Caminos de actuación pastoral en torno a «Amoris Laetitia»

MENSAJE PASTORAL

Caminos de actuación pastoral en torno a

«Amoris Laetitia»

A todos los sacerdotes, a los religiosos y religiosas, a los animadores de las comunidades rurales, a los catequistas y a todos los fieles laicos de la Prelatura de Moyobamba.

Queridos hermanos y hermanas:

Después de haber celebrado con gozo el Encuentro de Prelatura 2017 entre sacerdotes, religiosos y religiosas, en el que hemos tenido la oportunidad de orar, compartir la alegría de nuestra consagración al Señor en el servicio a la misión y de estudiar juntos la Exhortación Apostólica Postsinodal «Amoris Laetitia» del Papa Francisco, recogiendo el trabajo que hemos llevado a cabo en torno a este documento, me dirijo a todos ustedes y a todo el Pueblo de Dios que camina en la Prelatura de Moyobamba con este mensaje pastoral.

«Amoris Laetitia»

Este mensaje reflexiona sobre la exhortación apostólica «Amoris Laetitia», aborda cuestiones pastorales delicadas como la formación de la conciencia, y da indicaciones sobre cómo implementar el texto pontificio en la Prelatura.

Las disposiciones y la información que lo acompañan no presentan cambios en la doctrina de la Iglesia, y son consistentes con las enseñanzas de los papas el Beato Pablo VI, San Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco.

Mi intención como obispo es ayudar a los fieles a acoger el documento «Amoris Laetitia» y ponerlo en la perspectiva de la evangelización y planificación pastoral. Por eso, las disposiciones quieren ser una guía particularmente útil para los sacerdotes y demás agentes pastorales. Éstas serán un recurso clave para revisar y actualizar los programas de preparación al matrimonio en nuestra prelatura de Moyobamba.

Al publicar «Amoris Laetitia», el Papa Francisco hace un nuevo llamamiento a la Iglesia para renovar e intensificar la proclamación misionera cristiana acerca de la naturaleza del sacramento del matrimonio y de la familia. Con ello, el Santo Padre, en unión con toda la Iglesia, espera fortalecer a las familias ya existentes y tender la mano a quienes han fracasado en su matrimonio, incluyendo a todos los que están marginados de la vida de la Iglesia.

«Amoris Laetitia» llama a un acompañamiento sensible de aquellas personas que, con una comprensión imperfecta de la enseñanza cristiana sobre el matrimonio y la vida familiar, tal vez no vivan de acuerdo a la fe católica, pero desean estar más integradas en la vida de la Iglesia.

Las declaraciones del Santo Padre parten de la interpretación católica clásica, clave para la teología moral, de la relación entre la verdad objetiva sobre lo que está bien y lo que está mal – por ejemplo, la verdad sobre el matrimonio revelado por el propio Jesús – y cómo entiende y aplica cada persona esta verdad a las situaciones particulares según el juicio de su conciencia. La enseñanza católica deja en claro que la conciencia subjetiva del individuo nunca puede ir contra la verdad moral objetiva, como si la conciencia y la verdad fueran dos principios rivales a la hora de tomar decisiones que atañen a la moral. Como escribió San Juan Pablo II, «La conciencia no es una fuente autónoma y exclusiva para decidir lo que es bueno o malo» (Veritatis Splendor 56, 60). Más bien, «la conciencia es la aplicación de la ley a cada caso particular» (Veritatis Splendor 59). La conciencia está sostenida por la ley moral objetiva y debe ser formada por ésta, porque «la verdad sobre el bien moral, manifestada en la ley de la razón, es reconocida práctica y concretamente por el juicio de la conciencia» (Veritatis Splendor 61). Es importante entender que para que una conciencia esté adecuadamente formada la persona ha de tener un encuentro personal con Cristo.

Pero personas con buenas intenciones pueden errar en cuestiones de conciencia, sobre todo en una cultura que está profundamente confundida sobre temas en relación al matrimonio y la sexualidad, por lo que pueden no ser totalmente culpables de actuar contra la verdad. Los pastores de la Iglesia, movidos por la misericordia, deberán adoptar un enfoque pastoral sensible en todas estas situaciones; un enfoque paciente, pero también fielmente sabedor de la verdad salvífica del Evangelio y el poder transformador de la gracia de Dios, confiado en las palabras de Jesucristo que promete que «conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres» (Jn 8, 32). Los pastores deberán esforzarse por evitar tanto el subjetivismo que ignora la verdad, como el rigorismo privado de misericordia.

Como todos los documentos magisteriales, «Amoris Laetitia» se entiende mejor cuando se lee a la luz de la tradición de la enseñanza y vida de la Iglesia. El propio Santo Padre afirma claramente que ni la enseñanza de la Iglesia ni la disciplina canónica con relación al matrimonio han cambiado: «puede comprenderse que no debía esperarse del Sínodo o de esta Exhortación una nueva normativa general de tipo canónica, aplicable a todos los casos» (Amoris Laetitia 300). La Exhortación del Santo Padre debería leerse, por lo tanto, en continuidad con el gran tesoro de sabiduría entregado por los Padres y Doctores de la Iglesia, por los testimonios de la vida de los Santos, las enseñanzas de los Concilios de la Iglesia y los documentos magisteriales previos.

II Diversas situaciones:

1. Los matrimonios católicos

El matrimonio cristiano es, por su naturaleza, indisoluble, permanente, formado por un varón y una mujer y abierto a la vida. La expresión sexual del amor dentro de un matrimonio verdaderamente cristiano está bendecida por Dios: es un vínculo poderoso de belleza y alegría entre el hombre y la mujer. Fue el propio Jesús quien elevó el matrimonio a una nueva dignidad. El matrimonio válido de dos personas bautizadas es un sacramento que confiere gracia y que tiene el potencial de profundizar la vida de la pareja en Cristo, sobre todo a través del privilegio compartido de traer una nueva vida a este mundo y de educar a los hijos en el conocimiento y el amor de Dios.

2. Los católicos separados o divorciados y que no se han vuelto a casar por lo civil.

Los pastores nos encontramos a menudo con personas cuyos matrimonios pasan por momentos muy difíciles, a veces por razones que parecen inmerecidas, otras por la culpa de uno o de los dos cónyuges. El estado de estar separado o divorciado y, por lo tanto, de estar solo, puede conllevar un gran sufrimiento. Puede significar estar separado de los propios hijos, una vida sin intimidad conyugal y, para algunos, la perspectiva de no tener nunca hijos.

Algunas personas, conscientes de que un vínculo matrimonial válido es indisoluble, rechazan en plena conciencia un nuevo vínculo y se dedican a sacar adelante a sus familias y sus deberes cristianos. Desde luego, deben recibir los sacramentos y merecen el cálido apoyo de la comunidad cristiana, pues demuestran de manera extraordinaria su fidelidad a Jesucristo. Dios les es fiel incluso si sus cónyuges no lo son, una verdad que los católicos debemos reforzar.

3. Los católicos que están separados o divorciados y que se han vuelto a casar por lo civil.

«Amoris Laetitia», manifiesta una preocupación especial hacia los católicos divorciados y que se han vuelto a casar por lo civil. En algunos casos, un primer vínculo matrimonial válido puede no haber existido nunca. En otros, el primer vínculo matrimonial de uno o de ambas partes puede ser válido. Esto impediría cualquier matrimonio sucesivo. Si tienen hijos del matrimonio original, tienen el importante deber de educarles y cuidar de ellos.

4. Los católicos que son convivientes y no están casados.

La cohabitación de parejas no casadas es muy común ahora y a veces está alentada por la conveniencia, el miedo a un compromiso perdurable o por el deseo de «probar» la vida en relación. Algunas parejas retrasan el matrimonio hasta que pueden permitirse una gran celebración nupcial. Muchos niños nacen de estas uniones irregulares. En estos casos hemos de considerar que si tienen hijos existe una obligación natural en la justicia a que los padres cuiden de sus hijos. Y los hijos tienen el derecho natural a ser cuidados y educados por ambos padres.

5. Los jóvenes católicos.

Dice el Papa: «Recuerdo que de ninguna manera la Iglesia debe renunciar a proponer el ideal pleno del matrimonio, el proyecto de Dios en toda su grandeza: Es preciso alentar a los jóvenes bautizados a no dudar ante la riqueza que el sacramento del matrimonio procura a sus proyectos de amor, con la fuerza del sostén que reciben de la gracia de Cristo y de la posibilidad de participar plenamente en la vida de la Iglesia. La tibieza, cualquier forma de relativismo, o un excesivo respeto a la hora de proponerlo, serían una falta de fidelidad al Evangelio y también una falta de amor de la Iglesia hacia los mismos jóvenes» (Amoris Laetitia 307).

III ¿Qué podemos hacer?

Objetivo general: «Construir hogares sólidos y fecundos según el plan de Dios… Misericordia y discernimiento pastoral ante situaciones que no responden plenamente a lo que el Señor nos propone» (Amoris Laetitia, 6).

Algunos caminos pastorales:

1 Todo plan pastoral cuyo fin sea apoyar a los matrimonios católicos deberá integrar la enseñanza en la gracia sacramental que tienen a su disposición y, en particular, cómo pueden ser introducidos más plenamente en esta fuente de gracia, para que así experimenten el poder del sacramento con el fin de fortalecer su relación.

Estrechamente relacionado con esto, los pastores deberán insistir en la importancia de la oración común, el santo Rosario y la lectura de la Escritura en casa, aprovechando la gracia que les es concedida por acudir con frecuencia a los sacramentos de la confesión y la eucaristía, y a la necesidad de apoyarse mutuamente con la ayuda de amigos y familiares católicos comprometidos.

Cada familia es una «iglesia doméstica», pero ninguna familia cristiana puede sobrevivir indefinidamente sin el apoyo de la gran familia de la Iglesia. Por eso, es necesario que la parroquia ofrezca a las familias católicas momentos de oración, retiros espirituales, jornadas de formación y convivencia.

Las parroquias y los movimientos eclesiales deberán encontrar modos de ayudar a familias que llevan el peso de una situación de enfermedad, de problema económico o de crisis matrimonial.

2 Los pastores deberán ofrecer a los católicos separados o divorciados y que no se han vuelto a casar por lo civil amistad y comprensión, les deberán facilitar que conozcan a laicos de confianza y ayuda práctica, para que puedan mantenerse fieles incluso bajo presión.

Del mismo modo, las parroquias y los movimientos eclesiales deberán preocuparse intensamente del bien espiritual de quienes están separados o divorciados desde hace tiempo.

Los católicos separados o divorciados y que no se han vuelto a casar por lo civil no tienen ningún obstáculo para recibir la absolución y la comunión eucarística regularmente y pueden participar de todas las funciones eclesiales propias de su condición de laicos.

En algunos casos, uno puede preguntar, de manera razonable, si el vínculo matrimonial original era válido y si existen las bases para un decreto de nulidad. Las personas que atraviesan estas circunstancias deberán ser apoyadas firmemente para que busquen la ayuda de un tribunal eclesiástico. Se debe llevar a cabo un proceso canónico y la autoridad competente debe decidir según la ley canónica.

3 Los católicos separados o divorciados que se han vuelto a casar deben ser acogidos en la comunidad católica. Los pastores deberán asegurarse de que estas personas no se consideren como fuera de la Iglesia. Al contrario, como personas bautizadas, pueden y deben compartir su vida. Las parejas deben sentir el amor que merecen de sus pastores y de toda la comunidad como hermanos que comparten la fe cristiana.

Al mismo tiempo, como observa «Amoris Laetitia 300», los sacerdotes deberán «acompañar a los divorciados que se han vuelto a casar en el camino del discernimiento de acuerdo a la enseñanza de la Iglesia y las orientaciones del Obispo… Se trata de un itinerario de acompañamiento y de discernimiento que orienta a estos fieles a la toma de conciencia de su situación ante Dios… Este discernimiento no podrá jamás prescindir de las exigencias de verdad y de caridad del Evangelio propuesto por la Iglesia».

A la luz de esto, los sacerdotes deberán ayudar a los católicos separados o divorciados que se han vuelto a casar por lo civil a formar sus conciencias según la verdad. Este es un verdadero trabajo de misericordia, que debe ser realizado con paciencia, compasión, con el deseo genuino del bien para todos los implicados, con sensibilidad por las heridas de cada una de las personas, guiándolas con amabilidad hacia el Señor. Su fin es la reconciliación plena de la persona con Dios y su prójimo, y la restauración de la plena comunión con Jesucristo y la Iglesia.

De hecho, los pastores deberán transmitir fielmente la enseñanza católica a estos hermanos, tanto en el confesionario como públicamente. Deberán hacerlo con gran confianza en el poder de la gracia de Dios, sabiendo que, cuando es dicha con amor, la verdad sana, construye y libera.

4 Con los católicos que son convivientes y no están casados y ya tienen hijos, fruto de esa unión, si la pareja tiene la suficiente madurez para transformar su relación en un matrimonio hay que ayudarles a comprometerse de una manera permanente y formar una unión válida. Aquí la prudencia juega un papel vital. Cuando una u otra persona no es capaz de casarse, o no quiere comprometerse en el matrimonio, el pastor deberá instarles a separarse.

Cuando la pareja está dispuesta a contraer matrimonio, hay que invitarla a vivir en castidad hasta que estén sacramentalmente casados. Con la ayuda de la gracia de Cristo, el dominio de uno mismo es posible. Y este ayuno de la intimidad física es un poderoso elemento para la preparación espiritual de una vida juntos para siempre. Obviamente, hay que ayudar a las personas a ser conscientes de su situación ante Dios, para que puedan confesarse ampliamente antes de la boda y empezar así su vida matrimonial con alegría en el Señor.

Los católicos convivientes que no tienen hijos deben prepararse al matrimonio viviendo separadamente. Cuando una pareja que cohabita tiene hijos, por el bien de estos tal vez deberán seguir viviendo juntos, pero en castidad.

A menudo las parejas de bautizados, o de uno bautizado y el otro no, que conviven y que piden los sacramentos de iniciación cristiana, o que buscan volver a la fe católica, son sólo vagamente conscientes de los problemas creados por su situación. Los sacramentos de la iniciación cristiana solo deben recibirlos el día que celebren su matrimonio en el Señor y no antes.

¿Pueden los católicos separados o divorciados que se han vuelto a casar por lo civil y los católicos que son solo convivientes recibir los sacramentos?

Siguen vigentes las condiciones objetivas exigidas por el Magisterio de la Iglesia para poder acceder a la recepción de los sacramentos. Estas condiciones objetivas fueron expresadas por el Papa San Juan Pablo II en la Exhortación Familiaris consortio 84, ratificadas por Benedicto XVI (Sacramentum charitatis, 29) y contenidas en el Catecismo de la Iglesia Católica, 1650. Asimismo, el Pontificio Consejo para los Textos Legislativos publicó la Declaración Sobre la admisibilidad a la Sagrada Comunión de los divorciados que se han vuelto a casar (24-VI-2000). Así como la declaración del cardenal Müller de 2016, según el cual las reglas de Familiaris Consortio 84 y Sacramentum Caritatis 29 son todavía válidas y aplicables en todos los casos. Siguiendo estos principios hemos de recibir el magisterio del Papa Francisco expuesto en el capítulo VIII de la Exhortación Amoris laetitia. Ésta se sitúa en continuidad con el magisterio precedente (cf. Amoris Laetitia, capítulo III).

Los católicos separados o divorciados que se han vuelto a casar por lo civil y los católicos que son solo convivientes se encuentran en una situación que contradice objetivamente a la ley de Dios. La Iglesia requiere de estas personas que se abstengan de intimidad sexual. Esto se aplica también a los casos en que ellos deban vivir, por el bien de sus hijos, bajo el mismo techo. Vivir como hermano y hermana es necesario para que reciban la reconciliación en el sacramento de la penitencia, que abre el camino a la eucaristía. Se anima a estas personas a acercarse al sacramento de la penitencia regularmente, pudiendo recurrir a la gran misericordia de Dios en este sacramento si fracasan en la castidad.

Incluso para aquellos que, por el bien de los hijos, viven bajo el mismo techo en casta continencia y han recibido la absolución, por lo que son libres del pecado personal, permanece el hecho objetivo de que su estado público y condición de vida en la nueva relación son contrarios a la enseñanza de Cristo contra el divorcio. Por lo tanto y de manera concreta: cuando los pastores den la comunión a personas divorciadas que se han vuelto a casar y a parejas convivientes que intentan vivir de manera casta, lo deben hacer de un modo tan discreto que eviten dar escándalo o que implique que la enseñanza de Cristo puede ser obviada. También hay que tener cuidado de que parezca que se apoya el divorcio, el nuevo matrimonio civil o la sola convivencia.

Los católicos separados o divorciados que se han vuelto a casar y los católicos solo convivientes están invitados a participar en la celebración de la Misa, en la escucha de la Palabra de Dios, en la Adoración eucarística, en la vida comunitaria de una parroquia o de un movimiento eclesial, en reuniones de oración o de formación y a tomar parte en las actividades caritativas de la parroquia, junto con el acompañamiento espiritual y discernimiento del pastor. Sus hijos, ya sean del matrimonio original como de la relación actual, son parte integrante de la vida de la comunidad católica y deben recibir los sacramentos y ser educados en la fe.

Las católicos separados o divorciadas que se han vuelto a casar y los católicos que son solo convivientes no deben tener puestos de responsabilidad ni en la Prelatura ni en la parroquia: En el consejo parroquial; ni como animadores; y tampoco deben llevar a cabo funciones litúrgicas como lector, ministro extraordinario de la comunión o ejercer como padrinos en los sacramentos; ni han de ejercer el ministerio de la enseñanza y de la catequesis.

Esto es difícil para muchos, pero cualquier cosa inferior a esto sería engañar a las personas sobre la naturaleza de la Eucaristía y la Iglesia. No debe haber contraposición entre doctrina y pastoral, entre verdad y caridad. La gracia de Jesucristo es una real y poderosa semilla de cambio en un corazón creyente y, por su poder de sanación interior, puede rehacerlo a una vida de santidad. Los pastores y todos los que trabajan al servicio de la Iglesia deberemos promover incansablemente la esperanza en este misterio salvífico.

5 En el Encuentro de Prelatura se sugirieron también una serie de acciones pastorales que nos ayudarán. De entre ellas, ordenadas y sintetizadas, destaco las siguientes:

A – En cualquiera de las diversas situaciones hemos de potenciar la pastoral familiar en las parroquias: Evangelización de las parejas, visitando las casas y proponiéndoles encuentros, retiros de conversión, catecumenado de adultos. Esta labor misionera la coordinaría el párroco con un equipo de laicos suficientemente preparados. Después formación integral a través de la catequesis, la oración, la participación en los sacramentos, el recurso a temas de crecimiento humano y afectivo. Luego una progresiva integración en la vida y actividad de la Iglesia a través del compromiso misionero.

B – Eduquemos a los jóvenes en una sana sexualidad y afectividad para que disciernan el amor verdadero.

C – Cuidemos la formación de los enamorados en la verificación de sus convicciones sobre los compromisos matrimoniales; así como el cursillo prematrimonial que se instituyó en la Prelatura, si es necesario, ampliémoslo, dinamicémoslo y mejorémoslo.

D – Celebremos con los matrimonios y las familias el domingo de la Sagrada Familia, así como las fechas de aniversario matrimonial donde puedan renovar sus promesas.

E – Creemos grupos matrimoniales parroquiales, liderados por matrimonios formados y experimentados. Aprovechemos más los movimientos eclesiales como Retiros Juan XXIII, Renovación Carismática, Camino neocatecumenal, Seguidores de Jesús el Maestro, e invitemos a movimientos familiaristas como Parejas para Cristo, Familia en Misión, Equipos de Nuestra Señora…

F – Podemos crear algunos centros de ayuda y orientación a las familias.

G – Formemos grupos parroquiales de padres orantes por sus hijos.

H – Creemos escuelas de padres en las parroquias.

I – Fomentemos encuentros con las familias de los animadores.

J – Participemos en el Taller de Métodos naturales de regularización de la natalidad, que se lleva a cabo en Moyobamba, y extenderlo a las demás parroquias. Aprovechemos la estancia en nuestra Prelatura de misioneros monitores de los métodos naturales.

K – Establezcamos puentes de colaboración entre las familias, la parroquia y la institución educativa.

Año Jubilar por el centenario de las apariciones de la Virgen de Fátima

Por el centenario de las apariciones de la Virgen de Fátima en Portugal, el Papa Francisco ha decidido conceder la indulgencia plenaria durante todo el Año Jubilar que comenzó el 27 de noviembre de 2016 y terminará el 26 de noviembre de 2017.

El Santuario de Fátima indicó que para obtener la Indulgencia Plenaria los fieles deben cumplir primero con condiciones habituales: confesarse, comulgar y rezar por las intenciones del Santo Padre.

Las Indulgencia Plenarias podrá obtenerse durante todo el Año Jubilar y para ello existen tres maneras.

1.- Peregrinar al Santuario

La primera forma es que los fieles vayan en peregrinación al Santuario de Fátima en Portugal y que allí participen en una celebración u oración dedicada a la Virgen.

Además de ello los fieles deben rezar el Padrenuestro, recitar el Credo e invocar a la Madre de Dios.

2.- Ante una imagen de la Virgen de Fátima en cualquier parte del mundo.

La segunda forma se aplica para los fieles piadosos que visitan con devoción una imagen de Nuestra Señora de Fátima expuesta solemnemente a la veneración pública en cualquier templo, oratorio o local adecuado en los días de los aniversarios de las apariciones, el 13 de cada mes desde mayo hasta octubre de 2017, y participen allí devotamente en alguna celebración u oración en honor de la Virgen María.

También se debe rezar un Padrenuestro, el Credo e invocar a la Virgen de Fátima.

3.- Los ancianos y enfermos

La tercera forma de obtener la indulgencia se aplica a las personas que por la edad, enfermedad u otra causa grave estén impedidos de movilizarse.

Pueden rezar ante una imagen de la Virgen de Fátima y deben unirse espiritualmente en las celebraciones jubilares en los días de las apariciones, los días 13 de cada mes, entre mayo y octubre de 2017.

Además tienen que ofrecer con confianza a Dios misericordioso, a través de María, sus oraciones y dolores o los sacrificios de su propia vida.

Queridos fieles de la prelatura de Moyobamba, nos acompaña en este camino la Santísima Virgen y su esposo San José que con Jesús forman la Sagrada Familia de Nazaret. A Ellos les pedimos bendición y protección para nuestras familias en nuestra Iglesia particular.

Con mi afecto y bendición.

          

            Moyobamba, 31 de marzo de 2017

+ Rafael Escudero López-Brea

  Obispo prelado de Moyobamba

 

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