A continuación, algunas ideas que sirvan de orientación ante la declaración, en mi opinión problemática, del Comité Central de los Católicos Alemanes (ZdK, «Zentralkomitee der deutschen Katholiken») de este fin de semana.
La agencia católica de noticias KNA informó el sábado de lo siguiente:
El Comité Central de los Católicos Alemanes (ZdK) exige que se creen formularios para la bendición tanto de parejas del mismo sexo como de parejas de separados. Para ello se deberían desarrollar ritos litúrgicos, según se dice en un documento aprobado el pasado sábado en Würzburg por unanimidad de la asamblea general, con destino al sínodo de los obispos del próximo otoño. Además, se necesitaría alcanzar una «aceptación incondicional de la vida en común de las parejas de hecho del mismo sexo así como un claro posicionamiento contra la marginación, todavía existente, de las personas homosexuales». El comité de los católicos subraya que también en otras formas de vida en común se pueden dar los valores del matrimonio, por ejemplo el «sí» inquebrantable hacia la otra persona o la constante disposición a la reconciliación. «Estas formas de vida y de familia deben ser valoradas expresamente aunque no satisfagan la forma de un matrimonio sacramental» (KNA).
Hasta aquí la información de la agencia KNA desde Würzburg. Antes de aportar algunos argumentos comentando estas exigencias me gustaría decir lo siguiente: cada persona posee una dignidad única e individual. Cada persona posee una conciencia y el derecho de organizar su vida según su voluntad, su capacidad y su conciencia, con tal de que no dañe a otros. Esto vale también para la organización de las relaciones y de la sexualidad. Esta concepción del reconocimiento incondicional de cada persona como poseedora de dignidad, libertad y conciencia pertenece al fundamento de la fe de la Iglesia y es irrenunciable. Ahora bien, si alguien quiere obtener información más detallada acerca de lo que dice la fe de nuestra Iglesia sobre la pareja, la familia y la sexualidad, si alguien quiere formar su conciencia en la fe de la Iglesia y quiere saber lo que, desde el punto de vista de la fe, se tiene en estos temas por justo o por equivocado, entonces debo contestar a las exigencias del ZdK lo siguiente:
Si tenemos en cuenta la fe de la Iglesia, tal y como siempre ha sido vivida y compartida, basándonos en la Sagrada Escritura, en la Tradición y en el Magisterio, entonces una respuesta positiva a las exigencias del ZdK supondría un cambio dramático de gran parte de lo que es válido en relación con los temas de matrimonio y sexualidad. En efecto, la Iglesia cree, apoyada en la Revelación, que el goce de la práctica sexual encuentra su genuino y, en definitiva, único lugar legítimo en el matrimonio entre un hombre y una mujer, en el que ambos están abiertos a la transmisión de la vida y por el que se contrae una unión indisoluble hasta la muerte de uno de los dos. La Iglesia es completamente consciente de que esto es una gran exigencia y, en consecuencia, sabe que esta exigencia no puede ser cumplida por ninguna persona o pareja basándose en sus propias fuerzas. Por ello se llama a esta unión sacramento y resulta fortalecida y confirmada en la fe a través de la explícita promesa de Dios de que será el tercero en esta unión de dos, el garante del vínculo, de la santidad, de la indisolubilidad, la fuente constante de salvación para ambos.
Por lo demás, según mi conocimiento y desde el punto de vista de la Sagrada Escritura, cualquier otra forma de consumación de la práctica sexual fuera del matrimonio es considerada fornicación o adulterio, con dramáticas consecuencias para aquellos que se aventuren en la misma. La Tradición de la Iglesia ha asumido y compartido siempre en su totalidad este juicio de la Escritura, aunque no de manera indiferenciada. Tradicionalmente, se da por supuesto que la observación de cada caso particular es siempre importante para la formación del juicio. Del mismo modo, es evidente para la Iglesia que en las relaciones humanas también existe el fracaso y que las personas que fracasan necesitan de manera especial una asistencia espiritual.
Sin embargo, si ahora se exige que otras formas de vida en común entre personas sean valoradas sobre todo porque en ellas se vive la fidelidad, la disposición a la reconciliación y el compromiso mutuo, habrá que suponer entonces que esta exigencia del ZdK incluye la práctica sexual y no la excluye, porque en otro caso estaríamos hablando sobre todo de relaciones de amistad y no de pareja. En mi opinión no hay problema en reconocer que la Iglesia ha visto siempre con buenos ojos e incluso ha bendecido la auténtica amistad. En cambio, por lo que vemos, estas cuestiones que estamos discutiendo se refieren en lo esencial al sexo entre dos personas. Porque estos «valores de vida en común» se dan igualmente en todos los otros grupos de personas, por ejemplo entre nietos y abuelos, entre compañeros de trabajo, entre los socios de un club de fútbol o incluso entre los miembros de una banda de gánsteres. Incluso en este último caso es común que sean altamente apreciados valores tales como fidelidad, ayuda mutua o lealtad.
En definitiva, en mi opinión el ZdK debería ser sincero e ir más allá de las cuestiones relativas a estos «valores», que cualquiera, en todo momento y desde cualquier punto de vista puede aprobar, e incluir abiertamente la exigencia de que bendigamos también la práctica de la sexualidad en las relaciones fuera del matrimonio. Porque todos esos discursos acerca de los valores me parecen, aunque bienintencionados, sólo un disfraz que nos lleva argumentativamente a errar en la esencia de la cuestión.
Además, si, basándonos en «valores», tenemos que organizar celebraciones litúrgicas para bendecir relaciones de todo tipo distintas del matrimonio sacramental, se me ocurre la pregunta: ¿por qué sólo para dos? Si, por ejemplo, tres o más personas, de sexos iguales o distintos, a la vez que comparten la cama quieren formar un marco acogedor y fiable para los niños, ¿por qué no bendecimos también esta unión? ¿No se viven ahí los «valores»? ¿Y cómo se argumentaría, basándose en «valores», que este «marco de protección» se dé según el ZdK en la sexualidad vivida entre exactamente dos personas, cualquiera que sea su sexo, y no entre varias más, si entre ellas se llevan bien no sólo sexualmente sino en general?
En este ejemplo, vemos que el criterio de estos «valores» no nos facilita un fundamento fiable a la hora de limitar a dos el número de personas en una relación a bendecir. Además vemos que con el criterio de los «valores», en mi opinión, se nos presentarían muchos problemas, ya que habría que desarrollar primero los criterios para decidir cuales son estos valores y por qué. La fe y la Escritura no se basan de forma primaria en valores, sino en la revelación, en el mismo Cristo. Él no es ningún «valor», sino la misma Palabra de Dios, es aquél que ama al hombre personalmente, lo toca, lo libera, lo capacita para alcanzar otra vida y, sobre todo, para un amor y una fidelidad que el hombre no posee en sí mismo, sino a través de Cristo. Ahora bien, si el criterio es el mismo Cristo, y si a través de la Escritura, la Tradición y el Magisterio hemos tenido conocimiento fiable de su voluntad (ver por ejemplo 1 Cor 7, 10-11), entonces, en mi opinión, necesitaríamos una aclaración mucho mayor que la simple apelación a valores, que nos argumente de forma concluyente por qué justo en estos temas cruciales relativos al matrimonio y a la sexualidad hay que cambiar la voluntad de Jesús después de 2000 años.
En mi opinión, tampoco los tan manidos «signos de los tiempos» nos sirven de respuesta a estas preguntas. Porque ¿quién decide cuáles son estos signos y por qué precisamente en este tema deberían producir nuevos resultados? Al contrario, yo creo que este es el tema en que el hombre ha permanecido más fiel a sí mismo. Justamente este tema fue ya objeto de grandes controversias en la Iglesia Primitiva, ya que en caso contrario no se habría reflejado en la Escritura la opinión de Jesús con tanta claridad. Según yo lo veo, un signo de los tiempos de hoy sería, por ejemplo, la problemática de los refugiados, a la que tanto el mundo como la Iglesia debería encontrar respuestas, no así a la pregunta de por qué el sexo consumado fuera del matrimonio habría que considerarlo, de repente, una bendición, cuando a lo largo de 2000 años, desde el punto de vista de la fe, ha sido justamente lo contrario.
Por estos y por otros motivos no llego realmente a comprender, a pesar de su rotunda claridad, las declaraciones del ZdK. Como hombre que vive en el mundo de hoy, cada vez más secularizado, por supuesto que podría entenderlas. Porque así es el mundo en que vivimos, y, en estos temas, el mundo en el que se escribieron las Sagradas Escrituras era ya muy parecido al de hoy. Pero como hombre que, en medio del mundo de hoy está comprometido con la fe y se siente constantemente desafiado por el mundo, simplemente no puedo hacerlo. En mi opinión, lo que se propone el ZdK con esta declaración es dejar atrás aspectos esenciales de la imagen bíblica del hombre y del conocimiento bíblico de la revelación. Y me resulta realmente alarmante que, al parecer, se aventura por este camino con el apoyo de la inmensa mayoría de sus representantes.
Las forzadas referencias constantes al Papa Francisco que sustentarían este nuevo programa no justifican en absoluto el dramático cambio de rumbo que se quiere llevar a cabo. El Papa ha ordenado una encuesta sobre estos temas y ha convocado un Sínodo en el que se discutirá, en debate abierto, sobre el Evangelio de la familia. ¡Fantástico! Y sí: se debe y se puede discutir. Qué bonito. Sin embargo, no encuentro una sola declaración pública del Papa o del Magisterio vigente hasta la fecha que se acerque tan siquiera un poco a las exigencias formuladas por el ZdK. Hay una alta probabilidad de que el próximo sínodo nos muestre que tanto el nombre como el programa del Papa Francisco han sido instrumentalizados aquí a favor del propio programa político, que no bíblico, del ZdK. Me parece también significativo que ni en el catálogo de exigencias del ZdK ni en su fundamentación hay ninguna mención a argumentos bíblicos.
Los obispos alemanes han adoptado recientemente una nueva versión de los reglamentos relativos a los trabajadores eclesiales. En esta nueva versión se sigue considerando como «falta grave contra la obligación de lealtad» frente a la Iglesia como empleador tanto el contraer de forma ilícita un matrimonio civil como el encontrarse en una relación de pareja de hecho entre católicos. Por lo tanto, me pregunto cómo puede compaginar el ZdK su pública exigencia de bendiciones y ritos litúrgicos justo para ese tipo de uniones con la lealtad frente a los obispos y al Magisterio que han recibido.
En cualquier caso, el hecho de que muchos católicos, después de leer textos como este, no se sientan ya representados por el ZdK, no creo que sea culpa de estos católicos. Y cuando hoy en la Iglesia muchos se quejan de la tendencia a formar grupos cerrados, en mi opinión es precisamente con este tipo de declaraciones como se fomentan tales tendencias. Sin embargo las personas que, de forma imparcial, se quisieran informar sobre la posición en estos temas de la fe depositada por la tradición en la Iglesia universal por una parte, y del ZdK por otra parte, resultarían desconcertadas por el contraste entre ambas posiciones. Queridos miembros del ZdK: ¿puede ser este su objetivo?
+ Stefan Oster, obispo de Passau (Alemania).
Traducido al español por InfoCatólica.