No han pasado muchos años desde que internet comenzó a mundializarse. La tecnología ha crecido a un ritmo acelerado, pero parece que la ética que debe acompañar ese crecimiento se ha quedado rezagada. ¿Es así? ¿Hay un divorcio entre ética y tecnología, especialmente en el ambiente digital?
La tecnología vertebra en gran medida la vida de los hombres y mujeres de hoy, y debemos aprender a contar con ella y encauzarla para que su uso nos ayude a desarrollarnos positivamente como personas. La forma más adecuada de hacerlo es aprender a vivir las virtudes en ese ámbito, en lugar de descalificar una realidad que, por otra parte, no está necesariamente predeterminada al mal. Todos nosotros hemos sido testigos de cómo el progreso, en manos equivocadas, puede convertirse, y se ha convertido de hecho, en un avance terrible en el mal. Si el progreso técnico no se corresponde con un desarrollo en la formación ética del hombre, con el crecimiento del hombre interior (cfr. Ef 3,16; 2 Co 4,16), no es un progreso sino una amenaza para el hombre y para el mundo. Efectivamente, se presenta un peligro cuando el progreso técnico no encuentra contrapeso en la reflexión y la responsabilidad, cuando el hombre se pregunta sólo por el cómo, en vez de considerar los porqués que lo impulsan a actuar. Son muchos los autores que nos previenen de este peligro. Lamentablemente, con frecuencia, al imperativo ético «si debes, puedes», los intereses comerciales intentan instaurar lo opuesto: «si puedes, debes». Es casi imposible rechazar la innovación tecnológica pero no puede llevarnos a olvidar que su uso debe ser virtuoso: éste será siempre el mejor comportamiento ético. No todo lo que experimentamos en el cuerpo y en el alma ha de resolverse a rienda suelta. No todo lo que se puede hacer se debe hacer. No todos los avances tecnológicos o todas las funcionalidades van bien a todas las personas. Hay que pensar. Poco a poco la sociedad va estableciendo normas básicas de «etiqueta digital», lo mínimo para comportarse bien. Pero esto no basta; conviene preguntarse en cada caso: «esto a mí ¿qué me aporta o qué me dificulta?», y actuar en consecuencia. Ahora bien, no se pueden establecer reglas predeterminadas para todas las personas, sino que cada uno debe ver qué cosas le convienen, no sólo porque facilitan su trabajo, sino porque mejoran su relación con los demás y con Dios.
No es muy común encontrarse con tesis doctorales que desde la teología aborden las redes sociales. De suyo, la literatura especializada en este campo es más bien escasa. ¿Por qué elegir este camino? ¿Qué aportan las redes sociales a la teología y qué la teología a las redes sociales?
Es cada vez más amplio el número de académicos que estudian el fenómeno, aunque los enfoques son muy diversos. Hay quienes, como Clay Shirky («Cognitive surplus») o Andy Clark («Supersizing the mind»), destacan las fuerzas revolucionarias de la democratización de la información y la expansión de la conciencia que ha implicado el desarrollo tecnológico. Mientras que otros, como Nicholas Carr («Superficiales») o Sherry Turkle («Alone together») lamentan la pérdida de capacidad de reflexión y de sociabilidad en el mundo real y defienden la superioridad de las formas anteriores de transmisión cultural. Pienso que para entender el papel del hombre con respecto a la tecnología de la comunicación, y en concreto las redes sociales, son muy enriquecedoras las aportaciones de Benedicto XVI. La mayor parte de sus escritos relativos al tema están concentrados en los mensajes a las Jornadas Mundiales de las Comunicaciones Sociales. Ha sido una de las principales fuentes para este trabajo de investigación que fue dirigido en la Pontificia Universidad de la Santa Cruz en Roma. Me parece que el estudio permite conjeturar que la principal motivación para usarlas es el carácter relacional que tienen y que potencian, la necesidad de incrementar las formas de relacionarse con otras personas, la facilidad para estar en constante contacto con amigos o familiares. Por lo tanto, no es desatinado afirmar que las redes sociales son una respuesta contemporánea a una realidad muy humana: la necesidad del otro. La necesidad de socializar responde a la naturaleza humana. Puede variar en sus formas según los tiempos, pero es siempre una manifestación del hombre modelado a imagen y semejanza de Dios. En este sentido se podría afirmar que las redes sociales ponen de relieve el aspecto social del ser humano.
En su tesis doctoral habla de que Dios puede querer decirnos algo ante este apogeo de lo digital. ¿Cuál sería ese mensaje?
La tecnología está cada vez más presente en el día a día de una buena parte de la humanidad. El fácil acceso a teléfonos móviles y computadoras, unido a la dimensión global y a la presencia capilar de Internet, han multiplicado los medios para enviar instantáneamente palabras e imágenes a grandes distancias, en pocos segundos. De esta nueva cultura de comunicación se derivan muchos beneficios: las familias pueden permanecer en contacto aunque sus miembros estén muy lejos unos de otros; los estudiantes e investigadores tienen acceso fácil e inmediato a documentos, fuentes y descubrimientos científicos; etc. Además, la naturaleza interactiva de los nuevos medios facilita formas más dinámicas de aprendizaje y de comunicación que contribuyen al progreso social. Nos queda mucho por trabajar, empezando por cubrir la brecha digital (en este sentido es muy valiosa la iniciativa del Papa de Scholas Occurrentes). La necesidad del otro, la posibilidad de estar conectados con las personas que queremos, sin importar las distancias, la fabulosa capacidad de dar información valiosa –y qué más valioso que la Buena Nueva– a un gran número de personas, son muchas de las ventajas de las que podemos gozar hoy en día para construir un mundo mejor.
La tesis doctoral en la que ha trabajado durante varios años se propone ofrecer pautas para el comportamiento cristiano en las redes sociales. ¿Hay un estilo cristiano de habitar la web?
Claro que existe un estilo cristiano de habitar la web: es el que está marcado por la caridad, por el amor a Dios y a los demás, empezando por los que tenemos más cerca. Por esto, es oportuno reflexionar sobre cómo estas tecnologías nos afectan en la vida diaria, cómo cambian nuestro trato con los demás y, por supuesto, cómo influyen en nuestra relación personal con Dios. Por ejemplo, es importante proteger algunos momentos de silencio a lo largo del día para cultivar el trato con Dios. San Juan Pablo II hablaba de «zonas de silencio efectivo y una disciplina personal, para facilitar el contacto con Dios». Recientemente, el Papa Francisco ha dicho: «hoy, los medios de comunicación más modernos, que son irrenunciables sobre todo para los más jóvenes, pueden tanto obstaculizar como ayudar a la comunicación en la familia y entre familias». Se impone, por tanto, la necesidad de aprender a utilizar los instrumentos de comunicación, para que realmente sean medios que unan a las personas, y no obstáculos que las separen y lleven al aislamiento. Es una tarea que no puede reducirse al seguimiento de unas reglas, sino que implica el desarrollo de actitudes personales y hábitos positivos: se trata, en definitiva, de aprender a vivir las virtudes en el mundo digital. La Iglesia como maestra de humanidad, tiene mucho que decir al mundo y, frente al progreso técnico, no aconseja solamente prudencia y precaución, sino también valor y decisión. El crecimiento en las virtudes es el único camino que permitirá llevar a la práctica este consejo.
Dado que su investigación se centra especialmente en las virtudes cardinales y su relación con las redes sociales (especialmente la virtud de la prudencia), qué aportación, línea de acción o relación guardan éstas con el uso de las redes sociales. ¿Se puede hablar de un uso «virtuoso» de las redes sociales o de un modo virtuoso de relacionarse en ellas?
Aunque la caridad siempre será la virtud más importante, debemos resaltar la primacía de la prudencia entre las virtudes humanas necesarias para actuar de forma coherente en el mundo digital. La prudencia en relación con las redes sociales está presente desde el primer momento, ya que es necesario dilucidar previamente si realmente constituye una mejora para la propia vida, si resulta necesario o conveniente participar o no; y determinar en cuál o cuáles vale la pena disponer de un perfil, etc. Cada red social tiene su propia dinámica de funcionamiento que es preciso entender antes de comenzar a interactuar. También constituye un comportamiento maduro ponderar con qué medios o dispositivos se va a revisar o publicar. La forma de interactuar dentro de la plataforma también deberá estar marcada por la prudencia, que en muchas ocasiones aconseja focalizar la atención más en la calidad de las propias conexiones que en la cantidad. Es más importante seleccionar temas sobre los que valga la pena escribir, y reflexionar sobre ellos lo suficiente para que las aportaciones sean valiosas, que decir muchas cosas insignificantes a gran velocidad. Serán actos de prudencia: cancelar o silenciar contactos de la lista propia cuando estos compartan información que puede ser nociva o molesta; revisar las opciones de privacidad para saber quiénes puedes ver los contenidos que publicamos; cuidar las normas de etiqueta digital (no escribir en mayúsculas, no utilizar palabras mal sonantes, no publicar fotografías personales o de terceros que sean molestas, etc.). También será un acto de la prudencia desarrollar algunas capacidades prácticas que vienen del conocimiento técnico, ya que nos preparan para aprovechar más eficazmente la red social. Para formar la virtud de la prudencia es indispensable pedir consejo y, en los medios digitales, es tal vez más importante encontrar un buen consejero. Dice santo Tomás de Aquino que incluso «es una nota de excelencia contar con otras personas que puedan ayudarnos». Siempre cabe pedir a alguien con criterio que consulte nuestro perfil o nuestras interacciones para hacernos sugerencias y recomendaciones: no se trata de un «control externo», sino simplemente de dejarnos ayudar en nuestra vida en los ambientes digitales para ir formando criterio.
En algunos momentos de su tesis habla de la «santificación» de las redes sociales. ¿A qué se refiere con esto?
Me refiero a que las redes sociales no son una mera herramienta que mejora la extensión y el nivel de la comunicación, sino que, en cierta manera, han pasado a constituir un ambiente, un lugar. Se han convertido en uno de los tejidos conectivos de la cultura, a través del cual se expresa la identidad, se desarrolla el trabajo y nos relacionamos unos con otros. Por lo tanto, podríamos añadir que parte de la tarea del cristiano que participa en ellas será santificarlas, pues también deben ser un espacio para expresar con alegría y naturalidad su identidad cristiana.