(ACI) Al ser preguntado sobre si es posible ser misericordioso al corregir los errores doctrinales, el Cardenal contestó: «¿puede un padre ser misericordioso y corregir a sus hijos? En realidad, si un padre no corrige a sus hijos, y en cambio justifica o minimiza sus errores, no los amaría o los estaría enviando directamente hacia el desastre».
En el fondo, precisa, «un padre que no ayuda a sus hijos a reconocer sus errores no los estima verdaderamente y no confía en la posibilidad de que cambien».
«Porque la misericordia lleva inscritos en sí, indeleble e inseparablemente, el amor y la verdad. Pertenece a la tradición cristiana, desde las Escrituras hasta el Magisterio de los últimos Papas, que amor y verdad están juntos o juntos caen: no hay amor sin verdad y no hay verdad auténtica sin amor. ¿Y esto acaso no debería valer también para la doctrina?»
La misericordia, explica el Cardenal, «es lo contrario del laissez faire (dejar hacer)… esta no es la actitud de Dios hacia el hombre: basta leer los evangelios y ver cómo se comportaba Jesús que era bueno pero al mismo tiempo no ocultaba la verdad. Y la doctrina tiene el mismo objetivo de ayudarnos a conocer la verdad, nos ayuda a aceptarla en su integridad y a no engañar a la verdad».
«La doctrina, para nosotros los cristianos, no tiene como última referencia las ideas (que tenemos) sobre Dios o sobre la salvación que nos ofrece, sino la vida misma de Dios y su irrupción en la vida del hombre: es una ayuda para comprender quién es Dios y qué cosa está en juego con la salvación que Dios ofrece a la vida concreta del hombre».
Sin embargo, «para comprender todo esto es necesario una razón humilde, que no se erige presuntuosamente como la medida de todas las cosas. Desafortunadamente el pensamiento que surge de la modernidad, que nos ha dejado una heredad también de muchas cosas bellas, nos ha privado de esta humildad».
Comisión Teológica Internacional
Sobre la labor de la Comisión Teológica Internacional que también preside por depender de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el purpurado alemán afirmó que «la teología, gracias a la fe, es una ayuda para mirar nuestra vida a partir del punto de vista que Dios, revelándose, nos abre a nosotros para ver a los otros hombres y al mundo».
«Así, conociendo siempre más a Dios y los dones de su misericordia, podremos responder siempre mejor a su amor y amarlo siempre más en las acciones. La Comisión Teológica Internacional busca ayudar a esto con un servicio específico hacia la Congregación para la Doctrina de la Fe y al Papa, con la participación de algunos expertos provenientes de todo el mundo, propuestos por las distintas conferencias episcopales», dijo.
«El hecho que los expertos provengan de todos los continentes, ayuda a mirar los asuntos con una apertura particular y con una consideración universal de los problemas. Es importante esta mirada teológica que refleje el carácter universal de la Iglesia y lo lleve a cabo, también porque la teología está al servicio de la doctrina y, a su vez, la doctrina está al servicio de la pastoral, la cual, al mismo tiempo ayuda a la teología y a la pastoral a precisar mejor el objeto de su atención».
El Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe contó además que «actualmente la Comisión (Teológica Internacional) está profundizando su reflexión sobre algunos temas que están en el corazón del Papa Francisco, como la sinodalidad, es decir la necesidad que siempre la vida eclesial sea concebida como un caminar juntos a la derecha del Señor y hacia los desafíos que Él nos propone».
Entre otros temas de la reflexión están también la relación entre fe y sacramentos, en el marco del reciente Sínodo de los Obispos sobre la Familia, y la libertad religiosa, entre otros.
«Se trata de una reflexión de alto nivel que tiene el objetivo de ayudar a la Iglesia entera a mirar siempre con mayor verdad algunos puntos importantes de su vida. ¡Porque la misericordia no se detiene en el gesto del perdón sino que ayuda a la renovación de toda la vida!»
Misericordia y confesión
El Cardenal alemán dijo también que «la misericordia con la que Jesús reviste nuestro corazón, a veces con fuerza, a veces con dulzura, es una ola de bien y de verdad con la que nos urge a cambiar en medio de nuestra vida y a abrirla a quien vive en el entorno, haciéndolo sentir cercano, prójimo».
«La misericordia nos hace conocer siempre más a aquel Dios que se revela en Jesús y nos revela siempre más a nosotros mismos. Y nos enseña a mirar, a amarnos a nosotros mismos y a los otros en esa perspectiva de bien y de verdad con la que Jesús mismo nos ve».
En este sentido, continuó el Prefecto, «para mí es paradigmático de la misericordia el gesto de la confesión sacramental. Cada vez que nos confesamos, nos acercamos al Señor con la mirada sobre nuestros pecados y podemos salir aliviados, contagiados de su mirada sobre nosotros, una mirada justa y buena al mismo tiempo, que no hace concesiones fáciles sino que no nos abandona ante nuestras miserias».
«Una mirada que exige mucho de nosotros por una razón: Dios nos da mucho y por eso exige mucho de nosotros, porque sabe que podemos dar mucho cuando recibimos de Él, pero lo hace como un padre bueno que sabe ser paciente con sus hijos y no se cansa nunca de acompañarlos y por eso tampoco los abandona nunca».
Todas las obras de misericordia, sea espirituales o corporales, precisó el Cardenal, «que la Iglesia enseña y con las que nos educa, encuentran aquí su origen: podemos vivir la misericordia solo porque antes la hemos recibido primero».
¿Qué espera de este Año de la Misericordia?
«Espero para la Iglesia y todos nosotros que sigamos siempre con más fidelidad y amor a Jesús, para no permanecer prisioneros de nuestras fragilidades y miserias, así podremos servir siempre mejor a nuestros hermanos y hermanas, ya sea en la Iglesia o fuera de ella porque es el mundo entero el que necesita de Cristo, el que necesita ser aliviado y renovado por su amor».
«Y porque la misericordia –concluyó el Prefecto alemán– es una gracia que viene de lo alto y cambia la vida: nos toma como estemos pero no nos deja como igual. ¡A Dios gracias! Esto también lo espero para mi vida, como para toda la Iglesia y el mundo entero: tener siempre una mayor experiencia de este Amor que nos deja tranquilos, mueve nuestros corazones y nos cambia».