El Papa habló en la Misa de Gallo sobre uno de los grandes males de la sociedad moderna: la indiferencia

Es necesario cultivar un fuerte sentido de la justicia

El Papa habló en la Misa de Gallo sobre uno de los grandes males de la sociedad moderna: la indiferencia

El papa Francisco celebró este jueves en la basílica de San Pedro antes de medianoche (local) la tercera Misa de Gallo de su pontificado, durante la cual instó a los 1.200 millones de católicos en el mundo a «cultivar la justicia» y a ser «sobrios».

(La Información) «En una sociedad frecuentemente ebria de consumo y de placeres, de abundancia y de lujo, de apariencia y de narcisismo, Él nos llama a tener un comportamiento sobrio, es decir, sencillo, equilibrado, lineal, capaz de entender y vivir lo que es importante», afirmó el papa fiel a su estilo claro y directo de hablar.

Durante la solemne homilía, cocelebrada con un centenar de prelados, y a la que asistieron cientos de peregrinos y religiosos, Francisco habló sobre uno de los grandes males de la sociedad moderna: la indiferencia.

«En un mundo, a menudo duro con el pecador e indulgente con el pecado, es necesario cultivar un fuerte sentido de la justicia, de la búsqueda y de poner en práctica la voluntad de Dios», recalcó.

«Ante una cultura de la indiferencia, que con frecuencia termina por ser despiadada, nuestro estilo de vida ha de estar lleno de piedad, de empatía, de compasión, de misericordia, que extraemos cada día del pozo de la oración», agregó. 

Francisco pidió a los católicos que cesen de sentir «miedo y temor» y calificó a Jesús como el «príncipe de la paz». «Que, al igual que el de los pastores de Belén, nuestros ojos se llenen de asombro y maravilla al contemplar en el Niño Jesús al Hijo de Dios», concluyó.

Jorge Bergoglio, de 79 años de edad, llegó hacia las 20'30 a la basilica para oficiar la tradicional misa, que duró casi dos horas, se mostraba pálido y con la voz baja tras sufrir en los últimos días una fuerte gripe con mucha fiebre.

Transmitida en directo por televisión a numerosos países del mundo, el primer papa latinoamericano invitó a los 1.200 millones de católicos en el mundo a ser sencillos.

La misa comenzó con el canto de «Gloria», y las campanas de San Pedro repicaron para anunciar el nacimiento del Niño Jesús. Al término de la eucaristía, el sumo pontífice depositó la imagen del Niño Jesús en un pesebre instalado dentro de la basílica vaticana.

Homilía del Papa Francisco en la Misa del Gallo 2015 de la Natividad del Señor

En esta noche brilla una «luz grande» (Is 9,1); sobre nosotros resplandece la luz del nacimiento de Jesús. Qué actuales y ciertas son las palabras del profeta Isaías, que acabamos de escuchar: «Acreciste la alegría, aumentaste el gozo» (Is 9,2). Nuestro corazón estaba ya lleno de alegría mientras esperaba este momento; ahora, ese sentimiento se ha incrementado hasta rebosar, porque la promesa se ha cumplido, por fin se ha realizado.

El gozo y la alegría nos aseguran que el mensaje contenido en el misterio de esta noche viene verdaderamente de Dios. No hay lugar para la duda; dejémosla a los escépticos que, interrogando sólo a la razón, no encuentran nunca la verdad. No hay sitio para la indiferencia, que se apodera del corazón de quien no sabe querer, porque tiene miedo de perder algo. La tristeza es arrojada fuera, porque el Niño Jesús es el verdadero consolador del corazón.

Hoy ha nacido el Hijo de Dios: todo cambia. El Salvador del mundo viene a compartir nuestra naturaleza humana, no estamos ya solos ni abandonados. La Virgen nos ofrece a su Hijo como principio de vida nueva. La luz verdadera viene a iluminar nuestra existencia, recluida con frecuencia bajo la sombra del pecado. Hoy descubrimos nuevamente quiénes somos. En esta noche se nos muestra claro el camino a seguir para alcanzar la meta. Ahora tiene que cesar el miedo y el temor, porque la luz nos señala el camino hacia Belén. No podemos quedarnos inermes. No es justo que estemos parados. Tenemos que ir y ver a nuestro Salvador recostado en el pesebre. Este es el motivo del gozo y la alegría: este Niño «ha nacido para nosotros», «se nos ha dado», como anuncia Isaías (cf. 9,5). Al pueblo que desde hace dos mil años recorre todos los caminos del mundo, para que todos los hombres compartan esta alegría, se le confía la misión de dar a conocer al «Príncipe de la paz» y ser entre las naciones su instrumento eficaz.

Cuando oigamos hablar del nacimiento de Cristo, guardemos silencio y dejemos que ese Niño nos hable; grabemos en nuestro corazón sus palabras sin apartar la mirada de su rostro. Si lo tomamos en brazos y dejamos que nos abrace, nos dará la paz del corazón que no conoce ocaso. Este Niño nos enseña lo que es verdaderamente importante en nuestra vida. Nace en la pobreza del mundo, porque no hay un puesto en la posada para Él y su familia. Encuentra cobijo y amparo en un establo y viene recostado en un pesebre de animales. Y, sin embargo, de esta nada brota la luz de la gloria de Dios. Desde aquí, comienza para los hombres de corazón sencillo el camino de la verdadera liberación y del rescate perpetuo. De este Niño, que lleva grabados en su rostro los rasgos de la bondad, de la misericordia y del amor de Dios Padre, brota para todos nosotros sus discípulos, como enseña el apóstol Pablo, el compromiso de «renunciar a la impiedad» y a las riquezas del mundo, para vivir una vida «sobria, justa y piadosa» (Tt 2,12).

En una sociedad frecuentemente ebria de consumo y de placeres, de abundancia y de lujo, de apariencia y de narcisismo, Él nos llama a tener un comportamiento sobrio, es decir, sencillo, equilibrado, lineal, capaz de entender y vivir lo que es importante. En un mundo, a menudo duro con el pecador e indulgente con el pecado, es necesario cultivar un fuerte sentido de la justicia, de la búsqueda y el poner en práctica la voluntad de Dios. Ante una cultura de la indiferencia, que con frecuencia termina por ser despiadada, nuestro estilo de vida ha de estar lleno de piedad, de empatía, de compasión, de misericordia, que extraemos cada día del pozo de la oración.

Que, al igual que el de los pastores de Belén, nuestros ojos se llenen de asombro y maravilla al contemplar en el Niño Jesús al Hijo de Dios. Y que, ante Él, brote de nuestros corazones la invocación: «Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación» (Sal 85,8).

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4 comentarios

Juan Carlos
"Un mundo duro con el pecador e indulgente con el pecado", no se pero mi corto entendimiento tal vez me impide entender esta frase, lo veo asi como que para muchos el pecador puede ser el malo pero el pecado puede ser bueno, pero entonces para quienes piensan asi porque se condenaria al pecador?.
25/12/15 10:32 PM
Silvia
¡Excelente homilía del Santo Padre!! Sigamos estos consejos que nos acercan a Dios.
25/12/15 11:38 PM
Santiago
En mi opinión, lo que ha dicho el Papa, se refiere a la "indulgencia" hipócrita o interesada que tiene la sociedad a tolerar las estructuras de pecado y sin embargo lo implacable que es con las personas que se hunden en el pecado. Al contrario de lo que es la Misericordia de Dios que no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y Viva.
Feliz Navidad.
26/12/15 2:26 AM
Beatriz Mercedes Alonso (Córdoba - Argentina)
"Un mundo duro con el pecador e indulgente con el pecado".

Juan Carlos: Somos dos los que tenemos corto entendimiento. A mí también me cuesta entender el sentido de esa frase.

Trato de pensar: Un mundo indulgente con el pecado sería un mundo que no reconoce pecado en casi nada. Y entonces, en ese caso, tampoco existiría conciencia de ser pecador. Por lo tanto, a causa de la pérdida del sentido de pecado, el mundo sería verdaderamente duro con el pecador al impedirle tomar conciencia de su pecado, negándole la oportunidad de que pueda actúe la Misericordia de Dios por su conversión y arrepentimiento.

Pero hablar de "mundo" me resulta algo impersonal. Porque Dios ha establecido medios idóneos para que tomemos conciencia de nuestra condición de pecadores. Y ha encargado más específicamente a ciertas personas el contribuir a la formación de la conciencia de los seres humanos, para que en todo se haga la Voluntad de Dios, que no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. Y la primera obligación de estos formadores es la de dar a conocer el verdadero sentido de "Misericordia de Dios".

Que el Espíritu Santo ilumine a quienes tienen esa responsabilidad, para que los hijos de Dios no nos sintamos como ovejas sin pastor.
26/12/15 7:26 PM

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