(Zenit) El Papa ha explicado que al rezar pensando qué les diría, se acordó con «particular emoción» las palabras finales que les dijo el beato Pablo VI al finalizar la Congregación General XXXII: «Así, así, hermanos e hijos. Adelante, in Nomine Domini. Caminamos juntos, libres, obedientes, unidos en el amor de Cristo, para mayor gloria de Dios».
La Fórmula del Instituto, ha explicado Francisco, es lo «necesario y substancial» que hay que tener todos los días ante los ojos, después de mirar a Dios. Así, tanto la pobreza como la obediencia o el hecho de no estar obligados a cosas como rezar en coro, «no son ni exigencias ni privilegios», sino «ayudas que hacen a la movilidad de la Compañía, al estar disponibles para correr por la vía de Cristo Nuestro Señor teniendo, gracias al voto de obediencia al Papa, una más cierta dirección del Espíritu Santo».
Por otro lado, recuerda que el caminar, para Ignacio, «no es un mero ir y andar» sino que se traduce en algo cualitativo. Es «aprovechamiento y progreso», «ir adelante», «hacer algo en favor de los otros».
Al respecto, ha explicado que el aprovechamiento no es individualista, es común. El fin de esta Compañía es «no solamente atender a la salvación y perfección de las ánimas propias con la gracia divina, mas con la misma intensamente procurar de ayudar a la salvación y perfección de las de los prójimos». Y si para algún lado se inclinaba la balanza en el corazón de Ignacio «era hacia la ayuda de los prójimos». Asimismo ha recordado que el aprovechamiento «no es elitista». Y señala que las obras de misericordia «eran el medio vital en el que Ignacio y los primeros compañeros se movían y existían».
El aprovechamiento, por fin, es «lo que más aprovecha». Se trata del «magis», de ese plus, que lleva a Ignacio a iniciar procesos, a acompañarlos y a evaluar su real incidencia en la vida de las personas, ya sea en cuestiones de fe, de justicia o de misericordia y caridad.
Para reavivar el fervor en la misión de aprovechar a las personas en su vida y doctrina, el Pontífice ha presentado estas reflexiones en tres puntos.
En primer lugar ha indicado que se debe «pedir insistentemente la consolación». De este modo, Francisco ha precisado que «es oficio propio de la Compañía consolar al pueblo fiel» y «ayudar con el discernimiento a que el enemigo de natura humana no nos robe la alegría». Que no nos la robe «ni por desesperanza ante la magnitud de los males del mundo y los malentendidos entre los que quieren hacer el bien», «ni nos la reemplace con las alegrías fatuas que están siempre al alcance de la mano en cualquier comercio».
En esta misma línea, ha explicado que «practicar y enseñar esta oración de pedir y suplicar la consolación», es el principal servicio a la alegría. Y si alguno no se cree digno –ha advertido– al menos insista en pedir esta consolación por amor al mensaje, ya que la alegría es constitutiva del mensaje evangélico, y pídala también por amor a los demás, a su familia y al mundo. También ha subrayado que esta «alegría del anuncio explícito del Evangelio -mediante la predicación de la fe y la práctica de la justicia y la misericordia- es lo que lleva a la Compañía a salir a todas las periferias». El jesuita –ha insistido– es un servidor de la alegría del Evangelio.
En segundo lugar, el Papa ha invitado a «dejarnos conmover por el Señor puesto en Cruz». Al respecto, ha observado que «el Jubileo de la Misericordia es un tiempo oportuno para reflexionar sobre los servicios de la misericordia». Lo digo en plural –ha especificado– porque la misericordia no es una palabra abstracta sino un estilo de vida, que antepone a la palabra los gestos concretos que tocan la carne del prójimo y se institucionalizan en obras de misericordia. De este modo, ha querido recordar que el modo como Ignacio vive y formula su experiencia de la misericordia «es de mucho provecho personal y apostólico y requiere una aguda y sostenida experiencia de discernimiento».
Igualmente ha explicado que el Señor, «que nos mira con misericordia y nos elige», «nos envía a hacer llegar con toda su eficacia esa misma misericordia a los más pobres, a los pecadores, a los sobrantes y crucificados del mundo actual que sufren la injusticia y la violencia».
En tercer lugar, el Santo Padre ha propuesto «hacer el bien de buen espíritu, sintiendo con la Iglesia». Es también propio de la Compañía –ha reconocido– el servicio del discernimiento del modo como hacemos las cosas. Además, ha explicado que esta gracia de discernir, que no basta con pensar, hacer u organizar el bien sino que «hay que hacerlo de buen espíritu», es lo que «nos enraíza en la Iglesia, en la que el Espíritu actúa y reparte su diversidad de carismas para el bien común».
Finalmente, ha subrayado que es propio de la Compañía «hacer las cosas sintiendo con la Iglesia». En este punto ha recordado que «hacer esto sin perder la paz y con alegría, dados los pecados que vemos tanto en nosotros como personas como en las estructuras que hemos creado», implica cargar la Cruz, experimentar la pobreza y las humillaciones, ámbito en el que Ignacio «nos anima a elegir entre soportarlas pacientemente o desearlas».