(RV) El Papa desarrolló la enseñanza de la 1ª Carta de San Pablo a los Tesalonicenses, en la que el Apóstol recuerda que somos hijos de la luz, revestidos con la coraza de la fe y del amor, y cubiertos con el casco de la esperanza de la salvación.
El Pontífice se refirió a la envergadura extraordinaria que asume esta virtud cuando encuentra la novedad que representa Jesucristo y el acontecimiento pascual. Del relato del Apóstol de los Gentiles, el Papa afirmó que se percibe toda la frescura y belleza del primer anuncio cristiano:
«Sí, porque la comunidad de Tesalónica, aunque era joven y a pesar de las dificultades y pruebas a las que había sido sometida, estaba enraizada en la fe y celebraba con entusiasmo y alegría la resurrección del Señor. Por eso el Apóstol se alegra de corazón con quienes renacen en la Pascua convirtiéndose verdaderamente en «hijos de la luz e hijos del día».
El Obispo de Roma explicó que cuando Pablo escribe a esta comunidad recién fundada y cercana en el tiempo a la resurrección del Señor, trata de hacerle comprender todos los efectos y las consecuencias que este evento, único y decisivo, comporta para la historia y la vida de cada uno; puesto que la dificultad que tenían sus habitantes, no era tanto el hecho de reconocer la resurrección de Jesús, cuanto creer en la resurrección de los muertos.
Por eso esta Carta es más actual que nunca, dijo el papa argentino. Y añadió que cada vez que nos encontramos ante la muerte, nuestra o de algún ser querido, sentimos que nuestra fe es puesta a prueba, dado que surgen las dudas producto de nuestra fragilidad.
De ahí que el Pontífice haya explicado que frente a los tantos temores y perplejidades Pablo invita a aquella comunidad a tener firme sobre la cabeza, como un casco, la esperanza de la salvación, es decir, la esperanza cristiana. Y ofreció algunos ejemplos de esperanza entendida como las cosas bellas que deseamos y que no sabemos si se realizarán.
Sin embargo, Francisco recordó que la esperanza cristiana es la espera de algo que ya ha sido cumplido y que ciertamente se realizará para cada uno de nosotros. Lo que, de todos modos – dijo – implica que aprendamos a vivir en la espera con corazón humilde y pobre, puesto que sólo un pobre sabe esperar; mientras quien está totalmente satisfecho, no sabe poner su confianza en ningún otro que no sea él mismo.
Y concluyó su catequesis invitando a pedir al Señor que eduque nuestros corazones en la esperanza de la resurrección, para que aprendamos a vivir en la espera segura del encuentro definitivo con Él y con todos nuestros seres queridos.