(ANSA/InfoCatólica) El pontífice buscó «contrastar las interpretaciones negativas de la diferencia sexual», de quien «quiere cancelar tal diferencia». El Papa criticó esta «utopía de lo neutro» que remueve al mismo tiempo «la dignidad humana» de la diferencia sexual y la «cualidad personal de la transmisión generativa de la vida».
Citando el relato bíblico de la Creación, el papa Francisco dijo que la alianza entre hombre y mujer «está ciertamente sellada por la unión de amor, personal y fecunda, que señala el camino de la transmisión de la vida a través del matrimonio y la familia».
Pero va más allá y debe «tomar en sus manos la conducción de toda la sociedad». «Esto es una invitación a la responsabilidad para el mundo, en la cultura y en la política, en el trabajo y en la economía; y también en la Iglesia».
Esta alianza hombre-mujer sufre el impacto de una «revolución cultural» en la cual «la Iglesia debe hacer su parte» y «en esta perspectiva» debe «sobre todo reconocer honestamente los retrasos y faltas», agregó.
Francisco reiteró que «las formas de subordinación que marcaron tristemente la historia de las mujeres deben ser definitivamente abandonadas... Un nuevo comienzo debe ser escrito en el ethos de los pueblos, y esto puede hacerlo una renovada cultura de la identidad y la diferencia».
En otro tramo de su alocución, el Papa recordó que la «egolatría» y el «desprejuiciado materialismo» de «la alianza entre economía y técnica» propagan la idea de una «vida como recurso que explotar o descartar en función del poder y el beneficio».
Además la idea de «un bienestar que se difundiría automáticamente con el ampliarse del mercado» va de la mano con la ampliación «en cambio de los territorios de la pobreza y el conflicto, del descarte y el abandono».
«Esta perspectiva no es inocua: plasma un sujeto que se mira continuamente al espejo, hasta volverse incapaz de dirigir los ojos hacia los otros y el mundo. La difusión de esta actitud tiene consecuencias gravísimas para todos los afectos y vínculos de la vida».
«Hombres, mujeres y niños de todo el mundo experimentan» las «ilusorias promesas de este materialismo tecnocrático. También porque, en contradicción con la propaganda de un bienestar que se difundiría automáticamente con la ampliación del mercado, se extienden en cambio los territorios de la pobreza y el conflicto, del descarte y el abandono, del resentimiento y la desesperación. En cambio un auténtico progreso científico y tecnológico debería inspirar políticas más humanas».
Francisco finalmente recomendó «recuperar sensibilidad por las diversas edades de la vida, en particular las de los niños y ancianos. Todo aquello que en ellas es delicado y frágil, vulnerable y corruptible, no es un asunto que deba concernir exclusivamente a la medicina y el bienestar».
«Hay en juego partes del alma y de la sensibilidad humana que piden ser escuchadas y reconocidas, custodiadas y apreciadas, por los particulares y la comunidad».
«Una sociedad en la que todo esto puede ser solo comprado y vendido, burocráticamente regulado y técnicamente predispuesto, es una sociedad que ya perdió el sentido de la vida. No lo transmitirá a los hijos pequeños, no lo reconocerá en los padres ancianos. Por eso, casi sin darnos cuenta, edificamos ciudadanos cada vez más hostiles para los niños y comunidades cada vez más inhóspitas para los ancianos».