(ACI/Álvaro de Juana) Lo hizo durante la homilía del Viernes Santo en la Basílica de San Pedro presidida por el Pontífice, quien se postró en el suelo ante la Cruz como signo de adoración.
Así, revestido con una casulla de color rojo que representa a la sangre del martirio, el Santo Padre realizó el gesto de la postración frente al Altar de la Confesión de la basílica y oró durante varios minutos. Más tarde, fue ayudado a levantarse por dos ceremonieros pontificios, para dar inicio a la celebración que incluye la liturgia de la palabra y la adoración de la Cruz.
Este es el único día del año que no se oficia misa ni se realiza la consagración, que para los católicos es la conversión del pan y el vino en el cuerpo y sangre de Jesucristo.
El Papa escuchó recogido la primera lectura, el salmo responsorial y el Evangelio de la Pasión del evangelista San Juan, cantada por tres diáconos.
Después, el predicador de la Casa Pontificia, P. Raniero Cantalamessa, realizó la homilía como cada Viernes Santo. El fraile tuvo un recuerdo especial por los cristianos asesinados por los terroristas islamistas del autodenominado Estado Islámico (ISIS) y pidió oraciones por todos los perseguidos.
«Los verdaderos mártires de Cristo no mueren con los puños cerrados, sino con las manos unidas. Hemos visto tantos ejemplos. Es Dios quien a los 21 cristianos coptos asesinados por el ISIS en Libia el 22 de febrero pasado, les ha dado la fuerza de morir bajo los golpes, murmurando el nombre de Jesús». También recordó los 147 universitarios que fueron asesinados este miércoles en Kenia a manos de un grupo yihadista.
Para que se entendiera mejor la imagen del «Ecce Homo», el predicador explicó el cuadro del mismo nombre del pintor flamenco del siglo XVI, Jan Mostaert, que se encuentra en el museo de la National Gallery de Londres.
«Jesús agoniza hasta el final del mundo en cada hombre y mujer sometido a sus mismos tormentos. ‘¡Lo habéis hecho a mí!’ (Mt, 25, 40): esta palabra suya, no la ha dicho solo por los que creen en Él; la ha dicho por cada hombre y mujer hambriento, desnudo, maltratado, encarcelado», explicó el P. Cantalamessa.
Durante su intervención, denunció que se corre el riesgo de «las llagas sociales» como son «el hambre, la pobreza, la injusticia, la explotación de los débiles» terminen convirtiéndose «en abstracto», en «categorías, no personas».
El fraile capuchino quiso referirse sobre todo al «sufrimiento de los individuos» además «de las torturas decididas a sangre fría y realizadas voluntariamente, en este mismo momento, por seres humanos a otros seres humanos, incluso a niños».
«¡Cuántos «Ecce homo» en el mundo! ¡Dios mío, cuántos «Ecce homo!», exclamó. «Cuántos prisioneros que se encuentran en las mismas condiciones de Jesús en el pretorio de Pilato: solos, esposados, torturados, a merced de militares ásperos y llenos de odios, que se abandonan a todo tipo de crueldad física y psicológica, divirtiéndose al ver sufrir». Pero no solo son las víctimas, sino también «los verdugos» porque muestran de lo que es capaz el hombre.
Sobre la persecución de los cristianos, aseguró que quizás nunca fue tan dura y recordó las de los primeros siglos de cristianismo.
«Ha habido alguno que ha tenido la valentía de denunciar, en la prensa laica, la inquietante indiferencia de las instituciones mundiales y de la opinión pública frente a todo esto, recordando a qué ha llevado tal indiferencia en el pasado. Corremos el riesgo de ser todos, instituciones y personas del mundo occidental, el Pilato que se lava las manos».
Pero, en esta cruda realidad existe el perdón de Dios, cuya «grandeza divina consiste en que es ofrecida también a sus más encarnizados enemigos», como el mismo Jesús hizo.
«Entonces, ¿seguir a Cristo es un volverse pasivo hacia la derrota y la muerte?», se preguntó. «¡Al contrario!, Tengan coraje» porque «Cristo ha vencido al mundo, venciendo el mal del mundo. La victoria definitiva del bien sobre el mal, que se manifestará al final de los tiempos, ya vino, de derecho y de hecho, sobre la cruz de Cristo».
Poco antes de concluir la homilía, el P. Rainiero Cantalamessa subrayó que «el verdadero Sermón de la montaña que ha cambiado el mundo no es entretanto el que Jesús pronunció un día en una colina de Galilea, sino aquel que proclama ahora, silenciosamente desde la cruz». Así, «en el Calvario Él pronuncia un definitivo ‘¡no!’ a la violencia, oponiendo a ella no simplemente la no-violencia, sino aún más el perdón, la mansedumbre y el amor».
Finalizó pidiendo «por nuestros hermanos en la fe perseguidos, y por todos los «Ecce homo» que hay en este momento en la faz de la tierra, cristianos y no cristianos».