculturalismo que cada vez se muestra más inviable y un materialismo vacío que parece incapaz de motivar a los hombres y mujeres a tener hijos y formar familias.
Frente a este panorama, los firmantes de la declaración de París están convencidos de que la tarea de renovación empieza con la reflexión teológica. La falsa Europa es un sucedáneo de religión y la vida política y social debe liberarse de sus credos y anatemas. Esto requiere abandonar un lenguaje corrompido que alimenta la manipulación ideológica: «El discurso de la diversidad, la inclusión y el multiculturalismo está vacío», sostienen. Al mismo tiempo, hay que recuperar un intenso debate público libre de toda amenaza de violencia y coerción.
La verdadera Europa necesita de líderes políticos comprometidos con el bien común de cada uno de sus pueblos, estadistas que consideren nuestra herencia europea común y nuestras tradiciones nacionales particulares como algo tan admirable y valioso que rehúyan ponerlo en peligro por ningún sueño utópico.
También reclaman una profunda reforma de la educación, empezando por unos planes educativos que fomenten la transmisión de nuestra cultura común y eviten el adoctrinamiento de nuestros jóvenes en una cultura del rechazo. Asimismo, expresan su apoyo a «políticas sociales prudentes encaminadas a fomentar y fortalecer el matrimonio, la maternidad y la educación de los hijos. Una sociedad que falla al dar la bienvenida a los niños no tiene futuro».
En relación al fenómeno populista, los firmantes, si bien señalan las limitaciones de «confiar en lemas simplistas y apelaciones emotivas que dividen», reconocen «que mucho de lo que hay en este fenómeno político puede representar una sana rebelión contra la tiranía de la falsa Europa».
Para concluir, la declaración de París señala que «El pan y el circo no son suficientes. La alternativa responsable es la verdadera Europa (…) En este momento, pedimos a todos los europeos que se unan a nosotros en el rechazo de la fantasía utópica de un mundo multicultural sin fronteras».