(Isabel Molina E. / Revista Misión) La Iglesia tiene una novedosa propuesta para las familias: la santidad de dos, es decir, en comunión con el cónyuge.
¿Puede un matrimonio ser santo?
¿Por qué no? Tendemos a pensar que solo los sacerdotes y religiosos pueden llegar a ser santos; pero no, la santidad es cumplir con la vocación de cada hombre y de cada mujer en la tierra, sea cual sea su estado de vida: «Sed santos porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo» (Levítico 19, 2). Ser santos es amar como Dios ama, ¿y qué mejor lugar para aprender el amor de donación que el matrimonio?
Parece complicado…
En realidad es muy simple, lo cual no significa que sea fácil, porque tenemos que luchar contra nuestro propio egoísmo. Pero Dios nunca nos pide algo imposible de lograr. Además, Él nos da los medios. Los sacramentos –entre ellos, el matrimonio– son los escalones que conducen al Cielo.
¿Es necesario rezar continuamente para ser santos? ¿No corremos el riesgo de descuidar a nuestra familia?
Unos padres no pueden desatender a sus hijos por dedicar su tiempo a visitar a los pobres y a los enfermos, o a hacer oración. Su principal misión es cuidar de su familia. Pero sí pueden comenzar el día en oración y terminarlo en oración, hacer un esfuerzo para ir a misa a diario y, juntos –una vez atendida su familia–, ayudar a los pobres y a los enfermos. La espiritualidad para los esposos se desprende de las prioridades de su estado de vida. Nosotros pasamos quince años en un monasterio con una comunidad religiosa. Éramos una familia que vivía entre monjes. ¡Y fue duro! Mientras estuvimos allí, nos costaba lograr un equilibrio adecuado entre la familia y la vida religiosa, y no encontrábamos tiempo para orar en familia, aunque pasábamos cuatro horas diarias en la capilla… ¡La tradición de la Iglesia es sabia en lo que pide a las familias, a diferencia de lo que pide a los religiosos!
¿Qué ejemplos de santidad presenta hoy la Iglesia a los matrimonios?
La Iglesia siempre había reconocido la santidad de muchos cónyuges, pero no por su vocación al matrimonio. Algunos porque fueron mártires y muchos porque fueron laicos, casados, que se hicieron religiosos al enviudar y luego fundaron órdenes religiosas, como santa Juana de Chantal, fundadora de la Orden de la Visitación. Pero en este tiempo la Iglesia ha beatificado un matrimonio, Luigi Quattrocchi y Maria Corsini (Italia), y ha canonizado otro, Luis Martin y Celia Guérin (Francia);y tiene abiertas las causas de beatificación de otros matrimonios, como el de Cyprien y Daphrose Rugamba (Ruanda), no solo por su martirio –fueron asesinados junto a seis de sus diez hijos durante el genocidio- sino también por la heroicidad de sus virtudes como matrimonio.
¿Qué podemos aprender de ellos?
¡Muchas cosas! San Juan Pablo II dijo en la ceremonia de beatificación de los Quattrocchi: «Vivieron una vida ordinaria de una manera extraordinaria». Estuvieron casados cincuenta años y tuvieron una vida sencilla, tan ocupada como la de todos nosotros. Enrichetta Quattrocchi dijo de sus padres: «Su vida de pareja era una verdadera combinación de respeto, amor que se entrega, dependencia amorosa y obediencia mutua, en la que buscaban siempre lo mejor para el otro» .
Y de los Martin, ¿qué destacarían?
Su vida sencilla, alegre y virtuosa. Pasaban las noches conversando, rezando y jugando –a Luis le encantaba jugar al billar (tal vez se convierta en el patrón de los jugadores de billar, ¿por qué no?)– y, a la vez, vivían una vida centrada en Cristo. Su libro favorito era La vida de los santos. Luis renunció a su trabajo de relojero para trabajar con su esposa, de modo que ella pudiera pasar más tiempo con los niños y así aliviarla de la ansiedad que suponía la gestión de su negocio de bordado de encaje. De esta manera, se convirtieron en un equipo que lo compartía todo y pudieron pasar más tiempo juntos. Tanto los Quattrocchi como los Martin practicaron la hospitalidad, amaron a los pobres y tuvieron una muerte santa.
¿Qué aspectos de sus vidas les han ayudado más a ustedes?
Como Luis y Celia Martin, nosotros trabajamos juntos desde hace más de quince años en la preparación de novios al matrimonio en www.catholicmarriageprep.com. Compartimos todo: las alegrías y las dificultades de la vida familiar y de la vida laboral. Es una bendición ser capaces de pasar todo el tiempo juntos; no cambiaríamos nada de esta forma de vida. Y de los Quattrocchi nos ha ayudado rezar el Rosario juntos, todos los días, desde hace más de cinco años. Al principio no encontrábamos tiempo para rezarlo juntos, hasta que nos dimos cuenta de que todos los días hacíamos una caminata de cuarenta minutos para conversar. Decidimos dedicar veinte minutos a rezar el Rosario en voz alta y guardarnos veinte minutos para conversar. Nuestra vida cambió por completo. Recibimos muchas bendiciones tangibles y nos sentimos mucho más cerca el uno del otro. ¡Es una maravilla!
Estos dos matrimonios entregaron todos sus hijos a Dios. ¿Es ese un signo de su santidad?
Juzgamos el árbol por sus frutos… Enrichetta, la menor de los hijos Quattrocchi, fue laica consagrada, pues se quedó con sus padres para cuidarlos. Y una de las hijas de los Martin también se quedó con su padre para cuidarlo, hasta que un día le dijo que también ella quería entrar al convento, y Luis le contestó: «Vamos juntos a visitar al Santísimo para agradecer a Dios el honor que me hace al elegir a todas las hijas de mi casa para ser sus novias [...]. Si tuviera algo mejor, no dudaría en ofrecérselo». Esto no quiere decir que los hijos tienen que ser consagrados o religiosos para que un matrimonio sea santo. Nosotros queremos ser el próximo matrimonio santo con nuestras cinco hijas casadas y madres de muchos niños. Nuestra generación necesita familias santas que muestren el «carácter sagrado e incuestionable de la familia y de su belleza en el plan de Dios», como dice el Papa Francisco. La santidad no requiere de talentos específicos, pero sí de caminar a contracorriente en nuestra cultura. Para lograrlo podemos hacer nuestro el lema de san Luis Martin: «Dios primero servido y todo lo demás encajará en su lugar».
¿Qué le dirían a unos esposos que piensan: «A lo mejor es posible ser santos… ¡vamos a intentarlo!»?
Que se apoyen mutuamente y se ayuden a desarrollar sus talentos y a llegar a ser la mejor versión de sí mismos que puedan ser; que se sacrifiquen el uno por el otro; que busquen primero dar, antes que recibir del otro; que reciban con frecuencia la Eucaristía; que eviten el pecado y acudan a menudo a la Confesión. Todo esto es posible si se aprovecha la gracia propia del matrimonio sacramental.