(Actuall) Ha sido en Siria donde este misionero chileno asegura que ha aprendido «a ser sacerdote». Y es que el padre Rodrigo, licenciado en Bellas Artes y especialista en la cultura árabe, ha vivido cómo la población cristiana ha pasado en los últimos cinco años del 10 al 2% en Siria.
Miembro del Instituto Verbo Encarnado, el padre Miranda tuvo que abandonar Alepo a finales de 2014. Sin embargo, todavía recuerda momentos en los que ha tenido que «asistir a cientos de personas heridas» o encontrar «otras esparcidas o trituradas» por las calles de la capital siria. Actuall ha podido hablar con él sobre la situación de los cristianos en Siria.
¿Por qué decide ser misionero en Siria?
Mi anhelo durante los años de formación era ir a Tierra Santa. Tuve la gracia de misionar allí durante varios años. Cuando me encontraba en Jordania, me pidieron ir a Siria. Por aquel entonces era un país en paz. La Iglesia siria siempre ha destacado por ser muy activa en la región. Por lo tanto, era un lugar con muchas expectativas pastorales para un misionero.
Explica que cuando llegó a Siria era un país en paz pero, ¿cómo está la situación en estos momentos?
Desde el año 2011 el conflicto está lleno de violencia, odio, destrucción y muerte. Hoy no ha variado mucho. Hay ciertos momentos de «tregua», pero la tragedia continua. Ya no hay casi nada que queda para ser destruido.
¿Por qué ha surgido todo esto en Siria?
No se puede hacer solo un análisis simplista y mediático que depende de lo contingente, sino que se debe realizar un análisis multidisciplinar. Hay causas geopolíticas y económicas que dependen de la contingencia, pero también hay una causa religiosa. La Guerra en Siria, o los conflictos de la región no nacen con la mal llamada «primavera árabe» o con algún presidente o gobierno de turno. Tampoco se restringen los responsables de los conflictos a personajes del medio oriente. Occidente ha contribuido mucho al desastre que viven hoy esos pueblos.
Antes de la guerra, ¿cómo era la vida de los cristianos de este país?
La vida en Siria era pacífica. La convivencia entre las religiones era buena, obviamente siempre hablando del nivel social superficial. Todo esto debido al sistema más bien secular de gobierno. Por eso mismo los cristianos vivían bien su fe y manifestación cultural, dentro de los límites y restricciones de las leyes y sistemas islámicos de la región.
Ahora, ¿con qué peligros conviven?
La población vive continuamente en peligro. Los cristianos tienen que hacer frente a 24 horas de enfrentamientos, tiroteos, bombardeos, francotiradores, secuestros, etc. La gente no cuenta con los suministros básicos para la vida como el agua, la electricidad, el combustible, la comida o las medicinas. Poco a poco la población va desapareciendo, mientras el silencio y la mentira de la opinión internacional sobre el asunto, agrava la crisis. Se rechaza hablar de las razones del conflicto y, por tanto, las víctimas se transforman solo en daños colaterales.
Los cristianos, intencional y sistemáticamente, son objetos de los más terribles crímenes en todo momento. Especialmente son atacados en las principales fiestas de nuestro calendario litúrgico. Todas las navidades y pascuas perdemos las vidas de muchos de nuestros cristianos. Sufren un verdadero genocidio, bien documentado y probado, aunque la comunidad internacional rechace lo evidente.
¿Cómo afecta este sufrimiento en la fe de los cristianos?
Los cristianos viven su fe con los ojos puestos en Dios. Todo lo esperan de Él. Continúan asistiendo asiduamente a la Iglesia. Tratan de llevar adelante las actividades pastorales y humanitarias con gran esfuerzo, generosidad y caridad, aunque esto signifique arriesgar la vida. Ellos mismos dicen que el conflicto que están viviendo es una tragedia, pero lo sienten como una purificación de todo aquello que contaminaban sus almas. Por eso mismo han vuelto a sus raíces de dar testimonio público de su fe.
Usted, ¿qué les dice para que sigan teniendo esperanza?
Ellos me dicen a mí: ¡Confiamos en Dios, Él no nos abandonara!. Por eso, todos los religiosos hemos tratado de seguir la frase del apóstol san Pablo: Vence el mal a fuerza de Bien. Hay que concentrarse en hacer el bien y eso nos protege de contaminarnos del odio. Los cristianos de Siria se mantienen activos en hacer el bien y por eso se mantienen con esperanza.
¿Qué es lo peor ha vivido en estos años?
Hubo muchos momentos de mucha tensión, peligro, muerte y sufrimiento. El horror de la guerra es continuo y cada día se vive como si fuera el último. Por ejemplo, justo antes de salir de Alepo, me encontraba renovando mi visado en una oficina de gobierno, cuando los rebeldes comenzaron a bombardear el edificio en el que nos encontrábamos. Estábamos rodeados, así que solo había que rezar y esperar el desenlace. Gracias a Dios nos salvamos. Pero creo que lo peor ha sido vivir la destrucción del barrio donde trabajaba y el asesinato de muchos de nuestros feligreses.
Y en este escenario de terror, ¿qué ha sido lo más bonito que has vivido?
El privilegio de compartir la vida con los cristianos de Alepo. Desde los cientos de testimonios de mártires que no claudican ante la muerte hasta el ejemplo de los niños y jóvenes que continúan sus estudios en esta situación límite, por amor a su patria y fidelidad a la oportunidad que Dios les da. O los cristianos que caminan 45 minutos para ir a misa cotidiana o a confesarse.
¿Recuerda algún ataque que le haya marcado?
Creo que la situación que mejor describe la realidad en Alepo fue el ataque que presencié en el centro de la ciudad cuando estaba haciendo unos trámites. Había mucha gente en las calles y cada cual interesado en sus cosas. También había mujeres con sus niños y vendedores ambulantes. De repente comenzaron a bombardear los edificios de la zona. Caían muchos misiles y la reacción de la gente fue alzar la vista y calcular la distancia y la peligrosidad. Después continuaron haciendo sus labores. Imagínense entonces el grado al que ha llegado el conflicto, que una situación tan grave como la que acabo de contar, ya es parte de la vida normal. Y así sucede con todas las demás cosas, desde la carencia de suministros básicos hasta la pérdida de tantos seres queridos de los modos más horrendos.
¿Perdonan al Estado Islámico por todo lo que están viviendo?
El Estado Islámico ha sido un grupo más de los múltiples que los han asesinado y perseguido en el tiempo. Yo no caería en el juego occidental de poner todo el acento en el villano creado artificialmente. Deberíamos hablar de tantos que han hecho las mismas cosas. No obstante, los cristianos están preparados para dar testimonio público de la fe y perdonar a sus agresores, de cualquier tipo. Incluso perdonan a occidente por su tremenda responsabilidad en el asunto.
Pero, ¿tienen perdón de Dios los terroristas del Estado Islámico?
Dios está dispuesto a perdonar, pero si el hombre no cambia y no pone los medios para remediar su pecado, se cierra a ese perdón.
¿Qué podemos hacer desde Occidente?
Si queremos ayudar de manera eficaz, deberíamos poner todos los medios disponibles para que las víctimas permanezcan en sus países. Esto significa detener los conflictos en su raíz. Quienes tienen la responsabilidad a nivel político, económico y diplomático, no han manifestado una voluntad sincera y desinteresada en solucionar el conflicto o al menos buscar canales que pongan fin a los mismos en sus causas. Para ellos pesan más los intereses y el lucro que el bien común.
Y, ¿cuál debe ser el papel de la Iglesia?
Tanto los organismos internacionales como la Iglesia deben seguir colaborando económicamente en los países donde tienen lugar los conflictos, es decir, en Siria e Irak. En particular, la Iglesia debería empezar por su casa. Los grupos de cristianos de Siria e Irak son los que menos ayudas reciben. Son evidentemente discriminados por las agencias de ayuda internacional. En nombre de una supuesta caridad en abstracto se termina ayudando siempre al vecino, mientras que los hijos continúan siendo abandonados y asesinados. Es obvio que hay que ayudar al que golpea la puerta. Nadie con buena intención y sentido común piensa en una dialéctica de la ayuda. Pero, pensar sólo en abstracto es precisamente lo que hiere al que sufre.