(Cari Filii) El primer edil emeritense considera que el consistorio debe quedarse al margen para mantener una posición de laicidad: «Los políticos deben dejar que sean la Iglesia y la sociedad civil los protagonistas de este tipo de celebraciones». Pero sin su presencia como representante de la ciudad, el voto dejará de tener carácter colectivo, algo que durante cuatro siglos ha sido honra singular de Mérida.
El acto se repetía cada 8 de diciembre desde 1620 en el Convento de las Concepcionistas. Como gesto singular, los alcaldes hacían entrega de su bastón de mando, símbolo del poder municipal, a la madre superiora. Cuando las religiosas se fueron de Mérida en 2009 la renovación del voto de defender la Purísima se hacía en la concatedral de Santa María.
Osuna aplicará una política similar a las procesiones de Semana Santa: no habrá presencia institucional, más allá de que él mismo u otros concejales quieran participar a título personal.
La decisión del alcalde ha sido criticada por los cronistas oficiales de la ciudad, notarios de una tradición que no podrá cumplir así cuatrocientos años en 2020. Uno de ellos, Fernando Delgado considera que suprimir la representación de alcalde en el acto es «una auténtica barbaridad».
En el mismo sentido, uno de los predecesores del actual alcalde, Antonio Vélez Sánchez (1983-1995), también socialista, le ha dirigido una carta abierta pidiéndole que recapacite.
«Son las tradiciones un componente nada desdeñable en la cohesión emocional de los colectivos humanos, afirmando sus señas de identidad, su vocación de pertenencia. Simplemente porque no todo es funcionalismo desnudo, si pretendemos justificar los valores definitorios de nuestra sensibilidad», explica Vélez para defender la permanencia del voto.
Y explica la historia: «El siglo XVII, en España, fue un siglo muy mariano. Casi todas las ciudades y pueblos proclamaron el Dogma de la Inmaculada, dos siglos antes de que el Papa Pío IX dictara Bula al respecto. Fue el caso del Cabildo Municipal de Mérida, el Pleno del Concejo, cuando, junto al Cabildo Eclesiástico, lo aprobó en solemne sesión, con procesión incluida, emblemas, milicia, pendones y terciopelos, el año de gracia de 1620. Este hecho, multiplicado en todos los territorios de la Corona Española, se escenificó en Mérida. Ni siquiera fue determinante, para el singular acontecimiento, que la ciudad albergara un convento a la advocación y defensa de la ´Limpia Concepción´, construido, y dotado de rentas para su sostén, en 1588 por el emeritense Francisco Moreno de Almaraz, personaje de la más notoria inmediatez a Francisco Pizarro, allá en el Perú. Aquellas solemnidades ocurrieron, aquí y en cientos de villas, porque el pueblo y las autoridades lo quisieron».
El ex alcalde recuerda que Mérida se ha distinguido por mantener una tradición que otros lugares de España han perdido y, por tanto, la identifican: «En estas encrucijadas, la prudencia aconseja mantener las señas de identidad que distinguen y singularizan. Así lo hicimos quienes te precedimos, más que nada por el peso de tantos siglos a las espaldas, tantos que en esta Mérida casi abruman». Quedarían ahora rotos si se prescinde «de una vitola, tan emotiva como inofensiva, cuyo valor es ser eslabón en la cadena de una historia tan densa como la nuestra».