(AsiaNews/InfoCatólica) Son cada vez más fuertes las discrepancias dentro del infame «Califato» de Daesh, acrónimo árabe del Estado islámico; grietas que se vuelven evidentes de un modo cada vez más profundo por la ininterrumpidas derrotas en el campo y las pérdidas territoriales, acompañadas por más de un año sin nuevas conquistas en el plano geográfico. Días atrás, en Deir Ez Zor se escucharon disparos en zonas habitadas por los comandantes del EI. Es lo que refiere un habitante de la zona tras el anonimato, quien desconoce el motivo de los disparos, pero, que por el estruendo, está convencido de que se trata de un cruce de fuego en una zona donde, por otro lado, hay facciones armadas rivales entre sí.
Por ende, ¿qué está pasando en el seno de la más devastadora organización terrorista de sello religioso que haya conocido la región del Oriente Medio?
Un poco de historia
En los inicios de su formación, como rama de «Al Qaeda», Daesh surgió como un órgano capaz de reunir en Irak a muchos grupillos o células islámicas salafitas, guiadas por el Abu Mosab el Zarqawi, con la bendición del saudita Bin Laden. Se trataba de una organización criminal creada y manejada por gente que no era iraquí. Sus líderes debatieron largamente la opción de ir más allá de los confines, avanzando sobre Siria, o acerca de la necesidad de limitarse a permanecer dentro de las fronteras iraquíes, en una lucha que parecía ser la de la resistencia a la hegemonía chiita e iraní.
Finalmente, la elección de internacionalizar la ideología de un Estado islámico sunita, yendo más allá de las fronteras, tuvo viento a favor, y hemos asistido a la introducción de los primeros milicianos de Daesh en Siria, recurriendo al apodo de al Nusra. Un grupo que ha dejado tras de sí un reguero de sangre y devastación, inspirado por manuales y textos ideológicos de aquello que luego sería definido como Daesh.
Las victorias de Al Nusra en Siria han permitido a los líderes lanzar el apodo de Daesh: «Al Dawlat al Ilamiya lil Iraq wal Sham», es decir, «el Estado islámico de Irak y de Al Sham», un acrónimo, en una cultura como la árabe, que no conoce ni utiliza acrónimos como nombres. El nombre mismo, construido a partir de un acrónimo, en su época dio origen a muchas sospechas acerca de la naturaleza extranjera y no árabe de esta organización, cuyo objetivo era restablecer un «Califato islámico» en las tierras de los Abasíes y de los Omeyas (Irak y Siria).
Imperio financiero financiado por actividades criminales
La noticia del Califato, que en el mundo árabe fue difundida a la sordina, fue tan publicitada por la prensa occidental que llegó a transformar un tigre de papel en un enemigo aterrador; un marketing del terror amplificado por las poblaciones locales, muy atentas a las reacciones del mundo occidental, al punto de huir sin siquiera resistir ante el avance de Daesh. Un repliegue absoluto en presencia de un grupo que, apenas se le hizo frente con un mínimo de vigor, luego se reveló capaz de asesinar tan sólo a cristianos y musulmanes indefensos. E incluso de incendiar y profanar lugares de culto y cementerios cristianos y musulmanes, y de destruir el patrimonio cultural e histórico de dos de las más grandes religiones monoteístas.
Inmediatamente, Daesh se convierte en un imperio financiero con la venta de petróleo y llevando adelante todo tipo de tráfico ilegal; un mercado orientado a Occidente, a través de Turquía.
Pérdida de su base territorial
Para los rusos, en cambio, Daesh es aquél que «allana el camino para la invasión de los aliados, que declaran combatirlo». Un aspecto que surgió sobre todo en el norte de Siria, donde el Estado islámico se retiró sin siquiera combatir ante el avance de las tropas turcas. Este ha sido un hecho que se ha repetido días atrás, cuando las tropas de Ankara, junto a grupúsculos islámicos «sirios» de la oposición armada -que fueron creados precisamente por Turquía- ingresaron a la ciudad de Al Bab, de donde Daesh se había retirado pocas horas antes, a pesar de que la ciudad estaba cercada por todas partes.
Daesh ha perdido su base territorial, es decir, la razón misma de la instauración de un Califato, y ahora se inicia una nueva fase, que según muchos expertos, estará caracterizada por el retorno de sus miembros a la vida civil. En las zonas que han sido liberadas de la ocupación de Daesh, se ironiza subrayando que «los barberos de la región nunca tuvieron tanto trabajo como el que están teniendo en estos días».
A la clandestinidad
Una vida de clandestinos entremezclados con la gente parece ser el inicio de la fase transitoria del camaleón integralista, con decenas de miles de células durmientes; por otro lado, los atentados terroristas con auto-bombas, los kamikazes y los artefactos explosivos parecen ser la forma de guerra adoptada por ellos en un futuro próximo. Lo hemos visto la semana pasada con el atentado en Al Bab y con el de Homs, ocurrido pocas horas después.
En el último discurso registrado y difundido, el «Califa» Al Baghdadi, que según los servicios secretos iraníes huyó de Deir Ez Zor rumbo a Bu Kamal, exhortaba a sus seguidores «a la unidad, para resistir en Mosul». Unidad en un momento de deserción y de recrudecimiento en los enrolamientos, y en una fase durante la cual muchos ideólogos del Califato han llamado a una renuncia «temporaria» a este objetivo, que nació muerto.
Daesh se encuentra ahora entre el yunque de salvar lo insalvable y el martillo de la reestructuración ideológica. Sin embargo, lejos de desaparecer del todo, sobrevive gracias a la táctica que ha sido adoptada desde su inicio: actuar con grupos minúsculos de varias denominaciones y pseudo-afiliaciones diversas, pero todos unidos por la misma matriz. La política del terror islámico-salafita continuará sembrando la muerte con sistemas tradicionales terroristas de atentados sangrientos, aguardando una nueva reestructuración.