(Alfa y Omega/AIN) El padre Elías Kabuk (34), al igual que muchos otros sacerdotes de la Archidiócesis de Kaduna, habla por experiencia. Se había ordenado tan solo dos años antes cuando Goodluck Jonathan, un cristiano, fue elegido presidente en 2011 y se desató la violencia.
Su iglesia y casa parroquial fueron pasto de las llamas. «Menos mal que no estaba ahí, porque la cabeza de un sacerdote valía mucho», dice acerca de aquellos tiempos. «Ahora, regreso con regularidad para visitar a los creyentes y celebrar la Misa con ellos… a la intemperie. Todavía no tenemos dinero para una nueva iglesia».
El abuelo del Padre Kabuk era uno de los pocos en su poblado que dominaba el inglés cuando llegó un misionero católico que necesitaba un traductor para celebrar la Santa Misa. Al poco tiempo, él y su familia se convirtieron a la fe católica. Su nieto Elías fue el primero en ingresar en un seminario. «De mis 87 compañeros del seminario, sólo 11 se ordenaron finalmente sacerdotes. Los demás se convirtieron en médicos, abogados o empresarios. La educación católica es muy importante para el desarrollo de nuestro país».
Sin embargo, esta misma educación corre peligro, como evidencian los numerosos ataques de Boko Haram contra escuelas y el secuestro de alumnos. No obstante, y aunque las víctimas cristianas son más numerosas, también se registran secuestros y asesinatos de alumnos musulmanes.
El nombre Boko Haram significa La educación occidental es pecado. El Arzobispo, monseñor Matthew N’dagoso, explica así la lógica que subyace a este nombre: «En Nigeria, la élite corrupta, que empobrece aún más a los que ya son pobres, se compone en su mayoría de personas –incluso los tradicionales dirigentes musulmanes– que han recibido una educación occidental. Por ello, los islamistas argumentan: Si la educación occidental conduce a la corrupción, no la queremos. Suena plausible, pero no es correcto: es el poder el que corrompe a las personas, no la educación».
Resulta sorprendente comprobar que el problema va mucho más allá de Boko Haram. En Kaduna hay 162 familias que han huido de Boko Haram, pero hay muchas más que han sido víctimas de la violencia local. Los cristianos hablan de una «agenda islamista». El Padre Kabuk lo explica así: «Los musulmanes no aceptan que otros detenten el poder. Este año, de nuevo, ha habido líderes musulmanes que han amenazado abiertamente con desatar la violencia si un no musulmán es elegido presidente o gobernador».
En un Estado en el que el 51% de la población es cristiana, esto da fe de la falta de espíritu democrático. El problema reside en que, debido a los «contactos» de los que incitan al odio, estos son raramente detenidos. No obstante, el arzobispo Matthew N’Dagoso no pierde la esperanza. «Es un hecho único en nuestra historia cómo el presidente Goodluck Jonathan aceptó su derrota en las elecciones. Para nosotros fue un enorme alivio saber que llamó a Muhammadu Buhari para felicitarle por su victoria, y, por ahora, hay paz».
No obstante, el futuro sigue siendo incierto. Más al norte, en la Diócesis de Zaria, donde los cristianos son una minoría, una visita a los creyentes de la tribu indígena de los hausa aporta información interesante. Sameil Amusa fue uno de los primeros musulmanes de su poblado que se convirtieron al cristianismo: «Hasta 1987, la fe era libre elección de cada uno. Los primeros fanáticos que llegaron para invitarnos a volver a ser musulmanes, no nos coaccionaban al principio. Si te negabas, no había problema, y se iban al siguiente poblado».
Hace unos cuarenta años, de repente se empezó a marginalizar a los cristianos. «Entre nosotros había cristianos graduados, pero los líderes locales elegían a los musulmanes analfabetos. Incluso la relación con mis familiares musulmanes ha empeorado. Hay muchas cosas que nos unen, pero no dejan de pedirnos que nos convirtamos al Islam, y, en ocasiones, se vuelven violentos».
Este anciano relata el caso de un joven de un poblado que quiere seguir siendo cristiano y que ahora vive en Zaria porque está amenazado. Suradjo Hamadu (18) explica su difícil situación: «Mis padres se convirtieron al Islam. Al principio, me permitieron seguir siendo cristiano, pero luego el imán los presionó. Un día me dijeron que me matarían si acudía una sola vez más a la iglesia. Cuando me fui, mis hermanos me persiguieron con palos y machetes. Me refugié en la casa de una familia cristiana, y, a través de ellos, llegué aquí», explica en el cuartel policial en el que se han refugiado los que huyen de Boko Haram.
Adama Asuma, una musulmana del Estado de Borno, se encuentra entre ellos. Con lágrimas en los ojos, relata cómo Boko Haram asesinó a gente de su poblado y cómo tuvo que huir corriendo. «Hace ocho meses que no sé nada de mis padres».
El hecho de que también los musulmanes sean víctimas de la violencia de Boko Haram resulta amargo, pero también deja entreabierta la puerta de la paz. El obispo de Zaria, monseñor George Dodo, explica: «Recuerdo cómo los musulmanes de la localidad estallaron en júbilo tras el bombardeo de la catedral: estaban orgullosos de que Boko Haram luchara por el Islam. Ahora Boko Haram se ha convertido en un monstruo que también se los traga a ellos».
Tanto en Zaria como en Kaduna, la Iglesia mantiene actualmente un «diálogo» con los líderes musulmanes. No obstante, hasta ahora esto solo ha repercutido en los esfuerzos por proteger a los cristianos, pero no ha conllevado la condena de los musulmanes radicales. El Arzobispo reconoce que esto es tratar los síntomas, no la causa. «Mientras los musulmanes se nieguen a tratarnos como iguales, no habrá paz. Pero ahora que nos reunimos con regularidad, a los líderes musulmanes les da vergüenza venir y dar explicaciones por la violencia cuando los cristianos no se vengan tras un ataque. Nosotros intentamos tener paciencia con ellos, como Dios la tuvo con nosotros y estuvo entre nosotros cuando se cumplió el tiempo».
Día a día, los cristianos nigerianos ponen en práctica esta paciencia ante la violencia de Boko Haram y la promoción de una «agenda islamista». Una y otra vez, enseñan la otra mejilla cuando sus familias, amigos y ellos mismos son golpeados, humillados y asesinados, dando un auténtico testimonio cristiano.