(Fides) La prórroga de un año más de las sanciones contra la Siria de Assad, ordenada ayer por el Consejo de la Unión Europea (UE), es otra expresión más «de una política incomprensible, que nos desconcierta. Las sanciones hacen daño al pueblo, a los civiles, a las personas pobres. Ciertamente no al gobierno o a los grupos armados, que como se puede ver están bien abastecidos con todos los recursos y de armas cada vez más sofisticadas». Así lo dice Mons. Boutros Marayati, arzobispo de la archieparquía armenia Católica de Alepo, comentando la decisión tomada ayer por la Unión Europea de ampliar hasta el 1 de junio de 2017, la sanciones impuestas a una nación desgarrada por cinco años de guerra.
En las últimas semanas, el Arzobispo Boutros había firmado una apelación/petición lanzada en la plataforma change.org con la que muchos obispos, religiosos y consagrados católicos, pertenecientes a diferentes Iglesias sui iuris, pedían a la Unión Europea el poner fin a las «iniquidades de las sanciones contra Siria».
«Sabemos que nadie nos escucha. Por lo que las personas siguen sufriendo. Ayer también - dice a Fides Mons. Marayati - fue bombardeada nuestra casa de ancianos armenios. Ha muerto una trabajadora que se ocupaba de ellos, y han tenido que evacuar a 45 personas mayores, que ahora viven en una sala subterránea de la parroquia armenia ortodoxa.
La situación es cada vez peor. Desde los distritos en poder de los rebeldes llegan disparos de artillería lanzados con armas más sofisticadas, que hacen más daño que los proyectiles de mortero de antes. En Alepo la tregua no se sostiene. Crece el número de ataques por ambos lados. Y estamos bajo el fuego de los grupos yihadistas».
Vista desde la frontera de Alepo, la decisión europea confirma la intuición que llevamos tiempo sintiendo muchos obispos y pastores de la región: «Si la guerra continúa - repite a Fides el Arzobispo Boutros Marayati - significa que alguien no quiere que termine. En Europa crece la obsesión por los refugiados y las políticas de repatriación. Pero ninguno se iría lejos de Siria, si no hubiese una guerra ni sanciones que ayuden a morir de hambre a la gente. Siria siempre ha sido un país que acogía a los refugiados. Si las armas hiciesen silencio, y si se eliminaran las sanciones, aquí nadie se le ocurriría salir corriendo para irse a vivir bajo la nieve. Pero está claro que hay alguien que no quiere que esta guerra termine. Pedimos las oraciones de todos, para que vuelva la paz, como una gracia del Señor»