(Zenit) Durante su discurso, el Pontífice ha dedicado unas palabras a los niños que han decorado el árbol con el apoyo de la «Fundación Lene Thun», que anima los talleres de terapia con cerámica en distintos hospitales. «Las esferas coloreadas que habéis creado representan los valores de la vida, del amor y de la paz que el Nacimiento de Cristo cada año viene a proponernos», ha observado el Santo Padre.
Tal y como ha señalado, el pesebre colocado en la plaza de San Pedro, obra del artista maltés Manwel Grech, reproduce el paisaje de este país, y se completa con la tradicional cruz de Maly de la «luzzu», típica embarcación que recuerda también la triste y trágica realidad de los migrantes en las barcas que se dirigen a Italia.
Al respecto, el Papa ha querido recordar que en la dolorosa experiencia de estos hermanos y hermanas, vemos de nuevo la del Niño Jesús, «que en el momento del nacimiento no encontró alojamiento y nació en la gruta de Belén», y después «fue llevado a Egipto para huir de la amenaza de Herodes».
De este modo ha asegurado que los que visiten este pesebre «serán invitados a redescubrir el valor simbólico, que es un mensaje de fraternidad, de compartir, de acogida y de solidaridad». Asimismo, el Santo Padre ha explicado que también los pesebres colocados en las iglesias, en las casas y en tantos lugares públicos son una invitación a «hacer sitio a Dios en nuestra vida y en la sociedad», escondido en el rostro de tantas personas que están en condiciones de dificultad, de pobreza y de tribulación.
El pesebre y el árbol –ha señalado– forman un mensaje de esperanza y de amor, y ayudan a crear el clima natalicio favorable para vivir con fe el misterio del Nacimiento del Redentor, «venido a la tierra con sencillez y mansedumbre». Dejémonos atraer –ha invitado– con ánimo de niños, delante del pesebre, porque allí se comprende la bondad de dios y se contempla su misericordia, que se ha hecho carne humana para ablandar nuestras miradas.