De una vida interior renovada a un amor que trasciende fronteras

Mensaje para la Cuaresma de Mons. Ignatius A. Kaigama

De una vida interior renovada a un amor que trasciende fronteras

El período de la Cuaresma nos ofrece una excelente oportunidad de volver a profundizar nuestra vida interior, de hacer más buenas obras, buscar el perdón de Dios e intentar curar las relaciones rotas.

(ACN/InfoCatólica) El día de ayer Mons. Ignatius A. Kaigama, Arzobispo de Jos, Nigeria, ha transmitido a través de Ayuda a la Iglesia Necesitada (ACN) su tradicional mensaje para la cuaresma, el cual reproducimos a continuación:

El período de la Cuaresma nos ofrece una excelente oportunidad de volver a profundizar nuestra vida interior, de hacer más buenas obras, buscar el perdón de Dios e intentar curar las relaciones rotas. Durante este tiempo, las lecturas del Evangelio nos recuerdan que los que retornan al Señor, incluso si están hechos pedazos por el pecado, serán curados por Él y que vendará sus heridas y los llevará de vuelta a una vida espiritual sana.                               

Bautizados en Cristo somos una nueva creación. Por lo tanto, ya no hay judío ni pagano, esclavo ni hombre libre (cf. Gal 3,28). Necesitamos mostrar nuestra novedad en Cristo concretamente durante la Cuaresma a través de nuestro amor al prójimo. Si decimos «Jesús, te amamos», pero discriminamos a nuestros hermanos y hermanas en función de su religión o su tribu o de la región de la que provienen, entonces no estamos amando con el amor incondicional que nos pide Jesús.

La belleza del Cristianismo reside en su capacidad de derribar barreras y demoler muros erigidos por prejuicios étnicos o regionales. Si damos la bienvenida a Dios, pero no somos capaces de dar la bienvenida a nuestros hermanos y hermanas, solo somos medio cristianos. Cuando el joven rico preguntó a Jesús cómo alcanzar la vida eterna, Jesús le respondió que a través del amor a Dios y al prójimo (cf. Lc 18). San Juan señala que si dices que amas a Dios, pero odias a tu hermano o tu hermana, entonces eres un mentiroso (cf. 1 Jn 4,20), y Santiago advierte que si tu hermano o tu hermana están hambrientos y tú les dices «andad en paz» sin darles lo necesario, entonces no puedes ser considerado un buen cristiano (Sant 2, 15-16). Nosotros queremos ser plenamente cristianos y no solo medio cristianos. Os insto a que, mientras seguís trabajando duro en y por la Iglesia, recordéis que, en relación con cualquier ser humano que os encontréis, debéis estar preparados para sacrificar vuestro tiempo, vuestra capacidad y vuestros recursos para ayudarlo.

Actualmente se está realizando un gran trabajo para promover la paz, erradicar la violencia y garantizar el orden y la fraternidad en las diferentes partes de Nigeria donde los malentendidos debidos a razones religiosas, étnicas o económicas suponen importantes obstáculos. Necesitamos más genuino diálogo para traspasar las fronteras étnicas, religiosas y políticas. La palabra «diálogo» se ha convertido, afortunadamente, en una palabra familiar hoy en día. Hubo un tiempo en el que incluso algunos altos líderes religiosos y políticos consideraban como traidores a los que hablaban de diálogo o lo promovían. Al enseñar a los jóvenes a ser hostiles hacia sus así llamados enemigos, en lugar de establecer una cultura del diálogo, se les inducía a recurrir sin más a la violencia ante la más mínima provocación, y esto es la razón por la que ahora presenciamos una violencia entre y en el seno de las etnias y los grupos religiosos. Los padres deben enseñar a sus hijos a ser embajadores de la paz y no de la guerra. Los cuchillos, las espadas, las bombas y las armas de fuego no han aportado la victoria a nadie.

Cuando oímos hablar de jóvenes del noreste, el suroeste y de la zona del delta del Níger que amenazan con destruir la economía, la unidad y la existencia de nuestra nación, la cuestión que se plantea es: ¿son conscientes de las implicaciones de la guerra? A pesar de que se vanaglorien de ello, nadie ha ganado realmente una guerra en este país. Todos somos perdedores tras cada guerra. Cualquier guerra que libremos solo nos hará retroceder social y económicamente a aquellos días oscuros en los que solo sobrevivían los más fuertes. Nosotros ya hemos experimentado los tristes efectos de la guerra: ¿para qué volver a tomar este camino? Es fantástico que hoy contemos con muchas ONG que trabajan en aras del diálogo, la reconciliación y la paz. Sigamos hablando frecuente, abierta y sinceramente los unos con los otros, porque así la paz llegará y se quedará.

Nuestra religión cristiana nos enseña a ocuparnos de los demás y a vencer el mal con el bien (cf. Ro 12,21). El Buen Samaritano es un ejemplo de amor que traspasa fronteras (cf. Lc 10), y Fil 2,4 nos dice que primero tengamos en cuenta los intereses de los demás. En el Evangelio de San Lucas, capítulo 18, 9-14, leemos sobre el publicano y el arrogante, jactancioso y egocéntrico fariseo que fueron a rezar. Aquí, la lección es que Jesús no quiere una vida cristiana egocéntrica, sino que nos preocupemos por el bienestar espiritual y material y la salvación de todos. Si esto lo hacemos bien, entonces estaremos evangelizando. Cada cristiano bautizado es un misionero que comparte la triple misión de Cristo: profeta, sacerdote y rey. Para ser misioneros eficaces, tenemos que experimentar la gracia de la conversión y tener un encuentro personal con el Señor Jesucristo, y entonces podremos contribuir significativamente al bienestar de los demás.

El periodo de la Cuaresma nos invita a retornar a Dios para que Él nos despoje de toda nuestra maldad. Estamos invitados a experimentar un cambio interior, a tomar una antorcha y alumbrar con ella nuestros corazones. Es posible que nos sorprendamos ante lo que vemos ahí. Pero no solo se nos anima a una conversión espiritual, sino también a obrar en aras de una transformación social y política, a desarrollar una mejor actitud hacia el trabajo y el uso de los recursos materiales, y a dedicar tiempo y sensibilidad a las necesidades del prójimo, sobre todo, de las personas necesitadas y marginadas.

¿Por qué están surgiendo cada día muchas Iglesias y, no obstante, nuestra sociedad padece tantas enfermedades sociales? La sencilla razón es que muchos que profesan una religión no son religiosos. Al igual que con otras religiones, también en el Cristianismo podemos encontrar a cristianos que solo lo son nominalmente y que permanecen sentados en la valla. Muchos son meros seguidores curiosos, seguidores no comprometidos, y muy pocos son discípulos genuinos. Los verdaderos discípulos permanecieron con Jesús hasta el Calvario y llevaron adelante su misión con pasión aun mayor tras su muerte. Un verdadero cristiano es un discípulo que cada día realiza el esfuerzo de hacer lo que complace a Cristo. A menudo reza en los términos más sencillos –«Jesús, te amo»– sin buscar visiones o milagros, y hace buenas obras como Jesús, practica obras de misericordia corporales y desarrolla el hábito de permanecer junto a Jesús ya sea en la Misa o en la adoración eucarística o a través de obras de caridad para los necesitados, tendiendo una mano al que lo necesita como Simón de Cirene ayudó a Jesús a llevar la cruz.

Todos debemos influir positivamente en la vida sociopolítica de nuestra nación. La fe y el trabajo deben mezclarse de forma sana, pero no de forma fanática como hacen aquellos que intentan promover la religión, pero son insensibles al bien común. Estamos llamados a dar testimonio de la bondad de nuestras religiones y a utilizar los valores de nuestras religiones para mejorar los servicios sociales, pero no que seduzcamos, forcemos o intimidemos a la gente para que se una a nuestra religión. La conversión surgida del miedo o la coerción o por una promesa de riqueza material es, de hecho, una ridiculización de la religión.

Nuestra sociedad contemporánea, contaminada por vicios sociales, necesita renovarse. El pecado se ha racionalizado y la violencia se ha institucionalizado. Quiera el Señor concedernos la gracia de ser agentes activos a la hora de limpiar la faz de nuestra sociedad distorsionada, cubierta de sangre y corrupta, y hacernos experimentar poderosamente Su misericordia en esta Cuaresma y más allá de ella.

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