(ACI Prensa) «La fuerza viene de Dios, sin Él no podría entrar a la PGV, Él abre caminos», explica la religiosa a ACI Prensa, poco después de llegar de participar en un encuentro con familiares de presos.
Control por los presos
La Penitenciaría General de Venezuela tiene tres módulos: un internado judicial donde están quienes todavía no tienen una condena, el anexo femenino y la propia penitenciaría en donde se sitúan los ya sentenciados.
«Aquí en Venezuela hay cárceles que están controladas por el Estado. Son nuevas y tienen funcionarios, maestros, los presos llevan uniforme… pero en la PGV el control lo tienen los internos, como en muchas cárceles de América Latina», explica a ACI Prensa la religiosa.
Por eso afirma que cuando entra debe seguir las «normas internas» que le dictan los presos líderes. «Están armados y eso asusta, pero como sucede todos los días, intento no centrar la mirada en el arma. Les conozco por su nombre, saludo a sus familiares. Intento ser ese signo de amor y libertad, de cariño, ternura y misericordia. Es como si fuera la madre de la PGV», asegura la religiosa que sólo tiene 53 años.
«En alguna ocasión lo funcionarios guardias se han puesto bravos. Pero yo intento ser muy delicada y respetuosa con ellos. Cuando esto sucede, yo me quedo callada hasta que se le bajan los humos. Y después consigo lo que quiero. Además, es mejor ser humilde que soberbia».
La religiosa precisa que durante estas casi dos décadas «generalmente ‘la palabra de la hermana es la palabra de la hermana’ y respetan tanto mi palabra como mi persona».
«No es que haga la vista gorda de lo que pasa, sino que tengo que seguir las orientaciones que me dan para no perder el espacio que tengo para dar clases, proclamar la palabra de Dios, hacer encuentros con las familias…»
Un ejemplo de ello es la cena de Navidad que organizó con un grupo de presos estudiantes. «Nos permitieron tener la cena y una pequeña parrandita, para hacerles vivir un día distinto a los que tienen los presos», apuntó.
Como preparación para estos días de fiesta navideña la hermana animó a que pintaran los pabellones e incluso colocaran algunas guirnaldas y luces. «Hicimos también un pesebre entre todos. Les fui explicando el significado de cada una de las figuras del Belén y cómo la Navidad es un tiempo de regalos en el sentido de darme yo como regalo y que el otro sea un regalo para mí. Ése ha sido el principal trabajo de estos días».
Responder a las necesidades
Su vocación como Mercedaria Misionera la ha llevado siempre con quienes están privados de libertad. En la PGV su principal función es de maestra, pero asegura que ha hecho de todo «porque las necesidades son muchas», desde suturar presos heridos en motines o revueltas, hasta asistir partos.
«Desde hace un tiempo hay menos violencia, menos muertes porque los presos han tomado conciencia de que hay que aprender a convivir con los otros respetando su derecho a la vida. He hecho un trabajo del buen trato con los maestros, con los alumnos, con los funcionarios», explica la hermana a ACI Prensa.
Un momento muy importante fue el inicio del Año de la Misericordia. «Les expliqué que pasar por la puerta de su celda era como pasar por la Puerta Santa que habían abierto en la catedral. Y que Dios es misericordia, que el amor grande de Dios se hace visible en los gestos de unos y otros», afirma.
«A veces tengo que hablar de Dios sin nombrar a Dios», reconoce la religiosa, pero asegura que los presos entienden perfectamente. «Yo voy vestida de hábito y entro en todos los pabellones, en los que están los presos más beneficiados y también en donde están los más desprotegidos, quienes que no tienen visita ni a nadie».
Situaciones límite
Sin embargo el día a día en la PGV no es nada sencillo. De hecho, la hermana Neyda recuerda cómo en varias ocasiones ha tenido que mediar entre las autoridades y los presos que habían cogido rehenes.
«También he estado en situaciones que por rencillas hay muertes, hablo con ellos para que no se maten tanto, para que se respeten. Le pido mucho a Dios que puedan ver la luz, no les impongo nada porque no puedo, pero sí quiero ser la luz en medio de esa situación oscura. Siempre hay algo que podemos hacer por ellos», precisa.
En medio de los tiroteos y balaceras frecuentes en la PGV la hermana tiene clara una cosa: «Hay situaciones muy fuertes en las que tengo que fiarme de Dios. Le digo: «En Ti confío, sé que nunca dispararán contra mí» y nunca lo han hecho».
La hermana Neyda Rojas también realizó una petición de ayuda porque carece de medios materiales para realizar su labor pastoral. Ante la difícil situación que afronta Venezuela, la religiosa animó a contactar con la Casa Madre de la Congregación de las Misioneras Mercedarias y realizar la aportación a través de la Madre General. http://www.mercedariasmisioneras.org