(ABC/Laura Daniele) Pocos lugares en el mundo concentran tanto sufrimiento como el que padecen los cristianos en Irak. Por eso no es extraño que el Papa Francisco haya escogido a una persona de su confianza para representarle en esta región, donde la comunidad cristiana ha pasado del millón de fieles a apenas 200.000 en la última década como consecuencia de la incursión del autoproclamado Estado Islámico (EI).
Monseñor Alberto Ortega fue nombrado nuncio de Su Santidad en Irak y Jordania el pasado mes de agosto y recibió la ordenación episcopal en la basílica de San Pedro el 10 de octubre.
Prudente y de espíritu sereno, este sacerdote –nacido en Madrid el 14 de noviembre de 1962– ha dedicado gran parte de su ministerio a la carrera diplomática. Ingresó en este servicio de la Santa Sede en 1997 y ha trabajado en las representaciones pontificias de Nicaragua, Sudáfrica y Líbano.
Quienes le conocen le describen como una persona de una gran calidad humana y una enorme sensibilidad hacia el drama que sufren los cristianos perseguidos en Oriente Medio. Esta especial sintonía con las víctimas del terrorismo, la violencia y la guerra es fruto de su labor en la sección para las Relaciones con los Estados en la Secretaría de Estado del Vaticano, es decir, el Ministerio de Exteriores del Papa. Monseñor Ortega además lleva muchos años trabajando en la comisión que dialoga con el Estado de Israel para normalizar la vida y las actividades de la Iglesia católica en ese país.
Miembro de la Fraternidad Comunión y Liberación, el prelado ha pasado recientemente por Madrid para presentar el libro «Antes de que sea demasiado tarde» (Palabra), de la periodista y responsable de comunicación de Ayuda a la Iglesia Necesitada (AIN), Raquel Martín. La publicación recoge de primera mano el sufrimiento de miles de familias cristianas que han tenido que desplazarse a la región del Kurdistán (norte del país) después de que los terrorisas de Estado Islámico tomaran a la fuerza las principales localidades de la llanura del Nínive –incluida Mosul– en junio de 2014.
«Solo de Mosul y la región de Nínive se han ido 120.000 cristianos. La situación es tan dramática que por primera vez en veinte siglos ya no se celebra misa en esta zona del país porque no hay ningún cristiano», explicó monseñor Ortega. El prelado considera que lo que está en juego «es muy importante no solo para la Iglesia, sino también para la sociedad», ya que «el papel de los cristianos en la región es fundamental como artífices de la paz y la libertad».
«Los cristianos viven en Kurdistán privados de todo, pero contentos de haber mantenido su fe, su amistad con Cristo. De hecho no nos consta de ningún cristiano que se haya convertido al Islam con tal de no perder su casa», comentó el prelado, quien recalcó que la Iglesia «necesita cristianos como los de Irak, capaces de perderlo todo con tal de mantener su fe».