(Iglesia en Camino/Infocatólica) Entrevista a la Hna. Dolores Santos Lozano:
¿A qué ha dedicado su vida en la congregación?
Nuestra misión, según la santa fundadora, santa María Micaela, es la adoración al Santísimo Sacramento y el apostolado ha sido atender a la juventud marginada en prostitución, en peligros... Ahora, aunque tenga 100 años y esté en una sillita de ruedas, estoy con mis hermanas y el apostolado que hacen, pidiendo por todas las necesidades de marginación, que son muchas.
¿A qué edad entró usted en la congregación?
A los 31 años. No entré antes por la muerte de un niño, un sobrino que quería mucho y murió de una manera muy repentina. Entonces pensaron que era mejor que permaneciera con la familia porque era la que animaba la casa. El 21 de noviembre hace 69 años que entré.
¿Cómo nació su vocación?
Yo tenía vocación, mi atracción era la Eucaristía desde niña y el apostolado. Veía que Dios me llamaba. Le decía a mi director espiritual que no quería ser monja de clausura, que quería trabajar con gente pobre, pero encontrar la congregación fue un poco difícil, visité algunas congregaciones que tenían expuesto al Santísimo como las Reparadoras, las Esclavas... pero no, no me llenaban.
En Acción Católica teníamos una biblioteca donde se repartían los libros una vez a la semana. Un sábado estábamos esperando a la bibliotecaria para ir a visitar al Santísimo, como no llegaba fui a buscarla a la biblioteca. Cuando estaba cerrando llegó una chica a llevar un libro, yo lo recogí y le dije que me lo quedaba, que no abriera porque nos teníamos que ir. Cuando llegué a casa me puse a leerlo: era la vida de Madre Sacramento. Nada más comenzar a leer dije: aquí me quiere el Señor. Esto lo veo tan providencial... ha sido Dios a través de ella la que me trajo a la congregación. Lo vi tan claro, tan ajustado a mis deseos que aquella noche lo vi. Entre el sábado por la noche y el domingo por la mañana leí el libro. Había escrito a muchas congregaciones pero ya no tenía que escoger, ya había escogido.
Cuando vuelve la vista atrás, ¿cómo contempla su vida religiosa?
La veo completa de felicidad, de alegría y de agradecimiento a todo lo que Dios ha hecho y está haciendo por mí, un agradecimiento que corre de norte a sur y de este a oeste, sin un minuto de abandono ni de nada.
En estos años de vida religiosa habrá tenido muchos momentos muy especiales.
Ha sido mucho más lo bueno que lo desagradable, para mí lo negativo no cuenta. He gozado siempre, cuando una hermana profesaba, cuando alguna de las chicas que ayudábamos salía adelante. Ahora va a venir a mi centenario una de ellas, era una chica abandonada en lo que entonces llamaban hospicios, en La Coruña, donde estuve siete años. No ha pasado un año que no me haya visitado, esté donde esté, dice que he sido su madre.
Cuando veo que esas chicas están encauzadas, que tienen una familia, es mi mayor satisfacción, lo que más llena mi corazón. Por lo demás, lo que dice el Señor, llorar con los que lloran y reír con los que ríen, siempre me he adaptado al otro, hacer el bien como lo hizo el Señor, entregarme a mi vocación con toda el alma. Cuando he tenido algún error, lo he sentido, me he puesto delante del Señor y a seguir para adelante. Dios me dio la vida y ya la tiene en sus manos, si falta algo de darle es la mente. Esta es mi vida, una vida feliz y dichosa.